Danielle alza la vista. Marianne capta su mirada y sonríe. Están sentadas en una sala de Fountainview llamada «sala de familia», un nombre completamente desacertado en opinión de Danielle. Sin embargo, es el único sitio donde tienen un poco de privacidad y pueden evitar el ir y venir de las enfermeras y los pacientes. Es el único escondite donde pueden fingir que todo es normal. Danielle cierra un momento el ordenador portátil. Tenía que haberle enviado hace días un expediente legal a E. Bartlett Monahan, su superior y su cruz. Es el responsable de litigios y miembro del comité de dirección, uno de los cinco socios que los dirigen a todos. Tiene cuarenta y ocho años, es soltero y misógino. E. Bartlett no cree que las mujeres tengan las agallas suficientes para litigar, y menos para llegar a ser socias. Las mujeres son secretarias, madres, esposas de otros hombres y, cuando la necesidad se convierte en urgencia, sirven para acostarse con ellas y olvidarlas.
Él no se ha tomado bien su permiso, aunque en realidad, Danielle no esperaba que mostrara comprensión. No tiene experiencia con los niños, y menos con niños discapacitados.
Se frota los párpados y mira a su alrededor. Marianne está sentada frente a ella, tejiendo algo que parece complicado, mientras Jonas le sujeta el ovillo y lo hace botar entre las manos. Murmulla y agita la cabeza de una manera extraña. Danielle se ha dado cuenta de que esos son sus intentos de comunicarse. Aparentemente, Marianne, que va vestida impecablemente con un traje pantalón blanco, no se da cuenta de las maquinaciones de su hijo, y sigue tejiendo con calma. Danielle siempre ha evitado todo lo que fueran ocupaciones domésticas. Su experiencia es que las mujeres con una profesión no pueden correr el riesgo de que las consideren débiles o demasiado femeninas en ningún sentido. Por lo menos, las abogadas no. En secreto, Danielle siempre ha pensado que las mujeres que permanecen en casa son inferiores en cuanto a su posición y su elección. Al ver a Marianne y a Jonas, al ver el amor y la devoción que los une, se arrepiente.
Si se compara con Marianne, no puede decir que haya sido la mejor madre del mundo. Al contrario que ella, Danielle nunca ha sopesado el hecho de abandonar su carrera para cuidar de Max. Aunque tampoco hubiera podido hacerlo, porque el dinero tenía que salir de algún sitio. Pero, de todos modos… Se da la vuelta y mira a Max, que está pálido, tendido en el sofá que hay a su lado, profundamente dormido. Cualquiera que los mirara solo vería la distancia que los separa.
Al verlo así, se le rompe el corazón, y siente el mismo pánico que ha sentido desde que han llegado allí. ¿Qué le ocurre a su hijo?
Su teléfono vibra. En Maitland no se permite el uso del teléfono móvil. Con un suspiro, toma el teléfono, el ordenador portátil y el bolso, y sale de la habitación. Se sienta en un banco de cemento blanco, lo suficientemente lejos como para que Max no pueda verla a través de la ventana cuando saca un cigarro de la cajetilla. Lo enciende e inhala el humo con deleite. Después mira las llamadas que ha recibido; una de ellas es de la secretaria de E. Bartlett. Activa el contestador en la pantalla táctil del iPhone y escucha la voz nasal de la mujer diciéndole que el límite de entrega del expediente es mañana por la mañana. Danielle suelta un gruñido. Otra noche en vela en el hotel, a base de café.
Observa el sol y el cielo azul. Relaja el cuerpo y la mente, y permite que el calor la envuelva antes de regresar a aquella habitación estéril y antinatural. Es una agonía tener que estar sentada y no poder hacer nada. Suspira y se encamina hacia el pequeño edificio, donde una enfermera le abre la puerta. Al recorrer el pasillo en dirección a la sala familiar, oye gritos y llantos. Se le acelera el corazón, y echa a correr. En la habitación hay un caos.
Dwayne, el celador gigante, tiene a Max agarrado. Está sentado en el suelo, detrás de él, rodeándole el pecho con sus brazos enormes, e impidiéndole que se mueva con las piernas.
—¡Suéltame, hijo de puta! —grita.
Forcejea, da patadas y grita; Dwayne sigue sujetándolo impasible, como si inmovilizara a un animal salvaje todos los días.
Naomi está enfrentándose a un joven celador que intenta atraparla. La chica le da una patada en la entrepierna, y él cae al suelo entre gemidos de dolor. Aparece otro celador, mayor y más grande, llega por detrás y le retuerce el brazo a la espalda. Naomi intenta zafarse, pero el hombre es implacable y saca de la habitación a la chica, que no deja de patalear ni de gritar por todo el pasillo.
Jonas está inconsciente en el suelo. Le sale sangre de la frente. Marianne está junto a su hijo, sujetándole la cabeza y llorando. La enfermera Kreng le ordena:
—¡Apártese, señora Morrison! No puedo evaluar las heridas del niño a menos que usted desista.
Marianne se aparta, sollozando, tapándose la boca con la mano.
Danielle se acerca a Max corriendo justo cuando Dwayne se levanta, sin soltarlo.
—Señora Parkman —dice con calma—, voy a llevar a Max a su habitación.
—¡Suéltame! —grita Max, forcejeando. Dwayne se limita a cambiar de posición para inmovilizarlo de nuevo.
Danielle toma a Max del brazo y camina con ellos mientras van lentamente hacia el pasillo.
—¡Max! ¿Qué ha ocurrido?
Max vuelve la cara hacia ella.
—¡Ese bicho raro de Jonas se lanzó sobre mí! ¡Eso es lo que ha pasado!
—¿Qué quieres decir?
