Samantha se encerró en un extraño mutismo mientras recorrían los últimos kilómetros por la conocida carretera. Los demás, sin embargo, no lo advirtieron. Los chicos estaban tan emocionados que saltaban sobre los asientos del automóvil alquilado. Mellie había dejado a la pequeña con su madre, y hasta el momento el viaje había transcurrido sin inconvenientes.
Pero, a medida que se aproximaban al rancho, Samantha no hacía más que pensar en cómo era la última vez que lo vio, con Caroline y Bill King fuertes y rebosantes de salud. Luego recordaba los días que había pasado allí con Tate. Entonces podía caminar. Al doblar el último recodo, le pareció que una negra noche descendía sobre ella, y se dio cuenta de lo mucho que todo había cambiado.
—Ahí está —dijo desde el asiento trasero, señalando con el dedo tembloroso.
Traspusieron el portón de acceso a la hacienda, enfilaron el zigzagueante camino y entonces la vieron: la casa de tía Caro. Pero no había ninguna luz encendida, y aunque sólo eran las cinco de la tarde parecía solitaria, desolada, sombría, bajo el resplandor del ocaso.
—Josh dijo que dejaría la puerta abierta. Si quieres entrar, Charlie, los interruptores de la sala de estar se encuentran a la derecha del marco de la puerta.
Ella permaneció sentada con los ojos fijos en la casona. Esperaba ver encenderse las luces, el cabello blanco tan familiar, el rostro sonriente de tía Caro y la mano de ella saludándola. Pero cuando Charlie entró para encender las luces y luego regresó al coche, nadie le acompañaba, y hasta los niños miraban a su alrededor sumidos en el silencio.
—¿Dónde están los caballos, Sam?
—En el establo, cariño. Mañana te los enseñaré.
—¿No podemos verlos ahora?
Samantha sonrió a Charlie por encima de la cabecita de los pequeños y luego asintió:
—Bueno, entremos las cosas, y luego os llevaré allí.
No obstante, ahora que se encontraba en el rancho, no tenía ganas de entrar en la casa, ni de ir al establo; tampoco quería ver a Black Beauty en su cuadra, ni a Navajo ni a ninguno de los otros caballos. Todo cuanto ella deseaba era ver a Caroline, a Bill King y a Tate Jordan, y revivir una vida que ya no volvería a vivir jamás. Cuando se sentó en la silla de ruedas y Charlie comenzó a subirla de espaldas por la escalera, se le hizo un nudo en la garganta. Luego ella misma hizo rodar la silla hasta el interior de la casona y miró a su alrededor. Acto seguido, y con la misma lentitud, se dirigió a su habitación en el extremo del pasillo. En seguida los niños se le adelantaron, y ella forzó una sonrisa al mostrarles el cuarto, y después volvió a la sala de estar, donde aguardaban Charlie y Melinda. Les indicó dónde se hallaba la que sería su habitación, en el lado opuesto, pero ella no mostró deseos de verla. No quería ver el vacío dormitorio que había pertenecido a Caro y Bill.
—¿Te sientes bien?
Melinda la observaba con atención, y ella asintió con la cabeza.
—Estoy bien. De veras.
—Se te ve cansada.
No lo estaba, pero se sentía inmensamente desgraciada.
—Estoy bien.
Recordaba por enésima vez, con dolorosa exactitud, cómo se había sentido al abandonar el rancho, desconociendo el paradero de Tate, sin saber si le encontraría algún día, pero aún con esperanza. Ahora tenía la certeza de que no volvería a verle nunca más. No sólo eso, sino que había perdido a Caro… Luego, mientras contemplaba por la ventana las colinas que se perfilaban contra la luz mortecina del crepúsculo, vio una figura patizamba que avanzaba hacia la casa, semejante a un duende o espíritu del bosque, y de pronto, a pesar de tener los ojos llorosos, su rostro se iluminó. Era Josh. Había visto las luces en la casa y se apresuraba a acudir para saludarla. Con una amplia sonrisa en el rostro, Samantha se dirigió a la entrada y le esperó en su silla de ruedas bajo el porche. Pero entonces vio que Josh se detenía como si le hubiera fulminado un rayo, y la joven distinguió la expresión conmocionada que se pintó en su cara y le oyó exclamar:
—¡Oh, Dios mío…!
Y de pronto, sin darse cuenta de ello, Sam comenzó a llorar, y Josh la imitó, a medida que avanzaba hacia ella, que ahora le tendía los brazos, y luego se inclinó para abrazarla. Ambos, abrazados, siguieron llorando por Bill y por Caro y por Tate, y también por ella misma. Durante un lapso que pareció una eternidad, sólo se pudo oír el sordo rumor de sus sollozos, y luego el viejo vaquero se sonó ruidosamente la nariz y se incorporó.
—¿Por qué nadie me lo dijo, Sam?
