Danielle ve pasar las luces de la ciudad. Doaks y ella van camino del aeropuerto de Chicago. Ella deja de teclear en el ordenador y lo guarda en su maletín. El trayecto es silencioso; están en punto muerto. Pese a lo que han descubierto sobre Marianne, Doaks se empeña en que llamen a Sevillas antes de seguir con la investigación. Danielle le pide que vayan a Phoenix. Hay mucho tráfico.
Doaks le da su teléfono.
—Haz esa llamada.
—¿Para qué? Ya sabes lo que va a decir.
—Y tú sabes que tiene razón —replica Doaks, y marca el número. Hay una pausa—. Sí, sí, ya lo sé. Eh, no las pagues conmigo, colega. Es tu cliente, ¿no te acuerdas? —hay otra pausa—. Bueno, hemos descubierto algunas cosas que merecen la pena.
Doaks le explica lo que han averiguado sobre Marianne: su aventura con el doctor, su chantaje, la falsificación de la historia de Jonas y la dirección que tenía en Phoenix. Hay otro silencio.
—Sí, ya te oigo. No estoy sordo. Ni hablar. Yo no soy tu mensajero. Díselo tú —dice Doaks, y le da el teléfono a Danielle.
Ella suspira y se lo pone en la oreja. Se imagina la mandíbula apretada de Sevillas, su ira contenida.
—Hola.
—¿Eso es todo lo que tienes que decirme?
—Tony, mira, lo siento…
—No empieces con eso, Danielle —dice él, en un tono de frustración y ansiedad—. Toma ese vuelo. No quiero excusas. No quiero explicaciones. Tienes que aparecer en la vista de mañana. ¿Sabes en qué lugar me vas a dejar frente al tribunal si no asistes a la vista de tu libertad condicional? No pienso cometer una falta de ética profesional, ni echar por tierra mi carrera solo para que tú puedas hacer una caza de brujas absurda.
—Sé que te pongo en una situación muy difícil, pero…
—Olvídate de mí. Piensa en ti misma, y en Max.
—Estoy pensando en él.
—En este momento, tu hijo está fuera de sí porque te has marchado, investigando todo lo que puede sobre Fastow, intentando demostrar que lo hizo él, para que tú vuelvas. Aunque Georgia esté aquí, no creo que Max pueda soportarlo mucho más.
—Pero está bien, ¿no? —pregunta ella con ansiedad.
—Hasta el momento sí —dice él—. Georgia está aquí conmigo. Ella lo ha visto. Como es tu mejor amiga, tal vez le hagas caso a ella.
Danielle oye un sonido y después, la voz de Georgia.
—Danny, Max está bien. Acabo de estar con él. Pero ¿sabes que cuando está muy nervioso o asustado se concentra de un modo maniático en algo? Pues es lo que está haciendo ahora.
Danielle cierra los ojos. Tiene miedo.
—¿Crees que está a punto de sufrir una crisis? Dímelo, e iré para allá inmediatamente.
—No —dice ella lentamente, como si quisiera ocultar lo que están hablando para que no lo oiga Sevillas—. Max está consiguiendo esconder la mayoría de las pastillas, y yo no he notado ninguna señal de que esté perdiendo el contacto con la realidad. Pero de todos modos, tienes que volver para asistir a la vista.
—Pero ¿crees que, siempre y cuando cumpla eso, debería seguir con lo que estoy haciendo si significa que posiblemente podré poner en libertad a Max?
—Yo diría que es cierto —dice Georgia lentamente.
—¿Entiendes por qué pienso que ir tras Fastow no es la respuesta?
—Sí, lo entiendo, y estoy de acuerdo contigo. Solo sería un arreglo temporal.
—Volveré a tiempo para ir a la vista. Te quiero, Georgia. Cuida a mi niño hasta mañana.
—Muy bien. Voy a estar con él hasta que se quede dormido, y mañana lo llevaré a la vista con nosotros.
Danielle siente un alivio abrumador.
—Que Dios te bendiga, Georgia.
—Yo también te quiero, Danny.
Otro susurro. Después, Tony.
—No sé de qué estabais hablando, pero no creo que Georgia entienda la gravedad de tu situación.
—Tony, por favor, compréndeme. Tengo que ir a Phoenix. Volveré a tiempo para la vista.
—Escúchame, Danielle. Has quebrantado los términos de la libertad bajo fianza. Ahora eres una delincuente a la fuga. En la comisaría hay un gran revuelo. Se han dado cuenta de que tu monitor no se mueve. ¿Es que te crees que, porque sean de Iowa, son idiotas? Lo único que tuvo que hacer tu hijo es encender su maldito teléfono.
Ella lo oye tomar aire profundamente. Transcurre un momento.
—Lo único que me importa es lo que os ocurra a Max y a ti. Y, a menos que aparezcas en la vista de mañana, van a conseguir una orden de registro de tu apartamento. Cuando averigüen que no has estado allí, organizarán un control en el aeropuerto de Des Moines y te pondrán las esposas en cuanto bajes del avión.
Ella siente terror.
—¿Qué les has dicho?
—Que estás enferma, en cama. Que estás tan enferma que no te has movido en cuarenta y ocho horas. Que tengo pensado pedir un informe médico por si lo pide el juez. Que ese maldito dispositivo está estropeado otra vez.
—Tony, de veras lo siento, pero tenemos una buena pista. Marianne…
—Olvídate de Marianne. Eres abogada, así que compórtate como tal. ¿Qué importancia tiene que chantajeara a un hombre con quien tenía una aventura? ¿Qué importancia tiene que falsificara anotaciones de historias médicas? Esto es un caso de asesinato, Danielle, no de delitos económicos.
