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Donald se familiarizó con el guión mientras Eren tomaba asiento en la silla de al lado y se ponía unos cascos. El software disfrazaría sus voces, las despojaría de todo rasgo distintivo hasta transformarlas en la misma de siempre. Los jefes del silo no necesitaban saber cuándo terminaba el turno de un hombre y lo reemplazaba otro. Para ellos era siempre la misma voz, la misma persona.

El operador de guardia levantó una taza y tomó un trago. Donald vio que la taza tenía algo escrito con rotulador. Decía: «Somos el n.º 1». Se preguntó si se referiría al silo. El operador dejó la taza y levantó un dedo en el aire para indicarle que podía comenzar.

Donald tapó el micrófono y se aclaró la garganta. Cuando los cascos se activaron al otro lado de la línea, oyó la voz de alguien. La primera parte de la ceremonia estaba formada por un guión predefinido. Donald la recordaba en su mayor parte. Eren se volvió hacia un lado y se acabó el bagel con cierto aire de culpabilidad. Al ver que el operador levantaba los pulgares, le indicó a Donald que hiciese los honores. Éste sólo podía pensar en acabar con aquello cuanto antes para volver a bajar a la armería vacía.

—Nombre —dijo al micrófono.

—Lukas Kyle —fue la respuesta.

Donald observó cómo saltaban las gráficas con las lecturas tomadas por el casco. Lo sentía por aquella persona, destinada a convertirse en jefe de uno de los silos que no encabezaban la lista. No había esperanza para él, y sin embargo Donald estaba sometiéndose a todo el proceso.

—Has sido sombra en Informática.

Hubo una pausa.

—Sí, señor.

La temperatura del muchacho estaba subiendo. Donald podía leerlo en la pantalla. El operador y Eren comparaban notas y señalaban cosas. Donald releyó el guión. Contenía preguntas sencillas cuyas respuestas conocía todo el mundo.

—¿Cuál es tu principal deber para con el silo? —preguntó leyendo una de ellas.

—Mantener la Orden.

Eren levantó una mano mientras las lecturas subían. Una vez que volvieron a bajar, indicó a Donald que continuase.

—¿Qué debes proteger por encima de todo? —A pesar de contar con la ayuda del software, trató de mantener la voz controlada. Hubo un salto en una de las gráficas. Los pensamientos de Donald flotaron hasta los pilotos que estaban abandonando su espacio, un espacio que ya sentía de su propiedad. Después de acabar con aquello iría a poner la alarma. Esa noche. Esa misma noche.

—La vida y el Legado —recitó la sombra.

Donald se había extraviado. Tardó un momento en encontrar la línea siguiente.

—¿Qué hace falta para proteger estas cosas que nos son tan queridas?

—Sacrificios —respondió la sombra al cabo de una breve pausa.

El jefe de comunicaciones les hizo una seña a Donald y a Eren. Las lecturas formales habían terminado. Ahora tenían que pasar a la línea de referencia, para la que no había guión. Donald no sabía muy bien qué decir. Le hizo un gesto de cabeza a Eren, con la esperanza de que continuara él.

Eren tapó el micrófono durante un instante, como si fuese a replicar, pero finalmente se encogió de hombros.

—¿Cuánto tiempo has pasado en el laboratorio de trajes? —preguntó a la sombra mientras estudiaba el monitor que tenía delante.

—No mucho, señor. Bernar… bueno, mi jefe, había pensado que pasara algún tiempo allí después de… ya sabe.

—Sí. Ya sé. —Eren asintió—. ¿Cómo marcha el problema de los pisos inferiores?

—Mmm, bien, sólo estoy al corriente del estado general de las cosas y no suena mal. —Donald oyó que la sombra se aclaraba la garganta—. Parece que estamos haciendo progresos y que ya no durará mucho más.

Una pausa prolongada. Una inhalación profunda. Las formas de onda se relajaron. Eren miró a Donald de reojo. El operador les indicó que continuaran haciéndoles señas con un dedo.

Donald tenía una pregunta, una pregunta que nacía de sus propios remordimientos.

—¿Habría hecho algo diferente, Lukas? —preguntó—. ¿Desde el principio?

En los monitores aparecieron picos de color rojo y Donald sintió que su propia temperatura subía. Puede que hubiera dado cerca de la diana.

—No, señor —respondió la joven sombra—. Se ha hecho todo conforme a la Orden, señor. Todo está bajo control.

El jefe de comunicaciones alargó la mano hacia los controles y silenció todos los micrófonos.

—Tenemos lecturas de la línea de referencia —les dijo—. Tiene los nervios a flor de piel. ¿Pueden presionarlo un poco más?

Eren asintió. El operador que se sentaba al otro lado se encogió de hombros y tomó un sorbo de la taza del n.º 1.

—Pero primero intenten que se tranquilice —sugirió el jefe de comunicaciones.

Eren se volvió hacia Donald.

—Felicítelo e intente apelar a sus emociones. Cálmelo y luego manipúlelo.

Donald titubeó. Era todo artificial y retorcido. Se obligó a tragar saliva. Volvieron a activar los micrófonos.

—Eres el segundo en la jerarquía de control y operaciones del silo Dieciocho —dijo con voz tensa. Sentía tristeza por el destino al que estaba condenando a aquella pobre alma.

—Gracias, señor. —La sombra parecía aliviada. Las formas de onda se hundieron como olas al llegar a una escollera.

