Danielle está sin aliento después de su viaje frenético desde el aeropuerto de Des Moines a Maitland. El pasaje ha empezado a embarcar en su vuelo desde Nueva York cuando ella recibe una llamada histérica de la enfermera del turno de noche de Fountainview, que le dice que ha habido una crisis con Max y que la doctora Reyes-Moreno se reunirá con ella en el hospital, pero que no puede darle más información.
Cuando por fin aterriza en Des Moines, conduce a toda velocidad hasta el hospital y entra corriendo en la unidad.
Ve a Reyes-Moreno en el pasillo. La doctora está enfrascada en una conversación con Fastow, pero dejan de hablar en cuanto Danielle se les acerca.
—¿Qué le ocurre a Max? —pregunta.
—Danielle —dice Reyes-Moreno—. ¿Recuerda al doctor Fastow? Es…
—Sé quién es. ¿Dónde está Max?
Reyes-Moreno la toma del brazo y la guía hacia un despacho vacío. El médico las sigue.
—Me temo que Max tiene un trastorno disociativo —dice ella—. Su comportamiento de hoy, aunque no ha mostrado tendencias suicidas, ha sido errático e inquietante.
—¿Qué quiere decir «trastorno disociativo»?
—Está perdiendo el contacto con la realidad —dice Reyes-Moreno consternada—. Puede que sea resultado de la ansiedad extrema, pero creemos que hay que tratarlo inmediatamente. Además de que ha perseverado en sus ideas suicidas, ha tenido otro… episodio.
—¿Y qué significa eso?
Reyes-Moreno mira a Fastow. Después vuelve a clavar la mirada en Danielle.
—Max ha agredido a Jonas. Como sabe, no es la primera vez.
A Danielle se le acelera el corazón.
—¿Por qué no me lo habían dicho antes? ¿Le ha hecho daño?
—Por desgracia, nos vimos obligados a tener a Jonas en observación todo el día de ayer —dice la doctora, y le toca ligeramente el brazo a Danielle—. Se pondrá bien. Pero lo cierto es que Max le dio un puñetazo en la nariz a Jonas, y el niño sangró mucho. También parece que Jonas tiene una costilla rota.
Danielle se queda horrorizada.
—¿Dónde está Max ahora?
—Lo pusimos en la habitación de aislamiento…
—¿Cómo se atreven?
Danielle ha visto esa habitación. Es una sala de incomunicación, y nada más. Una gran caja blanca acolchada, con una rendija en la puerta para poder empujar la comida al interior. Se dirige hacia la puerta. Reyes-Moreno la toma del brazo.
—Danielle… no está allí —le dice—. Hemos tenido otro problema. Como sabe, pusimos al doctor Fastow en el equipo de Max al comienzo de su evaluación. Ha hecho un trabajo excepcional con la medicación de Max, y confía en que ha encontrado el mejor…
—Cóctel —suelta Danielle—. ¿Y qué tiene que ver con…?
—No hay otra manera de explicarlo, salvo admitir que se ha cometido un error —dice Fastow—. No sabemos exactamente cómo ocurrió, ni quién es el responsable, pero parece que a Max le fue administrada una dosis mayor de lo requerido…
—Oh, Dios… ¿Está bien?
Fastow la mira con calma.
—Por supuesto.
Reyes-Moreno le toma las manos temblorosas a Danielle. Las de la doctora son firmes.
—Max está descansando en su habitación. El efecto de la dosis excesiva pasará muy pronto, y volverá a la normalidad.
Danielle se zafa de ella.
—¿A la normalidad? ¿Le parece que darle una sobredosis de medicamento es normal? Quiero verlo.
—No hay nada que ver ahora, Danielle —dice Reyes-Moreno—. Está dormido. Le aseguro que la llamaremos en cuanto se despierte.
Danielle se queda inmóvil. De repente, todo le resulta insoportable. La reclusión de Max en aquel lugar. Sus ataques de violencia. La presunción de que su empeño en permanecer allí con su propio hijo es perjudicial para el tratamiento de Max. Y una insinuación en el trasfondo, todavía más fuerte, de que debe de ser culpa de ella que Max tenga que estar allí. La implicación de que ella, al ser su madre, debería haberse dado cuenta de la gravedad de los problemas de Max mucho antes de tener que llevarlo a Maitland. Su miedo se transforma en ira.
