56

La noche se fue acercando mientras colocaban las mesas y la Corneja volvía a cantar. Allie le dijo que habían impuesto el toque de queda, y Mission perdió la esperanza de que los demás apareciesen aquella noche. Sacaron unas colchonetas de los armarios para descansar, y decidieron que esperarían a los demás hasta el amanecer. Mission tenía muchas cosas que preguntarle a la Corneja, pero ella parecía distraída y con la mente en otra parte, como si la dominase una dicha tan intensa que llegaba a marearla.

Frankie estaba convencido de que si conseguía llegar hasta su padre podrían atravesar los controles de seguridad y entrar en Informática. Mission les explicó que le había sido muy fácil cruzar el silo con el mono blanco. Tal vez no les costase reunirse con el padre de Frankie. Allie sacó algo de fruta fresca que había cogido en su parcela y la distribuyó entre todos. La Corneja bebió de uno de sus brebajes verdes. Mission se sentía inquieto.

Salió al rellano, sin saber si esperar a los demás, como habían decidido, o seguir adelante, que es lo que quería. Por lo que él sabía, podían estarse llevándose a Rodny para ejecutarlo en aquel mismo momento. Normalmente las limpiezas tenían el efecto de calmar a la gente y se producían tras estallidos de descontento, pero aquella violencia no se parecía a ninguna otra que hubiesen presenciado antes. Aquello era el incendio del que había hablado su padre, provocado por los rescoldos de la desconfianza y la destrucción del comercio, todos a la vez. Lo había visto venir, pero se había desencadenado todo con la rapidez de un cuchillo que caía en picado desde lo alto.

En el rellano se oía el eco procedente de abajo de las voces de una multitud. Al agarrar la barandilla, Mission sintió la trepidación de varios pares de botas en movimiento. Volvió con los demás y no lo mencionó. No había razón para sospechar que iban a por ellos.

Cuando volvió, Allie tenía cara de haber estado llorando. Sus ojos estaban húmedos y sus mejillas enrojecidas. La Corneja estaba contándoles una historia de los viejos tiempos y sus manos dibujaban una escena en el aire.

—¿Va todo bien? —preguntó Mission.

Allie negó con la cabeza, como si prefiriese no hablar.

—¿Qué sucede? —insistió él. Le cogió la mano y oyó a la Corneja hablar de la Atlántida, otro relato de la ciudad de magia, perdida y en ruinas, más allá de las colinas, de los tiempos de antaño, cuando aquellas estructuras desmoronadas brillaban como una moneda mojada—. Cuéntame —dijo. Se preguntaba si las historias la afectarían como a veces le ocurría a él, inspirándole tristeza sin que supiera por qué.

—No quería decir nada hasta más tarde… —respondió ella con lágrimas renovadas. Mientas se las secaba, la Corneja guardó silencio y posó las manos sobre el regazo. Frankie permaneció callado. Fuera lo que fuese, también lo sabían.

—Padre —dijo Mission. Tenía que ver con su padre. Había muerto, lo supo al instante. Allie siempre había estado más cerca de él que el propio Mission. Entonces, de repente, sintió un intenso ataque de remordimientos por haber abandonado su hogar. Mientras ella se limpiaba los ojos, incapaz de decir nada con los labios temblorosos, Mission se imaginó a si mismo arrodillado sobre la tierra, suplicando perdón.

Allie lloró con fuerza mientras la Corneja tarareaba una melodía de los tiempos de antaño. Mission pensó en su padre muerto, en todo lo que habría querido decirle, y sintió el deseo de arrojarse contra los carteles de las paredes, de arrancarlos y hacerlos trizas junto con la promesa de libertad que ofrecían.

—Es Riley —dijo Allie al fin—. Mis, lo siento mucho…

La Corneja interrumpió su tarareo. Los tres se lo quedaron mirando.

—No —susurró Mission.

—No tendrías que habérselo dicho… —comenzó a decir Frankie.

