Danielle se despierta lentamente. La habitación está oscura, las cortinas están cerradas. Gruñe, y piensa en el día que tiene por delante, en el aburrimiento que siente cuando no está con Max, en sus intentos frustrados de trabajar, y en su ansiedad constante por lo que revelarán las últimas pruebas. Entonces abre los ojos de par en par.
Lo recuerda todo. Después de las increíbles relaciones sexuales, charlaron durante horas.
Tony le habló sobre la decepción de su divorcio, y sobre su arrepentimiento por no haber tenido hijos. Ella le habló a Tony sobre Max, usando un nombre falso, sobre sus problemas, sus miedos, su soledad como madre soltera. No le contó que es abogada y que Max está en Maitland. Danielle no soporta hablar sobre el dolor de haber tenido que hospitalizarlo. Al final se quedó dormida.
Despierta antes del amanecer y se encuentra la cama vacía. Se siente azorada, pero no molesta por el hecho de haber sido amada y abandonada. Se levanta rápidamente y se viste. Antes de salir de la habitación, ve algo blanco junto a su almohada. Una hoja del cuaderno del hotel.
No quiero irme, pero tengo que estar en Des Moines esta misma mañana.
No he querido despertarte. Estás preciosa en mi cama.
¿Quieres cenar conmigo esta noche?
Tuyo, Tony.
Danielle se sienta en el pequeño escritorio. Lee y relee la nota. De mala gana, le da la vuelta y escribe:
No sé cómo explicarte lo que ha significado esta noche para mí.
Eres un hombre maravilloso, pero en este momento mi vida es demasiado complicada como para tener una relación.
Se detiene. Recuerda sus caricias y la seguridad que ha sentido entre sus brazos. Arruga la hoja de papel y toma otra nueva del cuaderno.
Me encantaría.
Nos vemos en el restaurante a las siete.
Lauren.
Después de terminar la nota, echa un último vistazo a la cama, que está deliciosamente revuelta, y se marcha.
En su habitación, Danielle se pone unos pantalones vaqueros y se sirve una taza del horrible café del hotel. Cuando ha dado un sorbito, alguien llama a la puerta.
—Mierda.
—Eh, tú. Ábreme.
Esa voz no puede ser de nadie más. Danielle corre hacia la puerta y la abre de par en par.
—¡Georgia!
Georgia pasa a la habitación y le da a Danielle un abrazo. Lleva un traje pantalón azul marino.
—¡Sorpresa!
—¡Dios mío! ¡No puedo creer que estés aquí!
—Yo tampoco. Justo cuando crees que ha terminado el viaje, te encuentras con que hay un buen trayecto desde Des Moines al pintoresco Plano.
—¿Quieres un café? —le pregunta Danielle con una gran sonrisa.
Georgia observa el vaso de papel que le ofrece su amiga.
—No, creo que paso.
Se sientan, y Georgia le estrecha la mano. Danielle está muy contenta de verla.
—¿Por qué has venido?
—Porque estoy preocupada por Max y por ti —responde Georgia. Toma aire antes de continuar—: Y porque tengo que contarte algunas cosas muy importantes.
Danielle siente una punzada de inquietud.
—¿Qué cosas?
—Te lo diré dentro de un momento. ¿Cómo estás tú?
—Bien.
—¿Y Max?
—No muy bien.
—¿Ha intentado…?
—¡No! ¡Por supuesto que no!
Georgia le posa una mano fría en el brazo.
—Perdóname. Es que tú no siempre me cuentas lo peor.
Danielle sonríe con tristeza.
—Es porque ni siquiera puedo pensar en ello.
—¿Te han dado ya el diagnóstico?
—No —dice Danielle, y antes de que Georgia continúe con su interrogatorio, cambia de tema—: Cuéntame algo del mundo exterior.