—Pensé que la señorita Caro…
Josh meneó la cabeza con expresión dolorida.
—¿Cómo ocurrió?
Samantha cerró los ojos un instante y los abrió seguidamente. Era como si también ella hubiese experimentado la misma conmoción del viejo Josh. Como si de repente se viese a sí misma con los ojos de él, tullida, postrada en una silla de ruedas; ya no era la joven orgullosa, llena de vitalidad, semejante a un palomino, que había corcoveado por el rancho. Se hubiese dicho que su vida había llegado a su fin, que repentinamente se había vuelto como una anciana. Y en aquel momento comprendió que no podría conservar el rancho. Ella no podría manejarlo. Todos los hombres reaccionarían como lo había hecho Josh. Ahora ella era una inválida…, no importaba lo que le hubieran dicho en el hospital de Nueva York.
—Sam…
—Está bien, Josh. —Le sonrió dulcemente y respiró hondo—. Sucedió en Colorado, hace unos quince meses. Cometí una estupidez con un caballo. —Las imágenes se habían tornado borrosas, pero siempre recordaría al semental gris, Gray Devil, y el interminable instante en que estuvo volando por el aire—. Desafié el riesgo de montar un pura sangre salvaje. Era un demonio y me arrojó a un arroyo rocoso.
—¿Por qué…, por qué hiciste una cosa semejante?
Se le nublaron de nuevo los ojos mientras la contemplaba, sabiendo instintivamente lo que Samantha había exigido al animal, y ella no lo negó.
—No lo sé. —Lanzó un nuevo suspiro—. Cometí una locura, supongo. Creo que Black Beauty me hizo creer que podría montar cualquier pura sangre, y además yo estaba como trastornada. De modo que eso es lo que ocurrió.
—¿Podrás…, podrán…?
No sabía cómo formular la pregunta, pero ella comprendió en seguida lo que quería saber y meneó la cabeza.
—No. Es definitivo. Pensé que lo sabías. Supuse que Caroline te lo habría contado.
—Jamás me dijo nada.
—Tal vez estaba demasiado preocupada por lo de Bill. Él acababa de sufrir el primer infarto por aquel entonces. Yo quise venir, mas estaba muy atareada con mi trabajo, y luego… —Se le apagó la voz, pero prosiguió—: Me pasé diez meses encerrada en el hospital. —Dirigió una mirada a las familiares construcciones de las viviendas—. Después tendría que haber venido, pero no sé…, creo que tenía miedo. Miedo de afrontar lo que ya no podría volver a hacer nunca más. Y por eso no volví a verla nunca más, Josh… —Sus labios temblaban cuando agregó—: Ella quedó tan desolada después del fallecimiento de Bill…, y yo no hice nada para consolarla.
Cerró los ojos extendiendo los brazos y volvió a aferrarse al viejo vaquero.
—Ella lo soportó con entereza, Sam. Y se fue como si lo hubiese deseado. No quiso seguir viviendo sin él.
¿Entonces Josh lo sabía? Sam le escrutó el rostro y se dio cuenta de que no era ningún secreto para él.
—Se llevaban mejor que si hubiesen estado casados, Sam.
Ella asintió con la cabeza.
—Lo sé. Deberían haberse casado.
Josh se limitó a encogerse de hombros.
—No se pueden cambiar las antiguas costumbres. —Y entonces el viejo volvió a fijar sus ojos interrogantes en los de la joven—. ¿Y tú qué piensas hacer? —Parecía haber comprendido de repente cuán improbable era que Samantha conservara la hacienda—. ¿Vas a vender el rancho?
—No lo sé. —La joven parecía turbada—. No sé cómo me las arreglaría para manejarlo. Creo que mi lugar está en Nueva York.
—¿Vives con tus padres ahora?
Josh parecía interesado en saber cómo se las arreglaba sola, pero ella sacudió la cabeza con una sonrisa.
—¡Diablos, no! Vivo sola. Estoy en el mismo edificio que los amigos que me trajeron hasta aquí. Tuve que buscar un nuevo apartamento, un apartamento que no tuviese escaleras. Pero puedo cuidar de mí misma.
—Eso es extraordinario, Sam. —Y para su sorpresa, agregó—: ¿Y por qué no habrías de poder hacer lo mismo aquí? Demonios, nosotros te ayudaríamos. Y tampoco hay ninguna razón por la que no puedas montar a caballo. Siempre y cuando no se te ocurra hacer locuras.
Casi la fulminó con la mirada al decirlo, pero luego le sonrió.
—No sé, Josh. Estuve pensando en eso, pero me asusta un poco. Por eso quise venir. No quise tomar la decisión de venderlo sin haberlo vuelto a ver con mis propios ojos.