—¡Tiene derecho a saberlo! —exclamó Allie—. Su padre habría querido que lo supiera.

Mission se quedó mirando un póster de colinas verdes y cielos azules. El mundo se oscureció tras sus lágrimas, igual que le sucedía detrás de las nubes de polvo.

—¿Qué sucedió? —preguntó.

Allie le contó que se había producido un ataque en las granjas. Riley había suplicado que lo dejasen ayudar, pero le habían dicho que no y entonces había desaparecido. Cuando lo encontraron, aún tenía un cuchillo aferrado en las manos.

Mission se levantó y empezó a pasear por la habitación. Llovían lágrimas desde sus mejillas. No tendría que haberse marchado. Tendría que haber estado allí. Tampoco había estado ahí para ayudar a Cam. La muerte lo precedía en todos los sitios a los que no podía llegar. Le había hecho lo mismo a su madre. Y ahora se acercaba el fin para todos ellos.

En ese momento les llegó un ruido desde el rellano, un ruido que fue creciendo hasta llenar el pasillo: el estrépito de unas botas que se aproximaban. Mission se secó las lágrimas. Estaba convencido de que los demás no iban a venir y creía que podían ser los hombres de Seguridad armados. Le preguntarían dónde estaba su arma antes de comprender que era un impostor, antes de acabar con todos ellos a tiros.

Cerró la puerta y, al ver que no tenía cerradura, encajó una mesa bajo el picaporte. Frankie corrió hasta Allie y le dijo que se ocultase detrás de la mesa de la Corneja. Agarró el respaldo de la silla de ruedas —mientras los cables se balanceaban peligrosamente sobre su cabeza—, pero ella insistió en que podía arreglárselas sola, en que no había nada que temer.

Mission sabía la verdad. Era Seguridad quien venía a buscarlos… Seguridad o una turba. Había llegado por la escalera y sabía lo que estaba pasando allí fuera.

Alguien llamó a la puerta. El picaporte se estremeció. Al otro lado, el ruido de los pasos cesó cuando todos los que venían se reunieron frente a la entrada. Frankie, con los ojos muy abiertos, se llevó un dedo a los labios. El cable chirriaba mientras se balanceaba de lado a lado.

La puerta se combó hacia dentro. Por un instante, Mission tuvo la esperanza de que se marcharan, de que sólo estuviesen haciendo una ronda. Pensó en ocultarse bajo las sábanas que habían utilizado para cubrir las mesas, pero la idea llegó tarde. La puerta se abrió violentamente y el escritorio, con un chirrido, retrocedió resbalando sobre el suelo. La primera persona en traspasar el umbral fue Rodny.

Su aparición fue tan repentina y chocante como una bofetada en la mejilla. Llevaba un mono blanco todavía cubierto de arrugas. Tenía el pelo muy corto y la cara recién afeitada, e incluso un corte en la barbilla.

Mission se sintió como si se encontrase delante de un espejo, al verse frente a su amigo con la misma indumentaria. Otros hombres de blanco, armados con fusiles, se congregaron detrás de Rodny. Éste les ordenó que retrocediesen y avanzó unos pasos hacia el interior del aula, a lo largo de los pupitres perfectamente ordenados.

Allie fue la primera en responder. Con una expresión de sorpresa, avanzó hacia él con los brazos abiertos, como para abrazarlo. Rodny levantó la mano y le ordenó que se detuviese. En la otra llevaba una arma de pequeño calibre, la misma que utilizaban los ayudantes. No tenía los ojos clavados en sus amigos, sino en la Corneja.

—Rodny… —empezó a decir Mission.

Su cerebro estaba tratando de asimilar la presencia de su amigo. Se habían reunido allí para rescatarlo, pero él no parecía necesitar que lo rescataran.

—La puerta —dijo Rodny volviendo la cabeza.

