Danielle se despierta de un sueño profundo e inútil, de los que no permiten descansar y están llenos de formas grotescas y de eventos inconexos y sin propósito. Cuando abre los ojos se da cuenta de que los latidos de su corazón son erráticos. Siente pánico, y se pregunta sin alguien la está persiguiendo. El pánico se transforma rápidamente en puro terror. Piensan que Max tiene una enfermedad mental irremediable. Su primer impulso es correr hacia él y abrazarlo. Pero no puede hacerlo; todavía no. Si Max la ve, sabrá que sus miedos son reales, que ella también piensa que está loco. Y ella no quiere que él sienta eso por nada del mundo.
Ha estado la mayoría de la noche despierta, pensando en todo lo que le ha dicho Reyes-Moreno. Danielle sigue sin creérselo, en especial los comportamientos extraños que le atribuyen a Max, comportamientos que ella no ha visto nunca. Por mucho que lo analice, no puede admitir que Max sea lo que ellos dicen que es. Sin embargo, ¿y si está equivocada? El lado derecho de su cerebro le dice que la negación es siempre la primera respuesta de un padre que recibe la devastadora noticia de que su hijo es discapacitado. Tiene que hacer todo lo posible por alejarse de la incredulidad instintiva, o de la parálisis, o del sentimentalismo. Tiene que ser una abogada, y descubrir los hechos en los que ellos han basado su diagnóstico. Cuando encuentra la dirección correcta, es mejor investigadora que ninguna otra persona que ella conozca.
Se levanta, se pone unos vaqueros, una camisa y un jersey gris. Por primera vez desde que llegaron a aquel horrible lugar, sabe exactamente lo que tiene que hacer.
Danielle se agacha junto al muro de la unidad Fountainview y se da un manotazo en el cuello para matar los mosquitos que le están picando. El aire nocturno es asfixiante, y la hierba alta forma un nido a su alrededor. La puerta trasera de metal la mira fijamente, como si supiera cuáles son sus intenciones.
No puede creer que esté haciendo algo así. ¿Y si la atrapan con las manos en la masa? Además, todo esto suscita otra pregunta: ¿Qué clase de madre se mete a escondidas en un psiquiátrico, andando a gatas en medio de la oscuridad, como si fuera una pervertida? Danielle mira a su alrededor, mientras reza por que a ninguno de los guardias de seguridad se le ocurra que aquel es el momento perfecto para hacer una ronda. Mira el reloj. Son las diez y cincuenta y dos minutos. Solo hay una enfermera en el turno de noche. A las once suele salir a fumar a la parte delantera del edificio, hasta que llega su novio y la manosea con entusiasmo en un rincón oscuro. Si Danielle tiene suerte, desaparecerán en el bosque durante quince minutos, tiempo que requieren, aparentemente, para consumar su pasión salvaje. Ella lo sabe porque se ha colado a menudo para mirar por la ventana de la habitación de Max por la noche, solo para verlo dormir. Eso le ha servido para quitarse la espina de las escasas visitas que le ha permitido Maitland.
La puerta espera, pero Danielle está paralizada. Se siente como si fuera un asunto de vida o muerte. Puede averiguar más información sobre Max, o darse la vuelta, volver a su habitación y no saber nunca por qué en Maitland dicen que su hijo está loco. El día anterior pidió los datos en los que han basado el diagnóstico de Max, pero Reyes-Moreno se los negó. Ella sabe que presentar una demanda no le serviría de nada; los servicios jurídicos del hospital siempre encontrarían la manera de ocultar la información. Lo ha visto muchas veces. En ese momento, decidió que tenía la justificación para obtener la información por sí misma.
De todos modos, vacila. Está desesperada por obtener esa información, pero ¿justifica la desesperación el hecho de violar la ley? Por otra parte, si no averigua en qué se han basado para hacer el diagnóstico de Max, nunca sabrá si tiene algún valor. Eso es intolerable.
Danielle se saca del bolsillo trasero del pantalón una tarjeta de plástico con el logotipo de Maitland. La ha robado aquel mismo día del mostrador de las enfermeras. Respira profundamente y la inserta en la caja negra que hay en la puerta metálica. Oye un clic.
