43

Y, evidentemente, no les gusta leer. Demasiado vocabulario en los libros. Demasiadas páginas, también. Para decirlo todo, demasiados libros.

No, decididamente, no les gusta leer.

Eso es, por lo menos, lo que indica el bosque de dedos levantados cuando el profe hace la pregunta:

—¿A quién no le gusta leer?

Hay cierta provocación, incluso, en esta cuasiunanimidad. Porque los escasos dedos que no se levantan (entre otros el de la viuda siciliana), es por decidida indiferencia a la pregunta planteada.

—Bien —dice el profe—, como no os gusta leer… soy yo quien os leerá los libros.

Sin transición, abre su cartera y saca de ella un libro enorme, una cosa cúbica, realmente inmensa, con una portada brillante. Lo más impresionante que se pueda imaginar en materia de libro.

—¿Preparados?

No dan crédito ni a sus ojos ni a sus oídos. ¿Ese tipo les va a leer todo eso? ¡Pero le llevará el año entero! Perplejidad… Cierta tensión, incluso… No existe un solo profe que se proponga pasar el año leyendo. O es un jodido vago o hay gato encerrado. Nos acecha una trampa. Vamos de cabeza a la lista diaria de vocabulario, a la redacción de lectura permanente…

Se miran. Algunos, por si acaso, colocan una hoja delante de ellos y ponen sus plumas en batería.

—No, no, es inútil tomar notas. Intentad escuchar, eso es todo.

Se plantea entonces el problema de la actitud. ¿En qué se convierte un cuerpo en un aula si ya no tiene la coartada del boli y de la hoja en blanco? ¿Qué hacer con uno mismo en una circunstancia semejante?

—Instalaos cómodamente, relajaos…

(Ésa sí que es buena…, relajaos…)

Como la curiosidad le puede, Tupé y Camperas acaba de todos modos por preguntar:

—¿Nos leerá todo ese libro… en voz alta?

—No acabo de ver cómo podrías oírme si lo leyera en voz baja…

Discreta carcajada. Pero la joven viuda siciliana no está dispuesta a tragárselo. En un murmullo suficientemente sonoro como para ser oído por todos, suelta:

—Ya no tenemos edad.

Prejuicio comúnmente extendido…, especialmente entre aquellos que jamás han recibido el auténtico regalo de una lectura. Los otros saben que no hay edad para ese tipo de regalo.

—Si en diez minutos sigues considerando que ya no tienes edad, levantas el dedo y pasamos a otra cosa, ¿de acuerdo?

—¿Qué tipo de libro es? —pregunta Burlington, en el tono de quien está de vuelta.

—Una novela.

—¿Qué cuenta?

—Es difícil de decir antes de haberlo leído. Bien, ¿preparados? Final de las negociaciones. Adelante.

Preparados…, escépticos pero preparados.

—Capítulo Primero:

«En el siglo XVIII vivió en Francia uno de los hombres más geniales y abominables de una época en que no escaseaban los hombres abominables y geniales».