—¡Yo estaba durmiendo en el sofá, y me desperté con sus brazos a mi alrededor! ¡Se llevó su merecido!
Danielle siente terror.
—¿Le has pegado? Max…
—Suéltelo ya, señora Parkman —dice Dwayne, jadeando ligeramente por el esfuerzo de contener a Max—. Tengo que sacarlo de aquí.
Danielle ve con impotencia que Dwayne se lleva a Max a su habitación. Vuelve corriendo hacia Marianne, y por primera vez, se da cuenta de que la mujer tiene el traje lleno de sangre. Jonas está postrado en el suelo, entre el sofá y la mesa de centro. La enfermera Kreng lo ayuda a incorporarse y lo tiende en el sofá. Él abre los ojos brevemente y vuelve a cerrarlos.
—Jonas, abre los ojos —dice la enfermera con firmeza, y Jonas obedece—. Ahora mírame los dedos. ¿Cuántos ves?
Jonas mira con sus ojos aterrorizados la mano de la enfermera. Agita la cabeza, gime y esconde la cara en el pecho de la enfermera Kreng. Kreng le clava una mirada acusatoria a Danielle.
—¿Ve lo que ha hecho su hijo? ¡Ha agredido a este pobre niño!
Danielle se arrodilla ante Jonas con los ojos llenos de lágrimas.
—¡Oh, Jonas, lo siento muchísimo!
La enfermera le aparta la mano de una palmada.
—¡Siéntese, señora Parkman! —le ordena con tal autoridad, que Danielle retrocede y está a punto de caer sobre el sofá. Otras tres enfermeras ayudan a Kreng a llevar a Jonas a su habitación.
Marianne llora. Está tan pálida que Danielle teme que vaya a desmayarse. Se acerca a ella apresuradamente.
—Marianne, Dios mío… ¿qué puedo decir?
Marianne cae en brazos de Danielle, sollozando incontrolablemente.
Vuelve la enfermera Kreng, le lanza una mirada feroz a Danielle y le pone una mano en el brazo a Marianne. Marianne alza la vista. Está confusa, embobada. Kreng la aparta de Danielle y la zarandea suavemente por los hombros.
—Hay que llevarlo a urgencias, señora Morrison —dice, y Marianne la observa sin comprenderla. Kreng eleva la voz, como si Marianne estuviera sorda—. Necesita que le den puntos. No se preocupe. La ambulancia ya viene para acá.
Marianne reacciona.
—¿Está segura? ¿Puedo ir con él?
Kreng niega con la cabeza.
—Es mejor que espere aquí. Tiene que calmarse para consolar a su hijo cuando vuelva —dice la enfermera. Después mira a Danielle—. Tal vez deba hablar con la señora Morrison sobre quién va a pagar los gastos de la visita a urgencias.
Danielle respira profundamente.
—Pero, enfermera, ¿y Max? ¿Está bien?
Kreng mira a Danielle con malevolencia.
—Por supuesto. Él es el atacante, no la víctima —responde.
Después se acerca a un armario blanco y lo abre con una de las veinte llaves que tiene en un aro de metal que le cuelga del cinturón.
—Pero ¿no puedo…?
—No, no puede —responde la enfermera.
Kreng saca rápidamente un frasco y una bolsita de plástico, de la que extrae una jeringuilla ante la mirada de espanto de Danielle.
—¿Qué va a hacer?
Kreng la ignora y clava la aguja de la jeringuilla en la tapa de goma del frasco. Después golpea suavemente el cristal con la uña, e inspecciona el frasco. Finalmente, se gira hacia Danielle y responde secamente.
—Voy a sedar a su hijo, señora Parkman. Está fuera de control, y debemos asegurarnos de que no le haga daño a ningún otro paciente de esta unidad. Se quedará confinado en su habitación hasta que yo esté convencida de que puede comportarse civilizadamente. De cualquier modo, ya no tendrá permiso para entrar en las zonas comunes sin la supervisión del personal.
La enfermera se da la vuelta y se aleja por el pasillo.
A Danielle se le encoge el corazón. ¿Qué le ha ocurrido a Max? ¿De veras se ha puesto tan violento como para hacer algo así? Ella no puede creerlo, pero parece que no se puede negar que ha atacado al pobre Jonas. Marianne está llorando en silencio. Alza la cabeza y le lanza una mirada suplicante a Danielle.
—Oh, Dios, Danielle, tienes que ayudarme. Prométeme que tendrás a tu hijo alejado de Jonas —dice, y se mira las manos llenas de sangre—. Esto es una pesadilla.
Danielle se lleva a Marianne hacia el sofá, mientras intenta disimular el miedo y el horror que siente.
—Marianne, dime lo que ha ocurrido.
Marianne toma aire.
—Estábamos aquí sentados. Yo estaba distraída con el punto, y no me di cuenta de que Jonas se acercaba a Max. Lo único que hizo fue intentar abrazarlo, Danielle. ¡Lo vi con mis propios ojos!
—¿Y qué hizo Max?
Marianne se retuerce las manos en el regazo.
—Le golpeó. Primero lo tiró contra la mesa de centro, y después le pegó —dice, y señala al suelo—. ¿No ves la sangre de Jonas? Se golpeó la cabeza con la esquina de la mesa.
Danielle se encoge. No puede creerlo. Conoce a Max, y Max nunca le ha hecho daño a otro ser humano. Ha habido algunos altercados en el colegio, sí, pero eran estallidos hormonales. Mientras intenta consolar a Marianne, un pensamiento se abre camino en su mente: su hijo ha perdido el control. Ya no lo conoce, porque se ha convertido en un extraño violento. Siente pánico. ¿Dónde está Max? Su corazón le susurra la verdad: está en un lugar en el que ella no puede alcanzarlo. ¿Lo recuperará alguna vez?