A la mañana siguiente, Samantha se entretuvo en la cocina, sentada ante una taza de café, con la mirada fija en ella y perdida en sus pensamientos. Revisó mentalmente la conversación de la noche anterior, y sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas mientras seguían posados en la taza. Agradeció que no hubiese nadie presente. Había resuelto no ir a tomar el desayuno al comedor principal. Por otra parte, tampoco tenía apetito, y no deseaba ver a Tate hasta el momento de salir a trabajar. Tuvo buen cuidado en no acercarse al establo hasta cinco minutos antes de las seis, y cuando le vio, él se hallaba en un alejado rincón, con la tablilla con sujetapapeles en la mano, impartiendo órdenes. Sam ensilló a Navajo y al cabo de pocos minutos ya estaba montada en él y aguardando en el patio. Sin embargo, por alguna razón Tate había puesto a Josh al frente del grupo de Sam, y era evidente que él no saldría, o por lo menos no con ellos. Todo ello contribuyó a acentuar aún más el fastidio de Samantha, pues era como si Tate tratara de evitarla, y con tono malicioso la joven se inclinó hacia él y en voz alta le preguntó al pasar junto a Tate:
—¿Retrasándose hoy, señor Jordan?
—No. —Él se volvió para mirarla de hito en hito—. Tengo que tratar un asunto con Bill King.
Sam asintió con la cabeza, sin saber qué contestar, pero cuando le hizo dar vuelta a su montura en la tranquera para cerrarla detrás de los demás, le vio de pie en medio del patio, observándola con una expresión dolorida, y acto seguido giró sobre sus talones y se alejó de allí. Por un instante, ella sintió la tentación de llamarle, pero no se atrevió.
Al cabo de doce horas, cabalgando con más lentitud y aplastados por la fatiga sobre las pesadas sillas de vaquero, todos los del grupo regresaron al patio central. Samantha estaba particularmente exhausta esa tarde; se había pasado el día pensando en Tate y en todo lo que él le había dicho la noche pasada. Se mostró distraída y habló con aire vago cuando se despidió de los otros, y se veía tensa al trasponer la entrada de la casa de Caroline.
—Pareces derrengada, Sam. ¿Te sientes bien, querida?
Caroline la miraba con inquietud y esperaba que el terrible aspecto que ofrecía Sam se debiera únicamente al duro trabajo. Pero en seguida le asaltó la sospecha de que se tratara de algo mucho más grave que eso. Sin hacer alusión a sus sospechas, le aconsejó que tomara un baño caliente antes de cenar, mientras ella preparaba la sopa, ponía en el asador unos bistecs y aliñaba la ensalada. Pero cuando volvió Sam, lucía unos tejanos limpios y una camisa de franela a cuadros, y parecía más que en ningún otro momento una atildada jovencita, como Caroline comentó con una sonrisa.
No obstante, a Sam le pareció que había pasado un siglo cuando por fin pudo salir por la ventana para dirigirse a la cabaña de Tate. Pero al llegar allí, tuvo la terrible certeza de que él estaba mucho más enfadado de lo que ella había imaginado. Las luces estaban apagadas y era demasiado temprano para que ya se hubiese acostado. Llamó tentativamente a la puerta y no recibió respuesta alguna. Giró el tirador como hacía siempre y entró. Pero esta vez no se encontró ante el habitual desarreglo de todas las pertenencias de Tate. Lo que apareció ante sus ojos, en cambio, fue un vacío en el que pareció sumirse, y la exclamación que profirió retumbó contra las desnudas paredes. ¿Qué había hecho Tate? Samantha sintió que la invadía una oleada de pánico al darse cuenta de que no tenía ni la más ligera idea de dónde podía encontrarle. Con el corazón latiendo aceleradamente, al tiempo que se apoyaba en el marco de la puerta, se dijo, como para tranquilizarse, que dondequiera que estuviese no podía ser muy lejos. Sabía que dentro de la hacienda, en algún lugar había un par o tres de cabañas desocupadas, y era evidente que se había pasado el día acarreando todas sus pertenencias con el fin de evitar encontrarse con ella. Si no hubiese sido tan irritante, y un síntoma de lo muy sulfurado que Tate estaba a consecuencia de la discusión que habían mantenido la noche anterior, aquella situación le habría parecido divertida. Pero mientras regresaba a la casa de Caroline en la oscuridad, distaba mucho de estarse divirtiendo.
Apenas durmió esa noche; la pasó dando vueltas en la cama, y preguntándose por qué Tate había tomado una decisión tan radical como la de mudarse a otra cabaña, y a las tres y media se levantó, pues ya no podía soportarlo más. Vagó por su habitación una media hora, se duchó, pero aún terminó demasiado temprano. Todavía le quedaba media hora más, que pasó tomando una taza de café en la cocina de Caroline, antes de encaminarse al comedor principal.