—Celebro que lo hicieras. ¿Y sabes una cosa? —dijo el viejo, entrecerrando los ojos y frotándose el mentón, de cara al horizonte que se iba oscureciendo—. Creo que tenemos una silla vieja por ahí que podríamos adaptar para ti sin inconvenientes. Y te diré otra cosa —añadió con ojos fulgurantes de nuevo—: ¡No montarás a Black Beauty aunque tenga que zurrarte en el trasero para evitarlo!
—¡Tú trata de detenerme! —exclamó ella riendo, casi como en los viejos tiempos, pero el viejo Josh lo había dicho muy en serio.
—Lo haré con sumo gusto. Quisiera saber quién fue el imbécil que te dejó montar el otro pura sangre.
—Alguien que me había visto montar.
—¡Maldita sea, todo por exhibirse!
Aquella expresión hubiera podido suscribirla el propio Tate, y los ojos de Samantha se ensombrecieron.
—¿Josh?
—¿Sí?
—¿Supiste algo de Tate Jordan?
Había pasado más de un año y medio desde que él se había ido, pero Josh meneó la cabeza.
—No. Un vaquero como tantos. Sólo Dios sabe por dónde andará. Habría sido un buen capataz, Sam.
Y también un buen esposo, pensó Samantha, pero no quiso revelar el secreto de su corazón.
—¿Cómo se porta el nuevo capataz?
—Bien, pero se va. Ha tenido otra oferta. Se lo comunicó al abogado ayer por la mañana. No quiso correr el riesgo de que vendieses el rancho y él se quedara sin trabajo. Quiso andar sobre seguro. Tiene un hato de criaturas —dijo Josh a modo de explicación, y Sam se quedó contemplándole pensativa.
—¿Y tú, Josh? ¿Te quedas?
—¡Rayos, claro que sí! Este ha sido mi hogar durante muchos años. Vas a tener que venderme junto con el rancho.
—Dime una cosa. Si no lo vendo, ¿aceptarás ser el capataz?
—¿Bromeas, Sam? —Sus ojos brillaron con interés—. Como hay Dios que aceptaré, y mi esposa se pondrá tan ufana que no habrá quien la soporte. Pero yo me sacrificaré.
Se sonrieron, Y Josh le tendió la áspera mano, que ella estrechó con alegría.
—¿Sam?
Charlie asomó la nariz por la puerta mosquitera, pues la oía hablar y no sabía con quién estaba. Ella hizo girar la silla de ruedas, efectuó las presentaciones de rigor y los dos hombres charlaron unos minutos sobre la hacienda.
Y luego, finalmente, Josh centró de nuevo su atención en ella. La había olvidado durante la breve conversación que mantuvo con Charlie por encima de su cabeza.
—¿Y cuánto tiempo piensas quedarte, Sam?
—Sólo hasta el domingo. Tenemos que regresar sin falta. Charlie y yo trabajamos juntos en Nueva York. Es un artista.
—No, yo soy un genio.
Todos corearon su risa.
—¿Sabe montar? —Charlie denegó con la cabeza, y Josh sonrió ampliamente—. Nosotros le enseñaremos. Y Sam dice que se trajo a sus hijos…
—A tres de ellos. Los chicos.
—¿Cuántos tiene en total?
—Cuatro. Dejamos a la niña en casa.
—¡Caramba —exclamó Josh—, eso no es nada! Yo tengo seis.
—¡Dios me libre!
Charlie simuló desmayarse, y todos se echaron a reír.
Entonces Josh entró para conocer a Mellie y los pequeños, y luego todos se dirigieron al establo a ver los caballos. Los niños estaban tan excitados que comenzaron a saltar entre la paja, profiriendo chillidos de alegría, ante las risas de los adultos. Se hicieron planes para darles unas lecciones al día siguiente, y entonces Sam se detuvo a contemplar a Black Beauty, tranquilo y espléndido como siempre en su cuadra.
—Es un animal de bella estampa, Sam, ¿no es cierto? —Hasta Josh le miraba con orgullo, y luego, como si de pronto se hubiese acordado de algo, volvió la vista hacia la joven—. Y ahora es tuyo, Sam.
—No —repuso ella, meneando lentamente la cabeza y con la mirada fija en Josh—. Black Beauty siempre será de Caro. Pero yo lo montaré.
Esta vez ella sonrió, pero Josh siguió impasible.
—No, ni lo sueñes.
—Lo discutiremos mañana por la mañana.
Josh no parecía muy convencido, pero volvieron con lentitud a la casa, y él les dejó en el porche, dirigiendo una última mirada a Sam, preñada de ternura. Fue entonces cuando ella se dio cuenta de que había sido como si hubiera regresado a su hogar. Aun cuando los otros ya no estuvieran allí, todavía le quedaba Josh. Y tenía el magnífico rancho que Caroline le había legado, y los recuerdos de lo que su vieja amiga había compartido con Bill, y sus propios recuerdos de lo vivido con Tate en su cabaña; nada de ello lo olvidaría nunca, sobre todo si se quedaba a vivir allí.