El derecho a leer en cualquier lugar
Châlons-sur-Marne, invierno de 1971.
Cuartel de la Academia de Artillería.
En el reparto matutino de faenas, el soldado de segunda clase Fulano (Matrícula 14672/1, perfectamente conocido por nuestros servicios) se presenta sistemáticamente como voluntario para la faena menos solicitada, la más ingrata, distribuida casi siempre a título de castigo y que atenta a la más alta honorabilidad: la legendaria, la infamante, la innombrable faena de letrinas.
Todas las mañanas.
Con la misma sonrisa. (Interior).
—¿Faena de letrinas?
Adelanta un paso:
—¡Fulano!
Con la gravedad última que precede al asalto, empuña la escoba de la que cuelga la bayeta, como si se tratara del banderín de la compañía, y desaparece, con gran alivio de la tropa. Es un valiente: nadie le sigue. El ejército entero sigue emboscado en la trinchera de las faenas honorables.
Pasan las horas. Le creen perdido. Casi se han olvidado de él. Se olvidan. Reaparece, sin embargo, al final de la mañana, cuadrándose para el parte al brigada de la compañía: «¡Letrinas impecables, mi brigada!». El brigada recupera bayeta y escoba con una honda interrogación en los ojos que jamás llega a formular. (Obligado por el respeto humano). El soldado saluda, media vuelta, se retira, llevándose consigo su secreto.
El secreto tiene un peso considerable dentro del bolsillo derecho de su traje de faena: 1.900 páginas del volumen que la Pléyade dedica a las obras completas de Nicolás Gógol. Un cuarto de hora de bayeta a cambio de una mañana de Gógol… Cada mañana durante los dos meses de invierno, confortablemente sentado en la sala de los retretes cerrada con siete llaves, el soldado Fulano vuela muy por encima de las contingencias militares. ¡Todo Gógol! De las nostálgicas Veladas de Ucrania a los desternillantes Cuentos petersburgueses, pasando por el terrible Tarás Bulba, y el negro sarcasmo de Las almas muertas, sin olvidar el teatro y la correspondencia de Gógol, ese increíble Tartufo.
Porque Gógol es un Tartufo que hubiera inventado a Moliere —cosa que el soldado Fulano jamás habría entendido de haber dejado esta faena para los demás.
Al ejército le gusta conmemorar los hechos de armas.
De éste, sólo quedan dos alejandrinos, grabados en la parte superior de una cisterna, y que se cuentan entre los más suntuosos de la poesía francesa:
Oui je peux sans mentir, assieds-toi, pédagogue, Affirmer avoir lu tout mon Gogol aux gogues[12].
(Por su parte, el viejo Clemenceau, «el Tigre», también él un famoso soldado, daba gracias a un estreñimiento crónico, sin el cual, afirmaba, jamás habría tenido la dicha de leer las Memorias de Saint-Simon).