Danielle mira ciegamente los platos de papel vacíos. Han terminado de comer. Ella ha hecho todo lo posible por contarles a Sevillas y a Doaks lo que ocurrió en Maitland, incluidas sus sospechas sobre el tratamiento que estaban recibiendo Max y Jonas en Maitland. Habla de la sobredosis que le administró Fastow a Max, del uso de las correas que hacen en secreto, de su negativa a permitirle a ella que participara en el proceso, y finalmente, el hecho de que le prohibieran ver a su propio hijo. Subrayó que Max había estado deprimido, pero que no había sido violento, y que su estado se había deteriorado drásticamente después de ingresar en Maitland.
Lo que le preocupa de verdad es lo que no les ha dicho.
Ha omitido el comportamiento violento que Max tuvo con ella, y los comentarios perjudiciales que había leído en el ordenador, por no mencionar que había cometido un delito al colarse en Maitland y hurgar en su sistema informático. Tiene que recordarse constantemente que no debe exponerse a que la acusen de otro delito más, revelando cosas que no debería saber. El Estado ya tiene suficiente cuerda para colgarla.
La omisión más importante, por supuesto, es que halló a Max en el suelo, acurrucado entre sangre, con el arma homicida en la mano. Eso se lo llevará a la tumba.
Sevillas y Doaks han vuelto del servicio. Ella se pregunta por qué parece que los hombres siempre mantienen sus conversaciones más importantes mientras están en un urinario. En aquella ocasión, está claro que han estado repasando la historia que ella les ha contado. Para ver si se la creen. Para ver si pueden construir una defensa con esa base.
Sevillas se sirve otra taza de café antes de acercarse a ella. Doaks se deja caer en su silla y pincha los restos de su empanada con el tenedor. La caja negra está en un extremo de la mesa de reuniones, esperando.
—Bueno —dice Sevillas—, ya hemos analizado sus pruebas. Hemos oído tu versión. Lo que no hemos tratado todavía es si tienes alguna idea de quién podría haber hecho esto.
Danielle siente sus ojos clavados en ella. Se obliga a olvidar a Max y a pensar como una abogada.
—Creo que debemos tener en cuenta que puede haber sido cualquiera. Tenemos que explorar todas las posibilidades, investigar a todos los empleados, desde el conserje hasta los médicos, a cualquiera que tenga antecedentes violentos y que tuviera la oportunidad de estar allí, aunque no sepamos si tiene o no tiene un móvil.
—Buena idea —dice Sevillas.
—También deberíamos pedir los expedientes de otros pacientes que estuvieran en la unidad, y que tuvieran tendencias violentas —prosigue Danielle—. Recordad lo que os conté sobre esa chica, Naomi, que estaba presente cuando Max tuvo el… altercado con Jonas, y a la que tuvieron que sacar a rastras de la habitación. Era muy rara y violenta, por no mencionar que era cinturón marrón de kárate. Los enfermeros pueden testificarlo. Y ella misma me contó que corta a la gente. Necesitamos su historia clínica y la información sobre su pasado. Además hay un chico llamado Chris, que le rompió el brazo a su madre, aunque solo lo he visto una vez en la unidad. No estoy segura de si sigue allí. Para estar seguros, creo que deberíamos pedir los registros y las historias médicas de todos los pacientes de la unidad. Estoy segura de que se negarán alegando el secreto médico, pero tenemos derecho a conocer los detalles de quienes estaban en la unidad ese día, y también si sus historias psiquiátricas incluyen violencia de algún tipo.
Sevillas asiente.
—¿Y la madre del niño? ¿Hay alguna prueba de que haya tenido comportamientos violentos con su hijo?