Un hombre que le doblaba la edad, tras titubear un momento, hizo lo que se le ordenaba y la cerró. No era así como se comportaba un prisionero. Frankie saltó hacia adelante al mismo tiempo que se cerraba la puerta, y exclamó «¡Padre!», como si lo hubiera visto en el pasillo, con los demás.

—Íbamos a buscarte —le explicó Mission. Sentía deseos de acercarse a su amigo, pero había algo peligroso en los ojos de Rodny—. Tu nota…

Rodny apartó finalmente los ojos de la Corneja.

—Íbamos a ayudarte… —insistió Mission.

—Ayer lo necesitaba —respondió Rodny.

Sus ojos fueron saltando de rostro en rostro mientras rodeaba los pupitres, con el arma al costado. Mission retrocedió y se reunió con Allie junto a la Corneja…, no sabía muy bien si para protegerla o para sentirse protegido.

—No deberías estar aquí —declaró la señorita Crowe con tono admonitorio—. Tu pelea no está aquí. Deberías estar luchando contra ellos. —Un flaco dedo señaló la puerta.

El arma que Rodny llevaba en la mano se levantó ligeramente.

—¿Qué haces? —preguntó Allie mientras contemplaba la pistola con los ojos abiertos de par en par.

Rodny señaló a la Corneja.

—Cuénteselo —dijo—. Cuénteles lo que ha hecho. Lo que hace.

—¿Qué te han hecho? —preguntó Mission.

Su amigo había cambiado. No era sólo el uniforme y el corte de pelo. Era la mirada.

—Me han enseñado… —Rodny apuntó los carteles de la pared con el arma— que esas historias son ciertas. —Se rió y se volvió hacia la Corneja—. Y me enfurecí, tal como usted me advirtió que sucedería. Me enfurecí por lo que le habían hecho al mundo. Quería destruirlo todo.

—Pues hazlo —insistió la Corneja—. Destrúyelos. —Su voz chirriaba como una puerta justo antes de cerrarse violentamente.

—Pero ahora sé la verdad. Me la han revelado. Tenemos un deber. Y ahora sé lo que usted ha estado haciendo en este lugar…

—¿Qué pasa aquí? —preguntó Frankie, aún en medio de la habitación. Avanzó hacia la puerta—. ¿Por qué está mi padre…?

—Quédate ahí —le dijo Rodny. Apartó uno de los pupitres de su camino y se acercó más a ellos—. No te muevas. —Su arma apuntaba alternativamente a Frankie y a la Corneja, cuya silla se estremecía al compás de su mano temblorosa—. Esas palabras de la pared, las historias y las canciones… Fue usted la que nos hizo como somos. Nos hizo sentir furiosos.

—Como debe ser —graznó ella—. ¡Como debe ser, maldita sea!

Mission se le acercó sin apartar los ojos del arma. Allie se arrodilló y le cogió la mano a la anciana. Rodny se detuvo a poco más de tres metros de distancia, con el arma apuntando hacia sus pies.

—Ellos matan y matan —continuó la Corneja—. Y harán lo que siempre han hecho. Lo limpiarán todo. Enterrarán y quemarán a los muertos. Y estas mesas… —Su brazo se alzó bruscamente y un dedo tembloroso señaló los pupitres que acababan de colocar—. Estas mesas volverán a estar ocupadas.

—No —replicó Rodny negando con la cabeza—. Ya no. Todo esto ha terminado. No nos volverá a aterrorizar…

—¿Qué dices? —exclamó Mission. Se acercó a la Corneja y apoyó una mano en su silla—. Eres tú el que lleva el arma, Rodny. Eres tú el que nos está aterrorizando.

Rodny se volvió hacia él.

—Ella es la que nos hace sentir así. ¿No te das cuenta? El miedo y la esperanza van de la mano. Lo que nos cuenta es lo mismo que lo de los sacerdotes, sólo que nosotros llegamos primero a ella. Toda esa palabrería sobre un mundo mejor únicamente sirve para que detestemos éste.