Mientras aguardaba en la fila, esperando su ración de huevos con tocino y la tercera taza de café, oyó a dos hombres que hablaban y se volvió hacia Josh con una expresión horrorizada en la cara.
—¿Qué es lo que dijeron?
—Hablaban acerca de Tate.
—Eso ya lo sé. ¿Qué dijeron?
Su rostro adquirió la palidez de un espectro. No podía dar crédito a sus oídos.
—Dijeron que es una lástima.
—¿Qué es una lástima?
Luchaba desesperadamente para no ponerse a gritar.
—Que se marchara ayer.
Josh le sonrió afablemente mientras avanzaba con la fila.
—¿Adónde?
Los latidos del corazón de Sam repercutían con tanta fuerza en sus oídos, que apenas podía oír las respuestas de Josh, pero este se limitó a encogerse de hombros antes de contestar.
—Nadie parece saberlo. Su hijo, en el rancho Bar Three, quizá lo sepa.
—¿Qué demonios quieres decir? —casi le gritó Samantha.
—¡Rayos, Sam, tranquilízate! Hablo de Tate Jordan. Se largó.
—¿Cuándo?
Por un instante tuvo la sensación de que iba a desmayarse.
—Ayer. Por eso se quedó con el fin de conversar con Bill King. A decir verdad, ayer por la mañana me dijo que eso era lo que pensaba hacer, cuando me pidió que me hiciera cargo del grupo. Me comentó que hacía mucho tiempo que lo tenía pensado. Dijo que ya era hora de buscar otros rumbos. —Josh se encogió de hombros—. Es una pena. Habría hecho un buen papel en el puesto de Bill King.
—¿Se fue así, sin más? ¿Sin dar el preaviso de quince días, sin buscar un sustituto?
Las lágrimas pugnaban por asomar a sus ojos.
—Sí, Sam, esto no es Wall Street. Cuando alguien desea marcharse, simplemente se va. Ayer por la mañana se compró un camión, cargó todas sus cosas en él y se marchó.
—¿Para siempre? —preguntó con voz apenas audible.
—Claro. No tiene ningún sentido que vuelva aquí. Ya nunca vuelve a ser lo mismo. Yo lo hice una vez. Fue un error. Si aquí no era feliz, entonces hizo lo más sensato.
¿Ah, sí? ¡Qué alegría el saberlo! Josh la miró más atentamente.
—¿Estás bien, Sam?
—Sí, por supuesto. —Pero tenía un horrible aspecto. Su tez se había vuelto cenicienta—. He dormido mal últimamente.
Tenía que contener las lágrimas…, tenía que hacerlo… Además, no había razón alguna para dejarse dominar por el pánico. No permitiría que aquel hombre se le escapara de las manos jamás. Y cuando le encontrara, él nunca volvería a hacerle una cosa semejante.
—También ayer tenías mal aspecto, ¿sabes? —le dijo Josh, mirándola fijamente—. ¿No estarás incubando la gripe?
—Quizá.
Trataba de parecer indiferente a lo que Josh le había contado acerca de Tate Jordan.
—Entonces, ¿por qué diablos no vuelves a casa y te metes en la cama?
En un primer momento quiso resistírsele, pero luego comprendió que no podría pasarse doce horas montadas en su caballo, volviéndose loca al no poder dejar de pensar adónde se habría ido Tate. De modo que asintió vagamente con la cabeza, le agradeció a Josh la sugerencia y salió del comedor general. Volvió a la casa, entró en ella y luego se detuvo dominada por incontrolables sollozos, hasta que cayó de rodillas junto al sofá e inclinó la cabeza, presa de la desesperación. Se sentía como si no tuviese fuerzas para sobreponerse a esta segunda pérdida de su vida. Esta vez no podría. No, tratándose de Tate.
De pronto, notó la presencia de Caroline junto a ella, quien la tocó ligeramente en el hombro y luego le acarició los revueltos cabellos rubios. Samantha levantó la cabeza hacia ella: tenía la cara enrojecida e hinchada, los ojos extraviados, que se fijaron en los de su amiga para ver qué podían descubrir en ellos, pero Caroline sólo movió la cabeza en señal de asentimiento, al tiempo que le decía algunas ternezas, y luego la tomó entre sus brazos para ayudarla a incorporarse lentamente y sentarla en el sofá.
