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Tres años después

Mission se cambió el mono de trabajo mientras Allie preparaba la cena. Se lavó las manos, se quitó la tierra de debajo de las uñas y contempló el barro que se escurría por el sumidero. Cada vez le costaba más quitarse el anillo, pues tenía los nudillos entumecidos y agarrotados por las duras labores de la temporada de siembra.

Tras enjabonarse las manos, logró sacarlo por fin. Aún se acordaba de la última vez que se le había ido por el desagüe, así que lo dejó a un lado con cuidado. En la cocina, Allie silbaba mientras trasteaba aquí y allá. Cuando abrió el horno, el olor a cerdo asado llegó hasta él. Tendría que decirle algo. No podían permitirse el lujo de comprar cerdo sin una buena razón.

Su mono fue a parar a la pila de la ropa sucia. Cuando volvió a la cocina había unas velas encendidas sobre la mesa. Las reservaban para casos de emergencia, para las ocasiones en las que los idiotas de abajo cambiaban de generador y decidían utilizar el principal, el averiado. Allie lo sabía. Pero antes de que pudiese decir nada sobre las velas o el asado, o contarle que la cosecha de judías no sería tan buena como esperaban, vio su sonrisa radiante. Sólo había una cosa que pudiese provocarle tanta alegría… pero era imposible.

—No —dijo. No podía creerlo.

Allie asintió. Tenía lágrimas en los ojos. Cuando llegó a su lado, ya surcaban sus mejillas como un torrente.

—Pero si nuestro billete había caducado… —susurró mientras la abrazaba. Olía a pimientos dulces y a salvia. Sintió cómo temblaba.

Allie sollozó. La voz se le quebró de pura alegría.

—El médico dice que fue el mes pasado. Nos tocaba, Mis. Vamos a tener un bebé.

Una oleada de alivio inundó a Mission. Alivio, no entusiasmo. Alivio porque todo fuese legal. Besó a su esposa en las mejillas y sintió el sabor de la sal combinado con el pimiento y la salvia.

—Te amo —susurró.

—El asado. —Se apartó de él y corrió al horno—. Te lo iba a decir después de la cena.

Mission se echó a reír.

—Si no me lo hubieses dicho ahora, habrías tenido que explicarme lo de las velas.

Llenó dos vasos con mano temblorosa y los puso en la mesa mientras ella preparaba los platos. Al oler la carne asada se le hizo la boca agua. Casi podía sentir al sabor en la boca. Un sabor a futuro, a cosas por llegar.

—Que no se enfríe —dijo Allie mientras llevaba los platos.

Se sentaron y se cogieron de la mano. Mission se maldijo por no haberse vuelto a poner el anillo.

—Bendice esta comida y a aquellos que han alimentado sus raíces —oró Allie.

—Amén —respondió Mission. Su esposa le estrechó las manos un momento y luego cogió los cubiertos.

—Mira —comentó mientras cortaba el asado—, si es una chica habrá que llamarla Allison. Que yo recuerde, todas las mujeres de mi familia se han llamado así.

Mission se preguntó hasta dónde alcanzaría ese recuerdo. Sería raro que viniera de muy lejos. Pensó en el nombre mientras masticaba.

—Allison, de acuerdo —asintió. Y pensó que al final también acabarían llamándola Allie—. Pero si es un chico, ¿podemos ponerle Cam?

—Claro. —Allie levantó el vaso—. ¿No era así como se llamaba tu abuelo?

—No. No conozco a ningún Cam. Lo que pasa es que me gusta cómo suena.

Levantó su vaso de agua y lo estudió un instante. ¿O sí conocía a algún Cam? ¿De dónde había sacado aquel nombre? Había partes de su pasado que se le escapaban, que permanecían ocultas. Cosas como la marca de su cuello o la cicatriz de su estómago, que no recordaba de dónde habían salido. Les pasaba a todos en mayor o menor medida, todos tenían cosas en el pasado que no podían recordar, pero a Mission más que a la mayoría. Como su cumpleaños. Lo volvía loco no recordar cuándo era su cumpleaños. ¿Cómo podía haber olvidado algo así?