Donald pensó en algún modo de presionar al joven. La insistencia del jefe de comunicaciones, que lo instaba a continuar con sus gestos, no lo ayudaba demasiado. Desvió la mirada hacia el mapa de los silos, colgado de la pared. Se levantó, se acercó todo lo que le permitió el cable de los cascos y estudió los silos tachados, entre ellos el Doce. Pensaba en la gravedad de la responsabilidad que acababa de aceptar aquel joven, en lo que entrañaba su trabajo, en toda la gente que había muerto en otros sitios porque sus líderes les habían fallado.

—¿Sabe cuál es la peor parte de mi trabajo? —preguntó. Se dio cuenta de que todos los presentes en la sala de comunicaciones lo miraban. Volvía a estar en su primer turno, con la ceremonia de iniciación de aquel otro joven. Volvía a estar en su primer turno, ordenando la destrucción de un silo.

—¿Cuál, señor? —preguntó la sombra.

—Estar aquí, mirando un silo en este mapa y tacharlo con una cruz roja. ¿Es capaz de imaginar lo que se siente?

—No, señor.

Donald asintió. Agradecía la sinceridad de la respuesta. Recordaba lo que había sentido él al ver el torrente humano que salía del Doce y perecía en medio de la colina. Parpadeó para aclararse la visión.

—Es como si un padre perdiese miles de hijos a la vez —dijo.

El mundo permaneció en suspenso durante un instante o dos. Tanto el operador como el jefe de comunicaciones tenían la vista clavada en los monitores, en busca de grietas. Eren observó a Donald.

—Tendrá que ser cruel con sus hijos para no perderlos —continuó éste.

—Sí, señor.

Las formas de onda comenzaron a moverse como un suave oleaje. El jefe de comunicaciones levantó los pulgares en dirección a Donald. Había visto suficiente. El muchacho había aprobado y ahora el ritual había terminado de verdad.

—Bienvenido a la operación Cincuenta del Orden Mundial, Lukas Kyle —recitó Eren tomando el lugar de Donald. Eran las últimas palabras del guión—. Ahora, si quieres hacer alguna pregunta, tengo tiempo de responder, pero date prisa.

Donald recordaba aquella parte. Era cosa suya, en parte. Se recostó en su asiento, agotado de repente.

—Sólo una, señor. Me han dicho que no es importante y comprendo el porqué, pero creo que saberlo haría que mi trabajo aquí fuese más fácil. —El joven hizo una pausa—. ¿Hay…? —Un nuevo pico rojo volvió a aparecer en su gráfica—. ¿Cómo empezó todo?

Donald contuvo el aliento. Miró a su alrededor, pero todos los demás estaban concentrados en sus monitores, como si fuese una pregunta tan válida como cualquier otra.

Donald respondió antes de que Eren pudiera hacerlo.

—¿Hasta qué punto desea saberlo? —preguntó.

La sombra aspiró hondo.

—No es crucial —respondió—, pero estaría bien saber lo que hemos conseguido, a qué hemos sobrevivido. Es como si eso me diese… nos diese un propósito, ¿sabe?

—La razón es el propósito —le respondió Donald. Eso era lo que estaba empezando a aprender de sus estudios—. Antes de que se lo diga, quisiera saber lo que piensa.

Creyó oír cómo el joven tragaba saliva.

—¿Lo que pienso? —repitió Lukas.

—Todo el mundo tiene ideas —dijo Donald—. ¿Pretende convencerme de que usted no?

—Creo que fue algo que vimos venir.

Donald estaba impresionado. Tenía la sensación de que aquel joven conocía la respuesta y simplemente deseaba una confirmación.

—Ésa es una posibilidad —reconoció—. Piense en esto… —Consideró la mejor manera de expresarlo—. ¿Y si le dijese que sólo hay cincuenta silos en todo el mundo y que estamos en un rincón infinitamente pequeño de él?

En el monitor podía seguir prácticamente los pensamientos del joven, cuyas lecturas oscilaban arriba y abajo, como la versión cerebral de unos latidos.

—Yo diría que éramos los únicos… —Un pico en el monitor—. Yo diría que éramos los únicos que lo sabíamos.

—Muy bien. ¿Y por qué razón?

A Donald le habría gustado poder grabar la violenta oscilación de las lecturas de la pantalla. Ver cómo se debatía otro ser humano tras perder la cordura, tras esfumarse sus dudas, le provocaba una extraña serenidad.

—Porque… No porque lo supiéramos —al otro lado de la línea sonó un débil jadeo—, sino porque lo hicimos nosotros.

—Sí —asintió Donald—. Y ahora ya lo sabe.

Eren se volvió hacia Donald y tapó el micrófono con la mano.

—Ya tenemos más que suficiente. El chico ha aprobado.

Donald asintió.

—Se acabó el tiempo, Lukas Kyle. Felicidades por el nombramiento.

—Gracias, señor. —Hubo un último pico de actividad en los monitores.

—Ah, Lukas —prosiguió Donald al acordarse de la predilección del joven por contemplar las estrellas, por soñar, por llenarse de peligrosa esperanza.

—¿Sí, señor?

—En adelante, le sugiero que se concentre en lo que tiene bajo los pies. Se acabó lo de mirar las estrellas. ¿De acuerdo, hijo? Ya sabemos dónde están la mayoría de ellas.