Se desliza por una rendija de la puerta. Ahora que ha cruzado la línea, lo que está haciendo le parece perfectamente natural, como si hubiera cometido allanamientos durante toda su vida. La luz es extraña e inquietante, porque la han atenuado para no alterar el sueño de los pacientes, y a Danielle le pone el vello de punta. Escruta el pasillo, y después se cuela en un pequeño despacho. Lo primero que hace es meterse debajo de la cámara de seguridad, que está en un rincón de la sala, y la inclina hacia arriba. Después pone la linterna sobre la mesa del ordenador y la cubre con su pañuelo de seda rojo. La enciende, y al instante, la linterna baña la habitación con una suave luz rosada. Hay material de oficina en un rincón, y las estanterías están llenas de libros de texto.
Danielle se sienta frente al monitor y ve una eme grande y blanca girando por la pantalla. Después de un instante, aparece un cuadro de mensaje. Hospital Psiquiátrico Maitland. Se forma un cuadro más pequeño que le requiere la contraseña. El cursor parpadea en un espacio vacío. Danielle la teclea sin el menor problema. Cuando Marianne sacó el tema de la seguridad en Maitland, porque no se sentía del todo satisfecha con él, Danielle averiguó que las enfermeras de la unidad de Fountainview escriben la contraseña diaria en un Post-it y lo pegan debajo del mostrador. Marianne contó con desdén que Maitland se enorgullecía pensando que su sistema de seguridad era completamente fiable. Dijo que en el hospital de una ciudad grande no tolerarían tanto descuido.
Después de teclear el código, Danielle intenta ignorar las horribles consecuencias a las que se enfrentaría si la sorprendieran en este momento. Es una abogada que está cometiendo un delito, y si su bufete lo averigua, el menor de sus problemas será si llega a ser socia o no. Las autoridades le retirarían la licencia para ejercer la abogacía y su carrera terminaría. No podría pagar los tratamientos de Max. Intenta apartarse de la cabeza todos aquellos pensamientos. Solo le quedan diez minutos para terminar su tarea, siempre y cuando la pareja siga retozando entre los árboles.
Sus uñas son como castañuelas sobre las teclas. Los mensajes se suceden en la pantalla, y ella los va sorteando hasta que aparece el nombre de Max, su unidad y su habitación en la parte superior de la pantalla. También aparecen su identificación de paciente y la fecha de admisión. Debajo de esos datos hay anotaciones que, seguramente, son transcripciones de las notas manuscritas que han tomado los médicos, las enfermeras y el resto de los encargados. Ve las iniciales de Fastow, de Reyes-Moreno y de la enfermera Kreng, y algunos nombres que no le resultan familiares, y que seguramente forman parte del equipo de Max. Danielle lee la primera anotación y se apoya en el respaldo bruscamente. Algo va muy mal. Comprueba el nombre en la parte superior del monitor. Max Parkman. Vuelve a leer.
6.º día: P. violento; agr. con personal. Amenaza a otro p. con violencia física; tiene que ser reducido; continúa con el nuevo protocolo de med; alucinaciones paranoides; psicosis; 20 mg Valium cuatro veces al día. Centrarse en relación ma-hijo rabia/negación. JRF.
Danielle espera hasta que se le pasa la impresión. ¿Alucinaciones paranoides? ¿Psicosis? ¿Cómo han podido decidir si Max es psicótico en tan pocos días? Ella no ha visto ni la más mínima señal de eso en sus visitas diarias. ¿Y lo de «Centrarse en relación ma-hijo»? El hecho de que Fastow sugiera que puede haber algo dañino en su relación con Max le resulta devastador. Repasa el día en que Max ingresó en Maitland. ¿Cómo actuaron el uno con el otro? Por supuesto, él estaba enfadado con ella, y nervioso, y por supuesto, se enfureció con Dwayne cuando el celador le obligó a entrar en la unidad. Max estaba muerto de miedo; eso tenía que ser algo normal en el día de ingreso de los pacientes. Sigue leyendo.