Georgia no la decepciona. La pone al corriente de los últimos cotilleos de la oficina: quién se está acostando con quién, quién hizo el ridículo en la fiesta de verano, qué abogado asociado está dándole coba a qué socio, y qué socios están intentando clavarles un puñal por la espalda a otros socios.
—Bueno —dice Danielle—, ¿y cómo has conseguido escaparte de la oficina? ¿Y Jonathan y Melissa?
Georgia palidece.
—Ah, eso.
—¿Qué?
Su amiga baja la mirada.
—Bueno, tengo que contarte unas cuantas cosas.
—Pues empieza, Georgia. Tienes mala cara, y quiero saber por qué.
Georgia alza la vista, y Danielle se da cuenta de que tiene los ojos llenos de lágrimas.
—Es por Jonathan. Lo han… despedido.
Danielle piensa en la importante clínica de cirugía plástica en la que trabaja el marido de su amiga.
—¿De qué me hablas? Si lo hicieron socio el año pasado, ¿no?
—Sí.
—¿Qué ha pasado?
Las lágrimas se deslizan por las mejillas de Georgia.
—Lo han averiguado.
—¿Lo de la bebida? Bueno, eso no es exactamente…
—Ha estado tomando mucha cocaína.
Danielle se queda asombrada.
—Pero ¿cómo lo han sabido?
—Operó a una mujer mientras estaba drogado. Todos los que estaban en el quirófano se dieron cuenta. A ella le quedó el rostro desfigurado. Va a haber una querella. Puede que la clínica se venga abajo.
—¿Y cuándo ha ocurrido eso?
—Hace un mes —explica Georgia con angustia—. Él no me dijo nada.
—¿Y sus socios lo han denunciado a la policía?
—Al principio quisieron controlar la situación, pero después registraron su escritorio y encontraron mucha droga. Dijeron que estaba traficando, Danielle. ¿Puedes creerlo? ¡Jonathan, convertido en traficante de cocaína!
—Dios mío, Georgia… ¿Y qué va a pasar ahora?
—Lo denunciaron y lo despidieron inmediatamente. El colegio de médicos le ha retirado la licencia para ejercer hasta que se termine la investigación, pero no hay duda de que al final lo expulsarán de la profesión. Está acabado.
—¿Y dónde está ahora?
—La última vez que lo vi estaba en el apartamento, encerrado en la habitación, borracho. Me dijo que me marchara.
Georgia comienza a llorar. Los sollozos sacuden su delgado cuerpo. Danielle la abraza hasta que se calma. Georgia la mira con angustia.
—¿Qué voy a hacer? ¿Y Melissa?
—¿Dónde está ahora?
—La llevé a casa de mi madre y me vine aquí. No sabía qué hacer.
—Hiciste lo mejor. ¿Puedes quedarte unos días?
Georgia niega con la cabeza.
—Tengo que marcharme al mediodía. El viernes empieza el juicio del caso Simmons.
—Qué oportuno.
—Sí.
Danielle saca su llavero y le da una de las llaves a Georgia.
—Quédate en mi casa todo el tiempo que quieras. Cuando vuelva, tendréis el cuarto de invitados a vuestra disposición. Ya pensaremos en algo. Ahora tienes que concentrarte en Melissa y en ese juicio.
Georgia toma la llave con una mirada de agradecimiento y se enjuga las lágrimas.
—Tal vez use tu casa para refugiarme de la oficina. Necesito algo de paz y tranquilidad —dice con un suspiro—. Melissa y yo vamos a quedarnos con mi madre hasta que yo sepa lo que voy a hacer. Gracias a Dios que mi madre ya está jubilada, y que Melissa todavía no va al colegio —añade, y respira profundamente—. Bueno, ya está bien de hablar de mí. ¿Qué está pasando con Max? ¿Cómo estás tú?
—Oh, Georgia, no. No quiero hablar de ello.
—De acuerdo. No te pediré detalles. Solo dime una cosa, ¿cuándo vas a volver a casa?
—Dentro de una semana, tal vez dos.
