A la mañana siguiente, Danielle y Max están sentados en un banco del patio del hospital. Parece que él está grogui por los efectos del sedante que le inyectó la enfermera. Danielle le pasa un brazo por los hombros y lo estrecha contra sí. Al verlo tan apagado y tan dulce, piensa que debe de estar muy arrepentido por su comportamiento del día anterior. Después de pensarlo mucho, Danielle ha decidido que aquel horrible incidente no ha sido más que una coincidencia. Sabe que a Max le aterroriza ser como los otros pacientes de la unidad, y Jonas es el peor de los ejemplos que puede ver día a día. Danielle está segura de que cuando Jonas lo sorprendió, la reacción de Max fue algo instintivo. Eso fue lo que debió de ocurrir.
—¿Cómo te encuentras, cariño?
Max la mira. Está pálido y ansioso.
—Me siento… raro. Es como si tuviera mezcladas todas las cosas en la cabeza.
—¿Qué quieres decir?
—No importa. No es nada.
—Max, tenemos que hablar de lo que pasó ayer.
Él la mira fijamente.
—¿Qué pasa con eso?
—¿Por qué pegaste a Jonas?
Max se pone muy rojo.
—¡No fue culpa mía! Ese chico se acercó a mí mientras yo estaba dormido. Lo empujé, y él se cayó. Es un bicho raro. Siempre está en las nubes y vuelve loco a todo el mundo.
—Pero Marianne dice que le pegaste.
Max se levanta de un salto del banco y señala a Danielle con el dedo índice.
—¡Pues es una mentirosa!
Danielle decide cambiar de tema.
—Está bien, Max. Ven a sentarte.
Él lo hace, pero en aquella ocasión ocupa el otro extremo del banco, tan lejos de ella como puede.
Danielle suspira.
—¿Te encuentras bien físicamente?
Él se encoge de hombros.
—Supongo. Tengo el estómago revuelto.
—Solo son las medicinas nuevas —dice ella, pero evita mencionar la sedación. No hay necesidad de provocar otro estallido. Le da una palmadita en el brazo y continúa—: El médico dice que te sentirás mucho mejor dentro de pocos días.
Max gruñe, se apoya en el respaldo y cierra los ojos. Danielle toma aire profundamente y después formula la pregunta verdadera.
—¿Te sientes menos… deprimido?
Max le clava una mirada asesina.
—No toques ese tema, mamá.
Danielle asiente e intenta aparentar que todo va perfectamente. Alza la cara hacia el sol, y siguen sentados allí, en silencio. Entonces, Max se acerca a ella y le pone la mano en el brazo.
—¿Mamá?
—¿Qué, cariño?
—La doctora Reyes-Moreno dice que me va a hacer algunas pruebas hoy, si no estoy demasiado somnoliento —dice Max. Se queda callado un momento, y después la mira con tristeza—. Cuando terminen las pruebas, ¿sabrán si estoy loco?
Ella se pone rígida, aunque intenta responder en un tono normal.
—Tú no estás loco.
Max se hunde en el banco y aparta la mirada. Danielle intenta tomarlo de la mano, pero él no se deja.
—Sí, claro —murmulla—. Por eso estoy aquí. ¿No te has fijado en lo cuerdos que están el resto de los bichos raros? Por no mencionar lo que pasó ayer.
Danielle no puede contradecirle, así que hace lo de siempre en aquellas situaciones. Decir bobadas.
—Tú eres distinto a los demás niños que hay aquí, cariño. A ti solo te están ajustando la medicación, e intentando llegar al fondo de tu… depresión.
—Sí, claro.
Danielle solo puede pensar en lo horrible que debe de ser para él ver a todos aquellos niños discapacitados y angustiarse por si alguien le va a decir que él está igual. Le toma la mano, y sus dedos se entrelazan. La mano de Max es ahora casi tan grande como la suya.
—Mamá.
—¿Sí, cariño?
Él clava sus ojos verdes en ella.
—¿Qué hacemos si me dicen que estoy loco de verdad?
Danielle lo abraza, y se da cuenta de que está temblando como un ratón en una trampa. Lo estrecha con fuerza.
No tiene ninguna respuesta.