12.º día: Incidente en la cafetería. P. pierde el control en la cola de la comida. Golpea niño; insulta camarero; tira bandeja. Reducido; devuelto a unidad; destructivo en habitación; aislamiento/ sedación. Post: P. tiene brotes psicóticos; posible trastorno esquizoafectivo y delirio de negación (debido la depresión y desrealización del paciente). Los episodios ocurren solo por la noche. P. no recuerda al día siguiente. Tricíclicos/inhibidores no efectivos; considerar terapia electroconvulsiva. RM.
A Danielle se le escapa un jadeo. ¿Delirio de negación? ¿Terapia electroconvulsiva? Nadie le ha dicho ni una palabra de aquello, ni siquiera Reyes-Moreno cuando le dio a conocer el diagnóstico. Se le pasa una idea por la cabeza: ¿Se están inventando aquello? No, no puede ser. Es una locura. Sin embargo, ¿por qué no le ha contado nadie lo que le ha estado sucediendo a Max? ¿Con cuánta frecuencia lo han sedado, aparte de la ocasión en que le administraron una sobredosis? ¿Y cuántas veces lo han mantenido incomunicado? Reyes-Moreno solo lo ha mencionado una vez. Danielle se imagina a Max tendido sobre el suelo de una habitación acolchada, maniatado. Todo aquello le parece más una escena siniestra de Alguien voló sobre el nido del cuco que el modus operandi de uno de los hospitales psiquiátricos más respetados del país.
¿Y por qué no mencionan el síndrome de Asperger ni una sola vez? ¿Acaso ahora la psicosis supera al autismo? Danielle ni siquiera puede asimilar la última frase. No va a permitir que le sometan a un electroshock. Tiene que sacarlo de allí inmediatamente.
Solo le quedan unos minutos. Lee unas cuantas anotaciones más hasta que llega a la de aquel mismo día.
Reunión del equipo. P. habilidoso ocultar síntomas a ma. Admite que no ha mencionado pensamientos psicóticos. Tendencias violentas p. amenaza verdadera para sí mismo/para otros. P. experimenta alucinaciones auditivas/visuales/táctiles. Continúa amenazando con el suicidio. Diagnóstico: Trastorno esquizoafectivo, psicosis…
La pantalla se apaga de repente, y la habitación se oscurece.
Danielle se queda paralizada con las manos sobre el teclado. Alguien debe de haber descubierto que falta una tarjeta del mostrador, y está intentando que se delate asustándola. Se levanta de un salto y se golpea la cadera con la esquina de la mesa.
—Maldita sea…
Pega la oreja a la puerta y abre una rendija para mirar hacia fuera. El pasillo está completamente oscuro; Danielle no ve ni oye nada. Cierra suavemente y se mete debajo de la mesa. Aunque tiene el corazón en la garganta, consigue pensar. Apaga el ordenador. No quiere que la señora de la limpieza vea la información de Max en la pantalla al día siguiente. Apaga también la linterna, toma el pañuelo y se guarda la tarjeta en el bolsillo. Después sale al pasillo. No hay nadie.
Recorre el pasillo palpando la pared para guiarse. Cuando llega a la puerta de salida, asoma la cabeza y mira el paisaje. No parece que la estén buscando. Todas las luces de Maitland están apagadas; debe de haberse producido un apagón general. Todo está muy oscuro, salvo unos cuantos edificios que emiten un brillo verdoso. Deben de ser los generadores de emergencia. Danielle va de puntillas hasta la esquina del edificio, y oye unas voces. La enfermera corre hacia allí desde los árboles, pero a su amante no se le ve por ningún sitio.
A Danielle le late el corazón a tanta velocidad que siente náuseas y terror al mismo tiempo. Claramente, no está hecha para el delito. Es hora de rendirse o de huir. Cuando pierde de vista a la enfermera, echa a correr a toda velocidad. Los haces de luz de una linterna danzan a su alrededor; sus vaqueros oscuros y el jersey gris no son precisamente de camuflaje, pero tendrán que valer.
—Malditos ciervos —dice alguien a su espalda, gruñendo—. Son como ratas. Están por todas partes.
Danielle llega hasta unos árboles y se esconde. La luz se aparta e ilumina Fountainview. Ella se agarra el pecho y jadea. Aunque parece que tiene vía libre, se agarra a un árbol y no se mueve durante una hora.