Las luces se encienden. Danielle mira a Hempstead. Ambas están llorando. Sevillas y Doaks van al encuentro de Danielle mientras Max y Georgia entran en la sala. Ella los abraza a todos, y caminan juntos hasta el banco de la defensa.
Hempstead carraspea y se recupera lo suficiente como para hacerle una seña a la taquígrafa para que escriba en el acta.
—¿Señor Langley?
El fiscal está muy pálido.
—¿Sí, señoría?
—¿Tiene algo que decir?
—¿Cómo, señoría?
Ella da unos golpecitos de impaciencia con el bolígrafo sobre la mesa.
—En pie. Tiene que terminar esta vista.
Él obedece rápidamente.
—Yo… Eh… El Estado retira todos los cargos contra Max y Danielle Parkman.
Hempstead asiente.
—Señora Parkman, por favor, póngase en pie.
Danielle obedece.
—Señora Parkman, el tribunal rechaza las acusaciones que pesaban contra usted y contra su hijo. Sin embargo, antes de que se vayan, me gustaría pedirles disculpas de parte de este tribunal y del estado de Iowa. Han sufrido una horrible experiencia, que ojalá nunca hubieran tenido que soportar. Por desgracia, cuando uno se enfrenta con la maldad y la tragedia que hemos visto hoy, nada parece lo que es en realidad —dice, y sonríe ligeramente a Sevillas—. Por supuesto, también se absuelve al señor Sevillas de desacato.
—Gracias, señoría —dice él.
El alguacil se pone las manos en las caderas y anuncia:
—¡Todos en pie!
Doaks señala la puerta con un gesto de la cabeza.
—Salgamos de aquí.
Tony pasa el brazo por los hombros de Danielle y la protege de los flashes de los periodistas mientras recorren el pasillo hacia la salida. Ella esconde la cara en su cuello, porque la emoción y el agotamiento le han pasado factura de repente.
Entre sollozos, se da cuenta de que Max está bien. Aunque nunca lo había creído, se da cuenta del terror que le causaba el diagnóstico de Maitland. Georgia la abraza con los ojos llenos de lágrimas. Danielle la suelta y se aferra a Max, que sonríe.
—Eh, mamá, que no me voy a ir a ninguna parte.
Ella sonríe entre las lágrimas.
—No voy a perderte de vista nunca más.
Tony la abraza y dice, con la voz ronca:
—Gracias a Dios que ha terminado todo.
—Pero Marianne se ha escapado.
—La encontrarán.
Ella niega con la cabeza.
—No creo.
Doaks le tira del brazo.
—Eh, nena, ¿es que no has tenido bastante? Vamos a tomar algo.
Ella sonríe. Codo con codo, los cinco recorren el pasillo.