Aquella fue una mañana enloquecedora para Samantha: preparó dos maletas, telefoneó a la agencia de viajes, le dejó una nota con un cheque a la mujer de la limpieza y trató de clausurar el apartamento lo mejor que pudo. Tomó un taxi hasta la oficina, donde le entregó a Charlie la llave del apartamento al tiempo que le prometía enviar regalos de Navidad para los niños desde la costa del Pacífico. Luego estuvo reunida con Harvey durante más de dos horas, poniéndole al corriente de todo lo que él deseaba saber.
—Ya sabes que no tienes que hacer esto por mí, Harvey. Yo no lo quería.
Él la observaba desde el otro lado del amplio escritorio de mármol y acero cromado.
—No es lo que querías, Sam, pero es lo que necesitas, tanto si tú lo sabes como si no. ¿Vas a irte de la ciudad?
Harvey era un hombre alto, enjuto, de cabellos grises acerados que llevaba tan cortos como un infante de marina. En cierto modo, él había sido como un padre para Samantha, y, al pensarlo ahora, no le sorprendió que le hubiera concedido el descanso. Pero no habían conversado acerca de los planes que ella tenía en toda la mañana. Sólo habían hablado de los clientes y de las campañas publicitarias.
—Sí, me voy de la ciudad.
Samantha le sonrió desde el otro lado del imponente escritorio. Aún recordaba lo asustada que se había sentido la primera vez que se entrevistó con él, y lo mucho que había llegado a respetarle con el correr de los años. Pero el respeto era mutuo, como ella muy bien sabía.
—De hecho —agregó, consultando el reloj de pulsera—, mi avión parte dentro de dos horas.
—Entonces ahueca el ala de inmediato.
Harvey se quitó la pipa de la boca y sonrió, pero ella titubeó un instante sin moverse de su asiento.
—¿Es seguro que volveré a mi puesto, Harvey?
—Lo juro. ¿No tienes la carta? —Ella asintió con un gesto—. Bien. Entonces si no recuperas tu puesto, podrás demandarme judicialmente.
—No es eso lo que quiero. Yo quiero mi empleo.
—Lo tendrás, y también es posible que llegues a ocupar mi puesto.
—Ya sabes que puedo volver dentro de unas pocas semanas —dijo ella, como tanteándole, pero Harvey meneó la cabeza y la sonrisa se desvaneció rápidamente de sus ojos.
—No, Sam, no puedes. Hasta el primero de abril, y eso es todo.
—¿Por alguna razón en especial?
Él no quería decírselo, por lo que de nuevo sacudió la cabeza.
—No. Esa es la fecha que elegimos. Te enviaré todos los memorándums que sea necesario para mantenerte al tanto de lo que pase aquí, y además puedes telefonearme siempre que quieras. ¿Sabe mi secretaria dónde encontrarte?
—Aún no, pero ya se lo haré saber.
—Estupendo. —Entonces contorneó el escritorio y la atrajo hacia él sin decir nada. La retuvo un largo rato entre sus brazos y luego le dio un beso en la frente—. Tómatelo con calma, Sam. Te echaremos de menos.
Su voz sonaba un poco ronca, y Samantha tenía los ojos anegados en lágrimas mientras le retornaba el abrazo y en seguida se encaminó rápidamente hacia la puerta. Por una fracción de segundo tuvo la impresión de que la arrojaban de su hogar, y sintió que la invadía el pánico en tanto ella consideraba la posibilidad de rogarle que la dejara quedarse.
Pero al salir del despacho se encontró con Charlie que la estaba esperando en el pasillo. La acogió con una sonrisa, le pasó el brazo por los hombros y la estrechó cariñosamente.
—¿Lista para partir, muñeca?
—No.
Sam le sonrió desmayadamente y luego lloriqueó, mientras se acurrucaba y apretaba aún más contra su costado.
—Lo estarás.
—¿Ah, sí? ¿Qué te hace estar tan seguro? —Se dirigían de vuelta a su despacho, con paso tardo, y Samantha sintió que deseaba quedarse más que nunca—. Esto es una locura. Y tú lo sabes, ¿verdad, Charlie? Quiero decir que tengo mucho trabajo que hacer, hay campañas que debo coordinar, y no tengo ningún derecho a…
—Puedes seguir hablando si lo deseas, Sam, pero no te servirá de nada. —Echó una mirada a su reloj—. Dentro de dos horas te pondré personalmente a bordo de ese avión.
Samantha se detuvo bruscamente y se volvió hacia él con actitud beligerante, por lo que Charlie no pudo disimular una sonrisa. La joven parecía una niñita rebelde pero sumamente hermosa.
—¿Y si no quiero irme? ¿Qué pasará si sencillamente no me voy?
—Entonces te drogaré y te llevaré hasta allí yo mismo.
—A Mellie no le haría ninguna gracia.
—Le encantaría. Toda la semana se la pasó rogándome que la dejase tranquila.
Se detuvo, mirando a Samantha. Lentamente, ella esbozó una sonrisa.
—No voy a disuadirte, ¿verdad?
—No. Ni a Harvey tampoco. En realidad, no importa adónde vayas, Sam, sino que te largues de aquí, por tu propio bien. ¿No quieres irte? ¿No quieres alejarte de todos los interrogantes, de todos los recuerdos, de la posibilidad de toparte con… ellos?
Esta palabra sonó con un doloroso acento, y Samantha se encogió.
—¿Qué diferencia hay? Cuando sintonice el noticiario en California, ellos aparecerán en la pantalla. Los dos. Con su… —Los ojos se le llenaron de lágrimas sólo con pensar en aquellos dos rostros que habían ejercido una magnética atracción sobre ella durante todas las noches pasadas. Ella les veía siempre, y luego se detestaba a sí misma por ello, deseando dar vuelta al selector en busca de otro canal, pero incapaz de levantar la mano—. No sé, demonios, pero se diría que son el uno para el otro, ¿no te parece? —De repente su rostro se transformó en la máscara de la tristeza y las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas—. Nosotros dos nunca causamos esa impresión, ¿no es cierto? Quiero decir…
Por toda respuesta, Charlie la atrajo hasta estrecharla entre sus brazos.
—Tranquilízate, Sam, tranquilízate. Precisamente por eso necesitas tomarte unas vacaciones. Creo que lo denominan «fatiga emocional», ¿o acaso no te habías dado cuenta de ello?
Samantha lanzó un gruñido a modo de protesta y acto seguido comenzó a reír quedamente entre sollozos.
—¿Es así como lo llaman? Sí… —Se apartó de él, exhaló un suspiro y se enjugó las lágrimas—. Tal vez me hagan realmente falta unas vacaciones. —Con gesto aguerrido se echó el cabello hacia atrás y fijó los ojos en Charlie como si quisiera fulminarle con la mirada—. Pero no por las razones que supones. ¡Es que ya me tenéis harta, bastardos!