—Vas a venir a la reunión de socios, ¿no?
—Por supuesto. No quiero alejarme de Max, pero tampoco puedo arriesgarme a perder la oportunidad de que me asciendan.
—Buena chica. Serás la primera mujer que lo consigue en nuestra empresa. ¿Cómo no van a elegir a alguien que ganó un caso de quince millones de dólares en el Tribunal Supremo? Pero de todos modos, lo mejor sería que aparecieras cuanto antes.
Danielle cabecea.
—Ahora no puedo. En el hospital están teniendo algunos problemas para ajustar la medicación de Max, y él me necesita.
Cada vez que insinúo que tengo que volver a Nueva York, se aterroriza.
—¿Lo ves a menudo?
—Por las mañanas y por las tardes.
Georgia mira por la habitación.
—¿Y qué haces el resto del tiempo?
—Trabajo. Bueno, no es cierto. Intento trabajar.
Georgia se inclina hacia atrás.
—Eso está bien, porque las cosas andan revueltas por la oficina.
—¿Qué quieres decir?
—Es otro de los motivos por los que he venido. Tienes que enterarte de lo que está pasando. Ese gusano de Gerald Matthews está peloteando a todos los socios, como es natural en él, y diciéndoles que él es el más apropiado para ocupar tu puesto.
—Ese hombre no me preocupa —dice Danielle.
—Bueno, pero esto sí debe preocuparte: E. Bartlett está tramando algo, y no es nada bueno.
Danielle se queda callada. Otra vez E. Bartlett. Su desagradable rostro se le aparece en la mente. Aquellos últimos años han sido muy duros para Danielle, que ahora ha sido designada su lacaya personal. Sabe que en su firma, algunos esperan que se retire y se vaya a otro sitio, después de haber ganado suficiente dinero con ella, por supuesto. Sin embargo, no la conocen. Ella nunca tira la toalla. E. Bartlett, lentamente, de mala gana, ha tenido que ir reconociendo su talento. Aunque él nunca lo va a admitir, ella es la asociada a la que acude cuando hay una crisis, o cuando surge una cuestión legal difícil en un caso complejo. O cuando hay que agasajar con cenas y comidas a un cliente importante del otro lado del charco. Incluso le deja en la silla cajas de cerillas de su club masculino. Es lo más que se acerca E. Bartlett al sentido del humor. Pese a que tiene una opinión favorable de ella, Danielle sabe que hará uso de cualquier excusa para evitar que entre a formar parte del grupo de socios de la empresa, en el que solo hay hombres. Además, E. Bartlett no siente simpatía por los niños. Si ella no hubiera facturado tres mil doscientas horas ese año, y el bufete no le debiera el equivalente a dos años de vacaciones, él ya la habría defenestrado. Danielle enciende un cigarro haciendo caso omiso de la mirada de desaprobación de Georgia.
—Bueno, cuéntamelo.
—Es por el caso Sterns.
—¿Qué pasa?
Sterns es el mejor cliente de Danielle. Es un ejecutivo que tiene todos los visos de hacerle ganar millones al bufete en el futuro. Ese cliente, y su enorme éxito en el caso Baines, son sus bazas para aspirar a la promoción a socia. Michael Sterns, el joven director general de su empresa, adora el estilo eficaz de Danielle durante los litigios, y hasta el momento se ha negado a que lo represente ningún otro de sus compañeros.
Georgia desvía la mirada.
—Ese idiota ha elegido a Matthews para que lo represente en la siguiente ronda de declaraciones en el despacho.
—Pero… si es mi cliente —protesta Danielle—. Me pasé dos años captando a esa compañía.
Georgia se encoge de hombros.
—Cierto, querida, pero tú solo eres una asociada.
Danielle se da una palmada en la frente.
—Maldita sea.