—No —dice ella, pero entonces se queda callada. Danielle no ha presenciado nada que le haga pensar ni siquiera remotamente que Marianne sintiera nada malo por Jonas. De hecho, su impresión es exactamente lo contrario. De todos modos, tiene que encontrar otros sospechosos para desviar la investigación de Max. Odia lo que está a punto de hacer, pero no tiene más remedio—. No podemos ignorar a nadie en este punto. También me gustaría hablar sobre mi participación activa en la investigación.
Doaks arranca una hoja de su cuaderno y niega con la cabeza.
—No se ofenda, pero llevo en esto desde hace muchos años, y no hay manera de que acepte que alguien se inmiscuya en mi parte del show.
Sevillas aparta la mirada y tose, pero Danielle alcanza a ver su sonrisa. Se gira hacia Doaks.
—Entenderá usted que lo que está en juego aquí es la vida de mi hijo. Yo no voy a interferir, pero tengo información que usted no tiene, y hay mucha gente con la que hablar, y a la que seguirle el rastro.
Doaks agita la mano huesuda.
—Ni hablar. Tal vez no lo parezca, señorita, pero yo tengo todo lo que necesito, aquí mismo —dice, dándose un golpecito en la sien con el dedo—. No he precisado ayuda en treinta años, y soy muy viejo para empezar ahora.
—Vamos, Doaks —interviene Sevillas—. Por una vez tienes una clienta lista. Es la mejor fuente de información que tenemos. Tal vez pueda ayudarte. Además, así la mantendré alejada de la faceta legal.
Doaks fulmina a Sevillas con la mirada.
—Tú no te metas en esto.
Sevillas mira a Danielle.
—¿Prometes que no vas a inmiscuirte en los asuntos de Doaks?
—Por supuesto —dice ella.
—Entonces, búscate otro detective —zanja Doaks. Toma su cuaderno y comienza a levantarse de la silla.
—John, no podemos olvidar por qué estamos aquí —dice Sevillas, y lo mira significativamente.
—No me presiones, Tony. No me importa lo que hicieras para sacar a Madeleine de ese sitio. Ya usaste ese comodín hace mucho tiempo —responde Doaks. Vuelve a sentarse, y mira a Danielle, que ha presenciado aquella conversación en silencio, consciente de que está llena de un significado que ella no comprende—. Mire, señora Parkman…
Ella le sonríe.
—Llámeme Danielle, por favor.
—Sí, sí, Danielle —murmura él—. Si vas a meterse en mis cosas, tenemos que poner unos límites claros. Líneas que no puedes cruzar.
—Tienes razón —dice ella—. ¿Qué me sugieres?
—Hay algunos sitios a los que no vas a ir. Y hay algunas cosas que tengo que hacer solo, como por ejemplo entrevistar a los testigos importantes.
Ella asiente.
—No es nada personal —continúa él—, pero tengo contactos que me estropearías si alguien supiera que yo estoy…
—¿Escuchando lo que opina una mujer?
—No —responde él con irritación—. Esto no es una cuestión de machismo. Lo que pasa es que mis confidentes saben que trabajo solo. Por eso confían en mí.
Sevillas mira a Danielle.
—Seguro que la señora Parkman respetará tu relación con las fuentes, y se esforzará en preservar tu reputación impecable.
Doaks le lanza una mirada de maldad.
—No estaba hablando contigo, idiota. Si quieres saber lo que está pasando, vas a tener que hablar con tu cliente.
Sevillas se pone serio al mirar la caja negra.
—Vamos a ver lo que tenemos.
Danielle observa a Doaks mientras él saca una navaja del bolsillo y abre la tapa de la caja. Sevillas mira a Danielle.
—Nada de lo que hay en esa caja va a ser bueno. Tú eres abogada, y tal vez creas que no te va a afectar como le afectaría a un profano en la materia. No es así.
Ella nota una presión en la garganta. Asiente.
Doaks saca un taco de papeles de la caja. Mientras los mira, se los va pasando a Sevillas, que hace lo propio y se los da a Danielle. Doaks murmulla mientras observa los documentos.
