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Así pues, bajo el efecto del deslumbramiento, vuelve de la escuela, bastante orgulloso de sí mismo, más bien feliz, incluso. Exhibe sus manchas de tinta como si de condecoraciones se tratara. Las telarañas del bolígrafo cuatricolor son para él un ornato de orgullo.

Una felicidad que sigue compensando las primeras torturas de la vida escolar: duración absurda de las jornadas, exigencias de la maestra, jaleo de la cantina, primeros trastornos sentimentales…

Llega, abre la cartera, expone sus proezas, reproduce las palabras sagradas (y si no es «mamá», será «papá», o «caramelo», o «gato», o su nombre…).

En la ciudad, se convierte en el doblador infatigable de la gran epístola publicitaria… RENAULT, SAMARITAINE, VOLVIC, CAMARGUE, las palabras le caen del cielo, sus sílabas coloreadas estallan en su boca. Ni una sola marca de detergente resiste a su pasión de desciframiento:

—«La-va-mas-blan-co», ¿qué quiere decir «lavamasblanco»?

Porque le ha llegado la hora de las preguntas esenciales.