Basta una condición para esta reconciliación con la lectura: no pedir nada a cambio. Absolutamente nada. No alzar ninguna muralla de conocimientos preliminares alrededor del libro. No plantear la más mínima pregunta. No encargar el más mínimo trabajo. No añadir ni una palabra a las de las páginas leídas. Ni juicio de valor, ni explicación de vocabulario, ni análisis de texto, ni indicación biográfica… Prohibirse por completo «hablar de».
Lectura-regalo.
Leer y esperar.
Una curiosidad no se fuerza, se despierta.
Leer, leer, y confiar en los ojos que se abren, en las caras que se alegran, en la pregunta que nacerá, y que arrastrará otra pregunta.
Si el pedagogo que llevo dentro se ofusca por no «presentar la obra en su contexto», persuadir a dicho pedagogo de que el único contexto que interesa, de momento, es el de esta clase.
Los caminos del conocimiento no confluyen en esta clase: ¡deben partir de ella!
De momento, leo unas novelas a un auditorio que cree que no le gusta leer. No podré enseñar nada serio mientras que no haya disipado esta ilusión, realizado mi trabajo de celestina.
En cuanto estos adolescentes se hayan reconciliado con los libros, recorrerán gustosamente el camino que va de la novela a su autor, y del autor a su época, y de la historia leída a sus múltiples sentidos.
El secreto consiste en estar preparado.
Esperar a pie firme la avalancha de las preguntas.
—¿Stevenson es inglés?
—Escocés.
—¿De qué época?
—Siglo XIX, en la época de la reina Victoria.
—Parece que reinó mucho tiempo, la tía…
—64 años: de 1837 a 1901.
—¡64 años!
—Llevaba 13 años reinando cuando nació Stevenson, y él murió 7 años antes que ella. Tú ahora tienes quince años, ella sube al trono, ¡y tendrás 79 al final de su reinado! (En una época en que el promedio de edad era de unos treinta años). Y no era la más graciosa de las reinas.
—¡Por eso Hyde nació de una pesadilla!
La observación procede de la viuda siciliana. Estupefacción de Burlington.
—¿Cómo sabes tú eso?
La viuda, enigmática:
—Una, que se informa…
Después, con una discreta sonrisa:
—Puedo decirte incluso que era una pesadilla divertida. Cuando Stevenson se despertó, fue a encerrarse en su despacho y escribió en dos días una primera versión del libro. ¡Su mujer se la hizo quemar inmediatamente por lo metido que estaba en la piel de Hyde, robando, violando y degollando todo lo que se le ponía por delante! A la gran reina no le habría gustado esto. Entonces, inventó a Jekyll.