—Aquí no hay mucho. El informe es muy incompleto. Hay algunos diagramas de la escena del crimen, pero no adjunta la autopsia, ni los análisis del laboratorio.
Danielle se pone de puntillas y mira por encima del hombro de Sevillas. Lo que ve es algo que ha estado intentando borrarse de la memoria; salpicaduras de sangre, paredes manchadas, la cama ensangrentada. Cierra los ojos. Cuando los abre de nuevo, ve los ojos vidriosos de Jonas mirándola. Se le encoge el estómago. Danielle se obliga a estudiar aquellos primeros planos. Hay punciones pequeñas, pero horrendas, en ambos antebrazos. Se muestran diferentes ángulos del cadáver ensangrentado. Jonas tiene agujeros profundos en los muslos, y rasgaduras oscuras y sanguinolentas a ambos lados de los genitales. Y un corte junto a la arteria femoral.
Doaks señala aquello.
—Parece que la mayoría de la sangre proviene de aquí —dice, y les muestra imágenes de las salpicaduras que hay en la pared y en el techo. Silba en voz baja.
A Danielle se le revuelve el estómago. Vuelve a su silla, que está al otro extremo de la mesa, lejos de la caja. Respira profundamente varias veces y se concentra en los papeles que tiene delante. Los va colocando en grupos ordenados. Aquello la tranquiliza, y cuando Sevillas le entrega el montón de fotografías de la escena del crimen, es capaz de mirarlas casi con indiferencia.
Las observa una por una, y se estremece al ver la camiseta ensangrentada de Max y el contenido de su propio bolso. Hay algo que le produce inquietud. Abre mucho los ojos, y vuelve a mirar las fotografías una por una.
—No está aquí —susurra—. Oh, Dios mío, no está.
—¿El qué? —pregunta Doaks.
Sevillas rodea la mesa y se acerca a ella.
—¿Qué ocurre, Danielle?
Ella le da las fotografías.
—El peine.
Sevillas repasa las imágenes junto a Doaks.
—¡Vaya!
—Dios mío —dice Doaks—. Debería haber un millón de fotografías de ese peine. De antes de que alguien lo guardara en una bolsa y clasificara las pruebas, y mucho antes de que lo enviaran a la central.
Sevillas cabecea.
—Tiene que ser una casualidad. No es posible que lo hayan pasado por alto. Debe de ser que no nos han entregado todas las fotografías.
—Sí —dice Doaks—. O el fotógrafo era un completo inútil, o algún idiota de la oficina del fiscal se olvidó de incluirlas en la caja.
—¿Y si no es un error? —pregunta Danielle.
Doaks se ríe.
—Eso significaría que sería mucho más fácil componer esta defensa. Significaría que uno de los chicos de Barnes la ha pifiado a base de bien.
Sevillas le devuelve las fotografías a Danielle.
—No te hagas ilusiones, Danielle. Tienen el peine. Aunque se les hubiera olvidado fotografiarlo, los policías testificarán que lo encontraron cuando registraron tu bolso. Seguramente, alguien lo guardó en una bolsa muy pronto para protegerlo, y por eso no aparece en las fotografías.
—Creo que después me voy a pasar por el Departamento de Policía de Plano para asegurarme —dice Doaks—. No os podéis imaginar las cosas tan raras que han pasado en ese sitio.
—Claro. ¿Qué mal puede hacernos? —dice Sevillas. En ese momento suena el teléfono. Después de una conversación en voz baja, cuelga y se vuelve hacia Danielle.
—¿Qué ocurre, Tony?
—Han llamado del juzgado —dice él—. La jueza nos ha denegado la petición. No puedes ver a Max.
Ella nota una punzada de dolor en el corazón.
—¿Durante cuánto tiempo?
—Hasta después de la vista.
Danielle se da la vuelta mientras las lágrimas se le derraman por las mejillas. Sevillas mira a Doaks.