—Pero… yo estoy segura de que ella está involucrada en el asesinato de Jonas.
—¿Por qué?
—Porque es una mentirosa y una extorsionadora —dice ella—. Porque utilizó información falsa para ingresar a Jonas en Maitland, cuando no era necesario.
—Te estás aferrando a una esperanza inútil, Danielle —dice él con cansancio—. Estoy intentando ayudarte y salvar a Max, demonios, y tú estás haciendo todo lo posible por estropearlo.
—Tony, por favor, escúchame —dice ella—. Espero que entiendas lo mucho que… me importas.
—Y tú a mí —dice él—. Pero no podemos ir a ninguna parte si sigues con esto. Escucha, todo ese asunto de Fastow ha dado resultado. Él lo hizo.
—¿Qué?
—Que por fin tenemos un verdadero sospechoso, aparte de Max. Ya puedes dejar de intentar cargarle el asesinato a la madre. Tengo los resultados del análisis toxicológico de Smythe y del de sangre de Max, y la descomposición química de las cápsulas.
—¿Y qué dicen?
—Que tenías razón —responde Tony—. Se ocultó que despidieron a Fastow del hospital vienés en el que trabajaba. Había desarrollado un fármaco psicotrópico supuestamente milagroso que, aunque era asombroso en algunos sentidos, también tenía efectos secundarios dañinos. Creen que Fastow falsificó datos durante las pruebas clínicas, pero el hospital no pudo probarlo, así que lo despidieron. Entonces, Fastow amenazó con demandarlos por incumplimiento de contrato, porque sabía que no podían demostrar nada. Parece que le dieron buenas referencias solo para librarse de él. De cualquier modo, está claro que Fastow lleva mucho tiempo intentando crearse una buena reputación. Max averiguó que tiene vínculos con una farmacéutica suiza con la que va a patentar un fármaco nuevo. Ese niño… es increíble.
Ella solo puede ver las cápsulas azules.
—¿Qué clase de fármaco?
Se oye un movimiento de papeles.
—El informe definitivo de Smythe y los resultados de toxicología coinciden. El laboratorio no pudo identificar los químicos que había en la sangre de Max. Se los han enviado a un especialista de Nueva York para que haga más análisis. Nadie sabe qué es la sustancia.
Ella cierra los ojos.
—Max —susurra. Abre los ojos y dice—: Tony, tienes que conseguir una orden contra Fastow y Maitland, para que dejen salir a Max del hospital. Max sigue allí, tomando esas pastillas, salvo las que haya podido esconderse debajo de la lengua y tirar por el váter. Tienes que detenerlos. Dios sabe a qué otros pacientes habrá envenenado ese hombre.
—Lo que tengo planeado, cosa que sabrías si hubieras estado aquí, es hacer un careo entre Fastow y Smythe durante la vista, y pedir una orden para que le den el alta a Max. Esa sería la manera más rápida de conseguir que el tribunal nos la conceda —dice—. Estoy buscando al abogado que gestiona la patente del fármaco para poder requerirle el expediente. Seguramente no lo tendré a tiempo para llevarlo a la vista, pero de todos modos lo conseguiremos —dice Tony, y hace una pausa—. ¿Dónde estáis, exactamente?
Danielle mira por la ventanilla. El tráfico ha empezado a moverse.
—Estamos a diez minutos de O’Hare.
—De vuelta —dice él.
Ella se queda en silencio. Danielle no puede negar que lo que él ha dicho es completamente lógico. Sin embargo…
—Cariño —dice él. La palabra parece fuera de lugar, pero suena bien—. Por favor. Sabes que tengo razón.
A Danielle se le acelera el corazón al oír aquella expresión de afecto, pero su cabeza toma las riendas.
—Lo siento, Tony. Sé que lo que voy a hacer parece algo absurdo, teniendo en cuenta los riesgos. Pero tengo que seguir esta pista de Marianne.
—Te van a encerrar y a tirar la llave al mar —dice Doaks.
Tony emite un sonido de frustración.
—Nos replantearemos la defensa cuando Fastow testifique.
Danielle mira a Doaks. Sabe que Sevillas le ha convencido de que ese es el mejor camino antes de que el detective le pasara el teléfono. Doaks se encoge de hombros.
Ella hace una pausa.
—Está bien —dice lentamente—. Volveré. Pero tienes que prometerme que vas a requerir que dejen salir a Max de Maitland a primera hora de la mañana.
—Trato hecho.
—Y que, en cuanto acabe la vista, Doaks se marchará directamente a Phoenix.
—De acuerdo.
Danielle suspira.
—Nos veremos mañana.
—Que tengáis buen vuelo.
Ella cuelga y le devuelve el teléfono a Doaks.
—Lo que te ha dicho tiene sentido, y lo sabes —le dice él.
Danielle no responde. Por fin, el taxi sube la rampa y se detiene junto al bordillo. Doaks y ella toman sus bolsas de viaje, pagan el trayecto y se ponen en la cola. Doaks se saca el billete del bolsillo.
—Todavía falta un poco. Voy al servicio.
—Adelante —le dice ella—. Dame tu bolsa. Yo facturaré. Nos vemos en la puerta. ¿Puedes traerme un café cuando vuelvas?
—Claro, claro —refunfuña él—. Y de paso abrillantaré el suelo.
Ella toma su bolsa de viaje y lo ve alejarse.
En cuanto lo pierde de vista, saca su ordenador portátil y consulta el correo electrónico. Ha llegado la confirmación. Toma ambas bolsas y se dirige al extremo contrario de la terminal, donde tiene reservado un vuelo hacia Phoenix, Arizona.