No tenía un plan preconcebido, ni sabía adónde se dirigía, pero sentía el impulso de ascender. Se le estaba agotando la batería de la linterna, así que sabía que debía ser cauteloso al explorar los pisos. En un apartamento a oscuras había encontrado un cuarto de baño, donde se alivió como es debido y descubrió con pesadumbre que la cisterna no funcionaba. Ni el lavabo. Ni tampoco el bidet que había junto a éste, por lo que no le quedó más remedio que utilizar una toalla en medio de la oscuridad.
Comenzó a ascender. Había una tienda en el piso diecinueve, justo debajo de su casa. Allí buscaría un batería, aunque imaginaba que la mayoría de las cosas útiles ya habrían desaparecido hacía mucho. No obstante, en la zona de confección habría monos. De eso estaba seguro. Empezaba a formarse un plan en su cabeza.
Hasta que lo sobresaltó una vibración en los escalones.
Se detuvo para escuchar el repiqueteo metálico. Venía desde arriba. Veía el rellano siguiente sobre su cabeza, una vuelta después del poste central. Estaba más cerca que el de abajo. Así que echó a correr hacia allí. El fusil rebotaba contra las botellas que llevaba atadas a la improvisada mochila y sus zancadas resonaban con fuerza sobre los peldaños, mientas él corría embargado por una extraña mezcla de esperanza y miedo a no estar solo.
Abrió la puerta del rellano, la traspasó y volvió a cerrarla sin dejar más que una pequeña rendija. Pegó la mejilla a la puerta, miró por la abertura y aguzó el oído. El fragor metálico se hacía cada vez más fuerte. Jimmy contuvo el aliento. Una figura pasó volando por delante, con un chirrido provocado por la mano que deslizaba por la barandilla, seguida de cerca por otra que profería amenazas. Apenas alcanzó a verlas. Permaneció en la oscuridad, en la entrada de un pasillo desconocido y silencioso, hasta que el ruido se apagó y empezó a sentir cosas que reptaban sobre el suelo hacia él, manos con garras que se tendían en vueltas en la negra oscuridad para enroscarse en su largo y descuidado cabello. Casi sin pretenderlo, volvió a salir al rellano, bajo la luz tenue y verdosa de la iluminación de emergencia, con la respiración entrecortada y sin saber qué creer.
Estaba solo, de un modo u otro. Aunque hubiera supervivientes a su alrededor, la única compañía que podría encontrar era la de gente decidida a matarlo.
Volvió a subir, esta vez más atento al ruido de pisadas y con la mano apoyada en la barandilla por si captaba alguna vibración. Su trayectoria en espiral lo llevó más allá de la depuradora del piso treinta y dos, de las granjas del treinta y uno, de la zona de saneamiento del veintiséis, siempre bajo la luz verde, en dirección a la tienda. Los músculos de sus piernas comenzaron a calentarse por el esfuerzo, pero era una sensación agradable. Pasó por delante de cosas que conocía, pisos procedentes de otra vida, con su acumulación de desgaste y sus marañas de tuberías y cables. El mundo estaba tan oxidado como el recuerdo que guardaba de él.
Al llegar a la tienda se la encontró prácticamente vacía, con la sola excepción de los restos de alguien atrapado bajo un montón de estanterías caídas. Las botas que asomaban por debajo eran de pequeño tamaño, de mujer o de niño. Unos tobillos de blanco hueso asomaban en el espacio que separaba las botas de las perneras del pantalón. Había algunas cosas atrapadas bajo los estantes, junto al cadáver, pero Jimmy no tenía ganas de investigar. Rebuscó entre lo poco que quedaba en los demás estantes en busca de baterías o abrelatas. Había juguetes, trastos inútiles y otras bagatelas. Tuvo la sensación de que aquel lugar había sido saqueado muchas veces. Ahorró batería moviéndose en la oscuridad.
Tampoco el registro de su antiguo apartamento justificó el gasto de electricidad. Ya no parecía su casa. Sólo albergaba una tristeza a la que fue incapaz de poner nombre, una sensación de haberle fallado a sus padres, un dolor agudo en el centro de su cabeza, como el que le producía chupar hielo. Salió del apartamento y siguió subiendo. Algo seguía llamándolo desde arriba. Y hasta encontrarse a media espiral del colegio no comprendió lo que era. El pasado lejano estiraba los brazos hacia él. El día que había empezado todo. Su aula, el último lugar donde recordaba haber visto a su madre, donde en su mente desordenada aún seguían sentados sus amigos, el sitio en el que, si se hubiese quedado, si hubiera podido volver al pasado para repetir de nuevo las cosas, todo habría salido de manera diferente.