Transcurrió más de media hora antes de que estuviese en condiciones de poder articular palabra. Caroline guardó silencio. Permaneció sentada junto a ella, frotándole la espalda suavemente y esperando. No había nada que decir. Se sentía profundamente mortificada al pensar que Samantha había acudido a ella para recobrarse de una enorme pérdida y ahora tenía que soportar otra igualmente importante. Por instinto sabía lo de Sam y Tate. El día anterior había sido una tortura para ella cuando se enteró por Bill de que Tate Jordan se había ido. Pero ya era demasiado tarde para detenerle o intentar disuadirle. Cuando Bill se lo dijo a última hora de la tarde, Tate ya se había marchado, y ella sólo pudo preguntarse cómo lo tomaría Samantha. Sin embargo. Caroline no se había atrevido a decírselo la noche pasada. Creyó que era preferible esperar.
Entonces Samantha la miró, con la cara colorada, los ojos enrojecidos e hinchados, y en su expresión no había nada que hiciera suponer un deseo de disimular.
—¡Se ha marchado! ¡Oh Dios, Caro, se ha marchado, y yo le amo…!
No pudo seguir hablando, y Caroline asintió pausadamente. Lo comprendía perfectamente bien. Ella había tratado de explicarle que aquí las cosas eran diferentes, que había cosas que le importarían a él y que, en cambio, le parecerían carentes de importancia a ella.
—¿Qué sucedió, Sam?
—¡Oh, Dios, no lo sé! Nos enamoramos en Navidad… Fuimos a… —Miró a Caroline con embarazo—. Descubrimos vuestra cabaña y nos encontrábamos allí al principio, pero no muy a menudo. No estábamos metiendo las narices…
—Está bien, Sam —la atajó Caroline con voz queda.
—Sólo deseábamos un lugar donde estar solos.
—Nosotros también —confesó Caroline casi con tristeza.
—Y luego cambió de cabaña con alguien y yo iba a verle casi todas las noches…, a través del huerto… —Hablaba casi balbuceando y tenía la cara bañada en lágrimas—. Y entonces, la noche pasada… estábamos viendo la televisión, y apareció John en un noticiario especial, y al principio estuvimos bromeando, y él quiso saber… si encontraba a John bien parecido o algo así…, y entonces mencioné que había estado casada con él… y Tate se puso furioso. No lo comprendo. —Tragó saliva con esfuerzo—. Se volvió loco, diciéndome que no podía estar casada con un astro de la televisión y, en un abrir y cerrar de ojos, estar enredada con un vaquero, que así nunca sería feliz, que merecía algo mejor, que… —No pudo seguir hablando, sofocada por los sollozos—. ¡Oh, Dios, y ahora se ha ido! ¿Qué haré? ¿Cómo podré encontrarle? —El pánico se apoderó de ella como le había estado sucediendo toda la mañana—. ¿Sabes adónde se ha ido? —Caroline meneó la cabeza con tristeza—. ¿Lo sabe Bill?
—Lo ignoro. Le llamaré en seguida a su despacho y se lo preguntaré.
Se alejó de Sam y se acercó a su escritorio, donde tenía el teléfono. Sam escuchó con el alma en un hilo, pero era evidente que Bill no sabía nada en absoluto, y también él lamentaba que Tate se hubiera ido. Siempre había contado con él para que un día, cuando ya fuera demasiado viejo para conducir el rancho, ocupara su puesto. Pero ahora eso no sucedería jamás. Sabía que Tate se había marchado para no volver.
—¿Qué te dijo? —inquirió Samantha con aire compungido cuando su amiga volvió y se sentó a su lado.
—No mucho. Dice que Tate le aseguró que se pondría en contacto con él cualquiera de estos días, pero Bill me advirtió que él no confiaría en ello. Sabe cómo son estos hombres. Tate ni siquiera dejó una dirección donde enviarle la correspondencia.
—Entonces tendré que ir a ver a su hijo al rancho Bar Three —dijo Sam casi al borde de la desesperación, pero Caroline meneó la cabeza.
—No, Sam. El muchacho se despidió y se marchó con él. Eso es todo cuanto Bill sabía. Cargaron juntos las cosas en el camión y se fueron.
—¡Oh, Dios mío!
Samantha hundió la cara en las manos y comenzó a sollozar de nuevo, quedamente esta vez, como si su corazón ya estuviese hecho pedazos y sólo le quedara un gran vacío.
—¿Qué puedo hacer por ti, Sam?
Ahora había lágrimas también en los ojos de Caroline. Sam la miró y le respondió:
—Ayúdame a encontrarle. Te lo ruego.
—¿Cómo?
Sam se dejó caer contra el respaldo del sofá, lloriqueando mientras meditaba.
—Irá a algún rancho de algún lugar… ¿Cómo podría conseguir una lista de todas las haciendas?
—Yo puedo darte los nombres de todas las de esta zona, y los hombres te darán los demás. No, yo se los pediré. Buscaremos alguna excusa, una buena razón. Sam… —A Caroline se le encendieron los ojos—, le encontrarás.
—Así lo espero. —Sonrió por primera vez en muchas horas—. No cejaré hasta que le encuentre.