—¿Sam? ¡Sam!
Eran las seis de la mañana del día de Año Nuevo, y Samantha ya estaba vestida y se encontraba en la cocina, preparando café por primera vez en tres días, cuando oyó que Josh llamaba a la puerta. Sonrió. Si no salía, uno a uno irían llegando dispuestos a derribar su puerta. Aún experimentaba el vacío que la pérdida de Timmie había dejado en su corazón, pero se debía a los demás niños. Hizo rodar con lentitud la silla de ruedas hasta la puerta de entrada y la abrió. La silueta de Josh se recortaba contra el cielo iluminado por la tenue luz grisácea que precedía a la salida del sol.
—¿Qué tal Josh? ¡Feliz Año Nuevo!
Plantado en el porche, Josh permaneció quieto y mudo, y Sam se preguntó si le ocurría algo grave. Parecía que estaba llorando.
—¿Estás bien?
Él meneó la cabeza por toda respuesta y entró en la casa con paso cansino.
—Ven y siéntate.
Ella había imaginado que acudía a consolarla, y ahora se daba cuenta de que estaba pasando por un mal trance.
—¿Qué sucede?
Le miró interrogativamente, con el ceño fruncido ella también, en tanto Josh se dejaba caer con pesadez en una butaca y luego hundía la cabeza entre las manos.
—Los chicos, Jeff y Mary Jo. Anoche fueron a una fiesta… —Calló y tragó saliva penosamente—. Se emborracharon como una cuba, y luego volvieron en el coche.
Sam sintió que se aceleraban los latidos de su corazón. Josh levantó la vista con aire abatido y como presa de un tremendo dolor, y ella vio que dos enormes lágrimas corrían por sus mejillas.
—Se estrellaron contra un árbol y se precipitaron por un barranco… Mary Jo se fracturó los brazos y las piernas, y sufrió serias heridas en la cara… Jeff está muerto.
Sam cerró los ojos y le cogió la mano, pensando en el muchacho que la había abrazado y diciéndose que quizá nada de ello habría ocurrido si le hubiese pedido que se quedara. Pero habría sido inicuo por su parte seducir a un muchacho de veinticuatro años, se dijo a sí misma al recordar lo sucedido la noche anterior. ¿Irticuo?, se interrogó a sí misma. ¿Inicuo? ¿Acaso era mejor para él estar muerto?
—¡Oh, Dios…! —Abrió los ojos, los fijó en Josh y le tendió los brazos—. ¿Y Mary Jo se recuperará, Josh?
El viejo asintió con la cabeza y luego se quedó sollozando en el regazo de Sam.
—Pero yo también quería a ese muchacho.
—¿Tenía familiares a quien debamos avisar?
—No lo sé. —Se sonó la nariz con un pañuelo rojo que se sacó del bolsillo y luego lo guardó de nuevo con un suspiro—. Creo que deberíamos revisar sus cosas. Sé que su madre estaba muerta, porque se lo oí comentar un par de veces, pero no sé si tenía hermanos o hermanas o si vivía su padre. Nunca hablaba mucho de su vida, sólo de los niños de aquí, de ti y de lo feliz que era con los chicos y los caballos.
Samantha cerró los ojos y lanzó un suspiro.
—Será mejor que revisemos sus cosas. ¿Dónde está ahora?
Josh también suspiró y se puso en pie.
—Les dije que le dejaran en el hospital y que ya les telefonearíamos para decirles qué hacer. Si sus familiares viven en otro estado, quizá quieran que se lo enviemos allí.
—Espero encontrar algo entre sus cosas que nos permita saber quiénes son. ¿Qué haremos si no encontramos nada, Josh?
Aquel era un problema nuevo para ella.
—Enterrarle con Bill y la señorita Caro, o en la ciudad.
—Le enterraremos aquí.
Ahora él era como de la familia y había amado el rancho. Resultaba absurdo estar hablando de enterrar a aquel muchacho, cuando sólo unas horas antes había estado en su dormitorio, sentado en el borde de la cama y estrechándola entre sus brazos. Alejó los recuerdos de su mente, alcanzó la chaqueta colgada en una percha baja junto a la puerta de entrada, e impulsó lentamente la silla de ruedas hacia fuera.
Josh reparó con sorpresa en el vidrio roto de la puerta y se volvió hacia Sam.
—¿Qué sucedió?
—Jeff. Anoche quiso asegurarse de que no me había ocurrido nada grave. Vino a verme antes de salir con tu hija.
—Presentía que lo haría, Sam. Se pasó dos días con la mirada fija en esta casa, y me di cuenta de que no pensaba más que en ti.
Sam asintió con la cabeza y no dijo nada más hasta que llegaron a la cabaña del muchacho. Para ella resultó penoso el camino, porque las sendas que llevaban a las viviendas del personal no tenían necesidad de ser tan lisas como las que transitaban los niños en sus sillas de ruedas. Josh la ayudó a conducir su silla hasta la cabaña de Jeff. Al entrar en ella, Sam miró en torno, con la convicción de que si se esforzaba llegaría a ver al infortunado muchacho. Tal vez aparecería por la puerta del cuarto de baño, sonriendo, o asomaría la cabeza entre las ropas de la cama, o entraría por la puerta entonando una canción… No podía ser que estuviese muerto…, no podía ser que Jeff…, aquel muchacho tan joven, estuviera muerto. Josh se sentó ante el pequeño escritorio de madera de arce y comenzó a sacar papeles de los cajones. Había fotografías y cartas de amigos, recuerdos de sus antiguos lugares de empleo, fotos de chicas, programas de rodeos y otras cosas salvo aquellas que precisaban en aquel momento.
Josh encontró una billetera de cuero y en ella descubrió una tarjeta de la Seguridad Social, sus pólizas de seguros, un par de billetes de lotería y un pedazo de papel, en el cual se leía: «En caso de accidente, sírvanse avisar a mi padre: Tate Jordan, rancho Grady», y a continuación figuraba el número de un apartado de correos de Montana.
Al leerlo, Josh se quedó con la boca abierta y la vista clavada en el papel, y entonces, de repente, se acordó… El rancho Bar Three… ¿Cómo no se le había ocurrido preguntar? Claro, Tate tenía un hijo que trabajaba en él. Levantó la vista hacia Sam con expresión de incredulidad, y la joven frunció el entrecejo.
—¿Qué es?
Josh no pudo contestarle. Se limitó a entregarle el pedazo de papel y salió pausadamente de la cabaña a respirar un poco de aire fresco.