—No… —Mission sintió un acceso de odio dirigido contra su amigo por decir tal cosa.

—Sí —replicó Rodny—. ¿Por qué crees que odiamos a nuestros padres? Porque ella nos obliga. Nos anima a separarnos de ellos. Pero esto no mejora las cosas. —Agitó el brazo con convicción—. Lo que sabía ayer me ha aterrorizado durante toda mi vida. Como a todos nosotros. Lo que sé ahora me da esperanza. —Levantó el arma. Mission no daba crédito a sus ojos. Su amigo apuntó a la vieja Corneja con el arma.

—Espera —Mission levantó la mano.

—Atrás —le ordenó Rodny—. Tengo que hacerlo.

—¡No!

El brazo de su amigo se tensó. El cañón estaba apuntando a una mujer indefensa en una silla de ruedas, la madre de todos ellos, la que les cantaba nanas para que se durmiesen en las cunas y en las colchonetas, cuya voz los había acompañado durante su época de sombras e incluso más allá.

Frankie empujó un pupitre y se abalanzó sobre Rodny. Allie gritó. Mission saltó hacia un lado mientras el arma emitía un estruendo y un destello. Sintió un puñetazo en el estómago y fuego en las tripas. Cayó al suelo mientras el arma atronaba una segunda vez. La silla de la Corneja dio un salto hacia un lado al mismo tiempo que un espasmo sacudía la mano de la anciana.

Mission cayó pesadamente al suelo, con las manos en el vientre. Al apartarlas, estaban pegajosas y húmedas.

Tendido de espaldas, vio a la Corneja doblada sobre sí misma en la silla, una silla que ya no se movía. El arma atronó por tercera vez. Sin necesidad. El cuerpo de la anciana se estremeció al recibir el impacto. Frankie saltó sobre Rodny y cayeron al suelo. Un montón de botas irrumpieron en la sala, atraídas por el ruido.

Allie estaba allí, llorando. Tenía las manos en su vientre y apretaba con fuerza, mientras miraba a la Corneja. Lloraba por los dos. Mission sintió el sabor de la sangre en la boca. Le recordó una vez en que, cuando eran niños, Rodny le había dado un puñetazo. Sólo estaban jugando. Disfrazados, fingiendo que eran sus padres.

Había botas por todas partes. Botas brillantes y negras, algunas, mostrando su desgaste, las otras. Los que ya habían combatido antes y los que ahora estaban aprendiendo.

Rodny se inclinó sobre Mission, con expresión preocupada y los ojos abiertos de par en par. Le dijo que aguantase. Mission habría querido decirle que lo intentaría, pero el dolor que sentía en las tripas era demasiado. Se sentía incapaz de hablar. Le dijeron que se mantuviese despierto, pero lo único que quería era dormir. No ser. Dejar de ser una carga para los demás.

—¡Maldito seas! —gritó Allie, y se refería a él, a Mission, no a Rodny. Balbució que lo amaba y Mission trató de responder que ya lo sabía. Quería decirle que tenía razón. Por un momento se imaginó a los niños que tendrían, la parcela que trabajarían si unían las de ambos, las largas e ininterrumpidas hileras de maíz, como vidas prolongadas durante generaciones. Generaciones de personas que permanecían cerca de su hogar, apoyándose unas a otras, haciendo lo que sabían, disfrutando de saberse una carga.

Habría querido decirle todas estas cosas y muchas más. Pero mientras Allie se inclinaba hacia adelante y él luchaba por dar forma a las palabras, lo único que fue capaz de decir, con un susurro en medio del estrépito de las botas y los gritos, fue que era su cumpleaños.

Calla, cielo mío, no llores

voy a cantarte una nana

aunque esté lejos yo sé

que estaré contigo en tus sueños.

Calla, cielo mío, y duerme

a tu alrededor vuelan los ángeles

por la mañana y durante el día

para mantener tus miedos a raya.

Duerme, cielo mío, no llores

voy a cantarte una nana