—Vamos a seguir.
Doaks toma su cuaderno.
—Está bien. Tenemos los registros informáticos de las entradas y salidas de Danielle, incluyendo las del día del asesinato. Tenemos los registros de Max; vamos a ver lo que dicen —sugiere, y los busca por la caja. Después empieza a leer—:
«Paciente sufre aumento de agitación y alucinaciones… Paciente violento 2:00 madrugada/ precisa inmovilización…».
Danielle respira profundamente y se gira hacia ellos.
—¿Quién ha escrito esas notas?
Doaks mira una de las páginas.
—Una enfermera… ¿Krang?
—Kreng —dice ella, y mira a Sevillas—. Puedo explicarlo.
Sevillas alza una mano.
—Después analizaremos eso.
Pasan las siguientes horas revisando el contenido de la caja negra. Danielle tiene que apretar los dientes cuando Doaks lee las anotaciones de Reyes-Moreno, que detallan el comportamiento psicótico de Max, de un Max a quien ella no reconoce. El fiscal del distrito debe de haber hecho su agosto en Maitland.
Para en seco al ver una serie de anotaciones que describen varios episodios violentos entre Max y Jonas. Por esas anotaciones es imposible saber quién provocó esos enfrentamientos, aunque se da a entender que fue Max, y que Jonas tuvo que defenderse. Ella no lo cree. De haber sido así, Marianne habría hablado con ella. Observa la historia clínica de Max. Hay una anotación hecha por la enfermera que estaba de servicio el día del asesinato.
Paciente inmovilizado con correas. Permanece en su habitación durante la hora de la comida.
Danielle suspira de alivio. Vuelve a prestar atención a Doaks y a Sevillas, que están hablando sobre lo que la policía encontró en la habitación de Max.
—Estoy pensando una cosa —dice Sevillas—. Vamos a pedir la impugnación de todas las pruebas que encontraron en la habitación de Max. Tenían mucho tiempo para poner a un oficial de policía en la puerta del cuarto y pedir una orden de registro. Han alegado que las circunstancias eran apremiantes, pero nosotros argumentaremos que el tribunal debe rechazar ese argumento —explica, y se encoge de hombros—. Merece la pena intentarlo.
Tony se pone en pie y se estira. Debajo de sus ojos han aparecido las primeras señales oscuras de fatiga, y tiene la sombra de la barba en la mandíbula. Parece que es el único que no se ha dado cuenta de que el sol se está poniendo por el horizonte.
—Doaks, el informe del forense no está aquí.
—He pensado en ir a ver al viejo Smythe a primera hora de la mañana.
—Muy bien —dice Sevillas—. Entonces quiero que pases por la policía y averigües lo que puedas, sobre todo en relación a ese peine.
—Ya he dicho que lo voy a hacer —refunfuña el detective.
—También quiero que pidas unos análisis de sangre para Max —dice Danielle—. Tengo la sospecha de que la medicación que le están dando contribuyó a su desequilibrio en Maitland, y tal vez causó su… comportamiento violento.
Sevillas la mira fijamente. Danielle baja la cabeza. Ha admitido que Max tuvo un comportamiento violento, fuera cual fuera la causa, y eso implica que tal violencia pudo llevarlo al asesinato.
Es la primera vez que ha sugerido, aunque sea implícitamente, que cabe la posibilidad de que Max matara a Jonas.
—No espero que Maitland colabore —dice Sevillas—, pero incluiré la petición en nuestro requerimiento de pruebas. Seguramente no conseguiremos el permiso hasta que la jueza lo decida en la vista.
—Le pedí a una amiga mía que investigara a Fastow, el farmacólogo que le administró la sobredosis a Max, pero ella solo ha podido averiguar que su último trabajo fue en Viena, donde estaba investigando sobre psicotrópicos. Creo que deberíamos hacer una investigación más minuciosa sobre su pasado.