—Esto es la gota que colma el vaso. ¿Por qué no me dijeron que podía suceder algo así? Se supone que ustedes trabajan en el mejor hospital psiquiátrico del país, y en cuanto me doy la vuelta, ¡le administran una sobredosis de medicamentos a mi hijo! Ahí está el famoso farmacólogo, que ha cometido un error colosal…
—Señora Parkman, debo protestar por sus acusaciones —dice Fastow, mirándola fijamente con sus ojos febriles. Se inclina hacia delante, con las manos y la cabeza en pose de mantis religiosa—. Esto es muy alarmante para usted, estoy seguro, pero se trata de un error del personal, no de prescripción.
—No me importa de quién ha sido el error. Estamos hablando de mi hijo. ¿Quién sabe los efectos que tendrá en él esa sobredosis? —pregunta Danielle, y agita la cabeza cuando Fastow trata de responder—. Miren, he sido muy paciente y colaboradora desde que llegamos. Cuando dije que quería quedarme con mi hijo, ustedes me dijeron que me marchara a casa. Después me permitieron tan solo tener visitas bajo supervisión, como si yo fuera una asesina. ¡Y ahora me dicen que Max ha atacado a otro paciente! ¡Es absurdo!
Fastow se cruza de brazos y la mira sin inmutarse. Los ojos verdes de Reyes-Moreno tienen una mirada bondadosa. Vuelve a darle una palmadita en el brazo, y Danielle tiene que hacer un esfuerzo para no apartarse.
—Danielle —le dice suavemente—, ha de tener en cuenta que estamos tratando a un joven con problemas graves, que tiene tendencias suicidas y que parece que ahora tiene episodios psicóticos. Y que se está volviendo violento. Estas cosas llevan su tiempo, y por eso no nos gusta ver a los padres antes de poder dar un diagnóstico seguro.
La furia de Danielle se transforma en preocupación. ¿Qué le pasa a Max? ¿Es posible que, al haberle privado de su medicación antigua, esté mostrando su verdadero comportamiento? Danielle suspira. Sin embargo, aquello no es un juzgado donde pueda usar la indignación justificada en su provecho. Se recuerda a sí misma que Maitland y sus doctores son lo mejor del país, por mucho que le moleste la arrogancia de Fastow. Lo que importa es Max. Y si Max está comportándose de una manera psicótica y violenta, necesita ayuda; ella tiene que dejar que los médicos hagan su trabajo. Se vuelve hacia Fastow y le dice:
—Quiero tener la lista de todos los medicamentos que le están administrando a Max, los miligramos, posología y todos los efectos secundarios conocidos.
Fastow la mira con indiferencia.
—Por supuesto. Seguro que usted conoce la mayoría de las medicinas, aunque tal vez las combinaciones sean distintas.
A ella se le ocurre una idea, de repente, y lo mira con fijeza.
—No está usando ninguna droga experimental con él, ¿verdad?
—Por supuesto que no. No querrá cuestionar mi ética…
Reyes-Moreno interviene para impedir otra discusión.
—En cuanto tengamos un diagnóstico conjunto, la llamaré para celebrar una reunión.
—Allí estaré —dice Danielle, y mira a Fastow—. ¿Y usted?
Reyes-Moreno y él se miran. Fastow sonríe.
—Seguro que tendremos ocasión de conversar si la explicación de la doctora Reyes-Moreno no es suficiente para aclarar sus preocupaciones.
Entonces, le tiende una mano huesuda y seca al contacto.
—Le tomo la palabra.
Fastow la mira por última vez y se marcha. No es el primer egocéntrico con el que se ha topado Danielle. En la Medicina hay muchos profesionales que piensan que son Dios. Ella comienza a levantarse, cuando de repente, tiene una revelación. Si Fastow le está dando a Max alguna medicación experimental, o le está administrando sobredosis deliberadamente, la afirmación de Reyes-Moreno de que Max tiene ataques psicóticos no es cierta. Danielle tiene suficientes conocimientos sobre medicamentos psicotrópicos como para saber que las interacciones entre las drogas pueden ser algo devastador. Sin embargo, si Fastow es un médico con ética…
Danielle nota un frío que le atenaza el corazón. Max no puede estar loco. Siente esperanza; tal vez el hospital no sepa todo lo que debe sobre Fastow, aunque crean que han hecho un buen trabajo comprobando sus referencias. Le pedirá a Georgia que haga una investigación. ¿Qué daño puede hacer eso? Se vuelve hacia Reyes-Moreno.
—¿Puedo ver a Max?
La doctora se encoge de hombros.
—Ya le he dicho que está profundamente dormido. Pero si insiste, por favor, que la visita sea breve. No queremos disgustarlo.
Danielle se muerde la lengua hasta que Reyes-Moreno desaparece por el pasillo.
—No —murmura—. No queremos. Una visita de su madre… eso disgustaría a cualquiera. Sin embargo, administrarle una sobredosis de medicación es perfecto.