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Y gracias también a ustedes, señores García Márquez, Calvino, Stevenson, Dostoievski, Saki, Amado, Gary, Fante, Dahl, Roché, ¡estén vivos o muertos! Ni uno solo, de esos treinta y cinco refractarios a la lectura, ha esperado a que el profe llegara al final de uno de sus libros para terminarlo antes que él. ¿Por qué dejar para la semana próxima un placer que podemos ofrecernos en una noche?

—¿Quién es ese Süskind?

—¿Vive?

—¿Qué otras cosas ha escrito?

—¿El perfume está escrito en francés? Parece que esté escrito en francés. (¡Gracias, gracias, señor Lortholary, señoras y señores de la traducción, lenguas de Pentecostés, gracias![7]).

Y con el transcurso de las semanas…

—¡Formidable, Crónica de una muerte anunciada! ¿Y Cien años de soledad, señor, de qué va?

—¡Oh! ¡Fante, señor, Fante! ¡Mi perro Estúpido! ¡La verdad es que es superdivertido!

La vida ante sí, Ajar… en fin, Gary… ¡Súper!

—¡Ese Roald Dahl es realmente demasiado! ¡La historia de la mujer que mata a su compa de un golpe de pata de cordero congelada y que hace comer a los polis la prueba del crimen me ha hecho morir de risa!

De acuerdo, de acuerdo…, los juicios críticos no son todavía muy afinados…, pero ya llegará…, dejemos que lean…, ya llegará…

—En el fondo, señor, todos esos libros, El vizconde demediado, Doctor Jekyll y Mister Hyde, El retrato de Dorian Gray, tratan un poco del mismo tema: el bien, el mal, el doble, la conciencia, la tentación, la moral social, todo eso, ¿verdad?

—Sí.

—¿Puede decirse que Raskolnikov es un personaje «romántico»?

¿Ven?…, ya llega.