Los socios son los únicos que pueden poner su nombre en los documentos legales de los casos en los que trabajan. Las iniciales de Danielle aparecen en una tipografía más pequeña, la de los subalternos a quienes se les asignan a esos casos. E. Bartlett ha estado llevándose todos los méritos por el caso Sterns desde hace un año. Eso, unido a que las horas que ha podido facturar ella han disminuido drásticamente desde Maitland, la coloca en la categoría media de empleados. Y esa categoría no le permitirá lograr el ascenso. Siente pánico. No puede perder esa oportunidad de ser socia del bufete; en primer lugar, porque se lo ha ganado, y en segundo lugar, porque necesita el aumento de ingresos para pagar la enorme factura de Maitland. Como de costumbre, el seguro solo cubre el mínimo, y no hay forma de que ella pueda pagar la otra parte con su sueldo y sus ahorros. Además, también debe tener en cuenta los gastos futuros de Max, sean cuales sean.
—Y hay más —continúa Georgia—. Anoche me quedé a trabajar hasta tarde y bajé a Harry’s para tomar un sándwich y un refresco. Ya conoces la escena; toda la firma va allí después de la reunión de socios, y beben mientras alardean de lo estupendos que son sus candidatos.
Harry’s es un lugar estupendo para que se reúnan los abogados. Danielle casi siente la fresca oscuridad del establecimiento, casi ve su enorme barra de roble con taburetes de metal, las filas de botellas, los asientos de cuero rojo y las velas encendidas que iluminan suavemente las mesas.
Danielle pone los pies sobre la mesa de café, y se lamenta de no estar tan relajada como parece.
—Así que este año es exactamente como cualquier otro.
—Me temo que te equivocas. ¿A que no sabes a quién vi muy acaramelados?
—¿A quién?
—A E. Bartlett y a Lyman. Esas dos serpientes.
Danielle se incorpora con los ojos muy abiertos.
—Pero… eso es imposible.
Lyman y E. Bartlett comenzaron en el bufete en la misma categoría, y han sido rivales desde el principio. E. Bartlett llegó a socio un año antes que Lyman, y él nunca lo ha olvidado. Los extremos a los que son capaces de llegar con tal de apuñalarse el uno al otro por la espalda son legendarios.
Georgia le quita el cigarro de la mano a Danielle y lo apaga.
—Bueno, pues ha ocurrido lo imposible. Estaban tomándose una botella de whiskey y sonriendo de oreja a oreja.
No hace falta ser vidente para saber lo que está ocurriendo. E. Bartlett está tan enfadado por su ausencia que ha accedido a que el chico de Lyman pase por encima de ella.
—No me gusta cómo suena eso.
—No me extraña —responde Georgia—. También oí decir a uno de los lacayos de Lyman que este no se fiaba de E. Bartlett. Sería posible que E. Bartlett le hiciera ver que han trabado una buena amistad y después lo hundiera en la reunión de socios.
Danielle siente una ligera esperanza y toma a Georgia de la mano.
—Sería propio de él, ¿verdad?
—Puede ser —dice Georgia, y le aprieta la mano a su amiga. Sin embargo, hay algo malo en su tono de voz—. Mira, tu única preocupación no es E. Bartlett. En el bufete se ha corrido el rumor de que los socios se reunieron la semana pasada y decidieron que, debido a cuestiones financieras y a la baja facturación de horas, van a despedir a algunos asociados.
—¿Qué?
—El objetivo es librarse de cuatro de nosotros antes de enero —explica Georgia suavemente.
A Danielle se le encoge el corazón.
—Bueno, por lo menos tú y yo estamos a salvo. Somos las empleadas más productivas de todo nuestro departamento.
—Exacto. Y las más caras —replica Georgia, y con un suspiro, le entrega a Danielle una hoja de papel—. Hay más. He conseguido una copia de las últimas deliberaciones de los socios en su reunión de ayer. La saqué de la papelera de la secretaria de E. Bartlett.
Danielle no comenta nada de los métodos de Georgia.
—¿Y?
—Y… —Georgia toma aire—. O asciendes a socia… o te echan.