Prólogo

2110

Bajo las colinas del condado de Fulton,

Georgia

Al volver entre los vivos, Troy se encontró dentro de una tumba. Despertó en un mundo de confinamiento, con una gruesa plancha de vidrio esmerilado pegada a la cara.

Al otro lado de la glacial oscuridad se movían unas sombras. Trató de levantar los brazos, de golpear el vidrio, pero estaba demasiado débil. Quiso gritar, pero sólo pudo toser. La boca le sabía a rayos. En sus oídos repicó el chasquido metálico de unas gruesas cerraduras que se abrían, el siseo del aire, el chirrido de unas bisagras que llevaban mucho tiempo inmóviles.

Sobre su cabeza las luces eran brillantes, y las manos que lo tocaban, cálidas. Lo ayudaron a incorporarse mientras él no dejaba de toser formando nubes de vaho en el aire gélido. Alguien le dio agua. Luego unas pastillas. El agua estaba fría y las pastillas amargas. Troy tragó con dificultad. Era incapaz de sostener el vaso sin ayuda. Las manos le temblaban mientras los recuerdos regresaban tumultuosamente, escenas de largas pesadillas. En su interior se entremezclaron las sensaciones de un sueño profundo y muchos días pasados. Se estremeció.

Un camisón de papel. El escozor de una cinta adhesiva que le arrancaban. Un tirón en el brazo, un tubo extraído de su ingle. Dos hombres vestidos de blanco lo ayudaron a salir del ataúd. El vapor formado por el aire que se condensaba y dispersaba a su alrededor lo rodeaba.

Tras incorporarse, con el parpadeo de unos ojos que llevaban mucho tiempo cerrados, Troy recorrió con la mirada las hileras de sarcófagos llenos de personas como él que se extendían hasta las lejanas paredes curvas. El techo parecía muy bajo. La asfixiante presión de la tierra se acumulaba sobre su cabeza. Y los años. Habían pasado muchos. Todos aquellos a los que había querido alguna vez habrían desaparecido.

Todo había desaparecido.

Las pastillas le habían inflamado la garganta. Intentó tragar saliva. Los recuerdos se desvanecieron como los sueños al despertar y sintió que todo aquello que siempre había conocido comenzaba a escurrírsele entre los dedos.

Se dejó caer hacia atrás… pero los hombres de blanco lo estaban esperando. Lo cogieron y lo ayudaron a tumbarse lentamente, con un crujido del camisón de papel sobre la piel temblorosa.

Las imágenes volvieron; los recuerdos llovieron a su alrededor como bombas y luego desaparecieron.

Las pastillas no podían hacer más, de momento. La destrucción del pasado llevaría su tiempo.

Troy comenzó a sollozar con la cara enterrada en las palmas de las manos y unos dedos se apoyaron sobre su cabeza en una muestra de consuelo. Los dos hombres de blanco le dejaron aquel momento para sí. No intentaron precipitar el proceso. Era una deferencia transmitida de un durmiente a otro, algo con lo que se encontrarían todos los hombres que dormían en aquellos sarcófagos un día, al despertar.

Y que luego, más tarde o más temprano, olvidarían.