Sevillas la mira.
—¿Sospechas que la sobredosis fue intencionada?
—No lo sé. No pondría la mano en el fuego, pero Fastow tiene algo malo.
—¿Por qué lo crees?
—Me lo dice el instinto.
—¿Algo más objetivo que eso?
—No.
Sevillas asiente a Doaks, que toma nota.
—Con el argumento de que es demasiado antipático como para no ser culpable, ¿no?
Sevillas se frota la nuca.
—También me he dado cuenta de que solo tenemos parte del informe de Max, y nada de la historia clínica de la víctima. Si están intentando crear un móvil introduciendo pruebas de violencia entre Max y Jonas, necesitamos ambos expedientes completos.
Danielle guarda silencio. Si Sevillas consigue la historia de Max a través de una solicitud, ella no tendrá que admitir que entró ilegalmente en el sistema informático de Maitland para poder justificar su afirmación de que el hospital ha debido de tener algo que ver con la muerte de Jonas. Tal vez, cuando Tony vea las extrañas anotaciones que hay en la historia de Max y las compare con el chico a quien ha conocido, entienda el motivo de su furia contra Maitland, por el trato que le ha dispensado el hospital a su hijo.
Doaks se acomoda en la silla.
—Se me ocurren varias cosas. Si tienen el peine, quiero verlo. Y también quiero visitar a esa mujer, a la enfermera Krang.
—Kreng —dice Danielle—. Te acompañaré. Tengo mucha información que tú desconoces.
Doaks le lanza a Sevillas una mirada venenosa, y se vuelve hacia Danielle.
—¿Te acuerdas de esas cosas que tengo que hacer solo? Pues este no es un buen motivo para que nosotros fortalezcamos nuestros vínculos.
—Danielle, es evidente que no puedes acercarte a Maitland —dice Sevillas—. Y de todos modos, dudo que la enfermera hable con Doaks. No tiene por qué hacerlo, si no quiere.
—Claro que hablará conmigo —dice Doaks sonriendo—. Tengo mis encantos.
—Pero Danielle también tiene razón en lo de querer prepararte —dice Sevillas.
Doaks mira al cielo.
—¿Por qué yo, Señor?
Danielle se cruza de brazos y espera. Doaks suelta un gruñido.
—Está bien, está bien. Te recogeré a las siete en punto, y por el camino puedes ir hablándome de Kreng. Voy a aparcar lejos de Maitland, y tienes que prometerme que te vas a quedar en el coche hasta que haya terminado.
Danielle sonríe.
—Claro.
—Me temo que tengo más noticias malas —dice Sevillas, y señala unos documentos que hay sobre su escritorio—. La fiscalía ha pedido que se te retire la libertad bajo fianza. Quieren que se discuta durante la vista preliminar.
—¿Y con qué argumentos?
Sevillas se encoge de hombros.
—Parece que tienen una información de la que no disponían en el momento en que la jueza te concedió la libertad bajo fianza.
Danielle piensa febrilmente. ¿Es posible que hayan averiguado que se coló en el hospital y accedió ilegalmente al sistema informático?
—¿Y cómo podemos enterarnos de lo que tienen?
—Intenta no pensar en ello, Danielle. Necesito que sigas razonando como una abogada de modo que podamos hacer un buen plan de defensa.
Danielle asiente. Sin embargo, el pánico se ha apoderado de ella. Tiene que seguir fuera de la cárcel. Si la meten entre rejas, ¿cómo va a dirigir la investigación? Y de ser necesario, ¿cómo va a encontrar otro sospechoso para el jurado?
La cruda verdad de ese último pensamiento le hiere el corazón. En algún momento ha vacilado en su absoluta convicción de que Max es inocente. Se ha visto obligada a aceptar que Max ha podido matar a Jonas, aunque se deba a la medicación o a otra cosa.
Sin embargo, hará lo que sea necesario para liberarlo.