Mission, sentado en un rincón, se soltó los cordones de sus botas de media caña. Estaban empapadas, lo mismo que los calcetines. Se las quitó para que no entrara el agua en la bolsa y así pesase menos. Como buen porteador, siempre tenía el peso presente. Lyn le tendió uno de los monos de Seguridad, como precaución adicional. Se quitó el azul de porteador y se puso el otro mientras ella miraba en otra dirección. Luego volvió a ceñirse el cuchillo a la cintura.
—¿Estáis seguros, chicos? —preguntó.
Lyn lo ayudó a meter los pies en la bolsa y los tobillos en las correas interiores.
—¿Y tú, estás seguro? —preguntó mientras anudaba las correas.
Mission se echó a reír, pero sentía el nerviosismo en las tripas. Estiró los brazos para que pudieran ponerle las correas superiores alrededor de los hombros.
—¿Habéis comido?
—Todo irá bien —manifestó Joel—. Deja de preocuparte.
—Como lleguemos tarde…
—Echa la cabeza para atrás —le dijo Lyn, y subió la cremallera desde los pies—. Y no hables, salvo que te digamos nosotros que puedes hacerlo.
—Haremos una parada cada veinte pisos, más o menos —le explicó Joel—. Y te llevaremos al baño cuando nosotros también vayamos. Así podrás estirarte y beber un poco de agua.
Lyn subió la cremallera desde el pecho hasta su barbilla y, tras un momento de vacilación, se besó las yemas de los dedos y le tocó la frente con ellas, como había visto hacer en incontables ocasiones a los sacerdotes y seres queridos de los fallecidos.
—Que tus pasos te lleven hasta el cielo —susurró.
Mission vio desaparecer su sonrisa a la luz de la linterna de Joel antes de que le cerraran la bolsa sobre la cara.
—O al menos hasta la delegación superior —añadió Joel.
Lo sacaron de la sala. Al salir al pasillo, los porteadores con los que se encontraron se apartaban para dejar paso al muerto. Varias manos se estiraron y tocaron a Mission por encima del plástico negro en señal de respeto. Tuvo que hacer esfuerzos para no encogerse ni toser. Se sentía como si el humo hubiera quedado atrapado con él en el interior de la bolsa.
Joel se colocó delante, lo que significaba que los hombros de Mission estaban pegados a los suyos. Lo habían colocado boca arriba y su cuerpo se columpiaba al ritmo de las zancadas de sus amigos. Las correas que lo sujetaban por las axilas tiraban de él en la dirección opuesta a la que estaba acostumbrado. La incomodidad remitió un poco cuando llegaron a la escalera y empezaron el largo ascenso en espiral. Como sus pies quedaban por debajo, la sangre dejó de acumulársele en la cabeza. Lyn cargaba con la mitad de su peso varios peldaños más abajo.
La oscuridad y el silencio lo envolvieron al abandonar el caos de la delegación inferior de Envíos. Sus amigos porteadores que lo llevaban no hablaban, como otros tándems. Ellos preferían ahorrar saliva y guardarse sus pensamientos. Joel impuso un ritmo fuerte. Mission podía sentirlo en el delicado balanceo de su propio cuerpo, suspendido por encima de los peldaños de acero.
A medida que subían, el viaje fue haciéndose cada vez más incómodo. No era por las dificultades para respirar, porque cuando era sombra le habían enseñado a administrar bien el oxígeno para las largas jornadas de trabajo. Tampoco era por la rigidez del plástico contra su cara. Ni por la oscuridad, porque desde siempre, la hora que más le había gustado para trabajar era la noche, cuando podía estar a solas con sus pensamientos mientras los demás dormían. Ni tampoco era por la peste a plástico y a humo, el hormigueo de la garganta o el dolor de las correas.
Era por el hecho de permanecer inmóvil. De que lo transportaran. De ser una carga.
Las correas le presionaban en los hombros y al cabo de un rato empezó a sentir que se le entumecían los brazos. Su cuerpo se columpiaba en la oscuridad, entre el sonido de las pisadas sobre el acero y de las exhalaciones de esfuerzo que soltaban Joel y Lyn al subirlo por la escalera. «Soy una carga demasiado pesada», pensó.
Se acordó de su madre, que lo había llevado en su interior todos esos meses sin nadie a quien poder confiárselo ni nadie que la apoyara. Al menos hasta que su padre se enteró, y para entonces ya era demasiado tarde para interrumpir el embarazo. Se preguntó durante cuánto tiempo habría odiado su padre la hinchazón de su vientre, durante cuánto tiempo habría querido extraer a Mission de allí como si fuese una especie de cáncer. Él nunca había pedido ser una carga. Y nunca había esperado tener que volver a serlo.
Dos años antes. Ésa fue la última vez que había experimentado algo así, aquella sensación de ser un peso muerto para todos. Dos años hacía que había resultado demasiado pesado hasta para un simple nudo.
No lo había atado bien. Pero es que sus manos estaban temblando y había tenido que hacerlo a través de una cortina de lágrimas. Y cuando falló, el nudo, más que soltarse de pronto, se deslizó sobre su cuello y se lo dejó ardiendo y ensangrentado. Lo que más lamentaba era que hubiera pasado en la escalera inferior de Mecánica, con la cuerda atada a las tuberías, por encima de él. Si hubiera sido desde un rellano, el fallo del nudo no habría importado. La caída habría acabado con él.
Ahora le daba demasiado miedo como para volver a intentarlo. Tanto como la idea de ser una carga para cualquier otro. ¿Por eso no quería ver a Allie, porque ella anhelaba cuidar de él? ¿Ayudarlo a sostener su propio peso? ¿Por eso había huido de casa?
Las lágrimas acudieron al fin. Tenía los brazos sujetos, así que no pudo secárselas. Pensó en su madre, de la que sólo podía recordar un puñado de detalles. Pero algo sí sabía de ella: no le tenía miedo a la vida ni a la muerte. Las había abrazado a ambas en un acto de sacrificio y había dado su sangre por la de él, un trueque del que Mission nunca podría sentirse digno.
El silo daba vueltas lentamente a su alrededor. Los peldaños iban quedando atrás uno a uno. Mission soportó el sufrimiento. Luchó por no sollozar y se vio a sí mismo por primera vez en aquella oscuridad completa, conoció su alma como nunca la había conocido en aquel morboso ritual de transporte hasta su tumba, aquel triste despertar en el día de su cumpleaños.