Antes de ir a ninguna parte, Mission tenía que ponerse en contacto con amigos en los que pudiera confiar, con cualquiera que pudiese ayudarlo, la antigua pandilla del Nido. Mientras todos los demás, a instancias de Morgan, volvían a trabajar, él se dirigió por el pasillo oscuro y lleno de humo hacia la sala de distribución, donde había un ordenador que podría utilizar. Lyn y Joel lo siguieron, más preocupados por saber lo que pasaba con Rodny que por seguir limpiando los estragos del incendio.
Vieron el monitor en el mostrador de la zona de distribución, pero el equipo no funcionaba, posiblemente a causa del apagón de la noche anterior. Mission, al acordarse de toda la gente que había visto aquella mañana en Informática con los ordenadores averiados, se preguntó si habría algún equipo en condiciones en cinco pisos a la redonda. Como no podía enviar un telegrama, decidió llamar por radio a las demás delegaciones de Envíos para ver si podían transmitir un mensaje en su nombre.
Primero probó con la central. Lyn, a su lado junto al mostrador, iluminaba los números con una linterna cuyo haz perforaba la nube de humo que llenaba la sala. Joel chapoteaba entre los estantes, tratando de colocar en alto los cajones de distribución de mercancías que estaban en el suelo para impedir que se mojasen. Central no respondió a la llamada.
—Puede que el incendio también haya destruido la radio —susurró Lyn.
Mission no lo creía. El equipo tenía corriente y el altavoz emitía el mismo crujido de siempre cuando pulsaba el botón. Oyó el chapoteo de los pasos de Morgan en el pasillo. El jefe se quejaba a gritos de que sus trabajadores estaban desapareciendo. Lyn cubrió la luz de la linterna con la mano.
—En la central pasa algo —le dijo Mission. Tenía un mal presentimiento.
En la segunda estación de paso a la que llamó obtuvo finalmente una respuesta.
—¿Quién es? —preguntó alguien con la voz rota por un pánico mal disimulado.
—Mission. ¿Con quién hablo?
—¿Mission? Estás en un buen lío, macho.
Mission desvió la mirada hacia Lyn.
—¿Quién eres?
—Robbie. Me han dejado solo aquí arriba, tío. No sé nada de nadie. Pero todos te están buscando. ¿Qué pasa en la delegación inferior?
Joel dejó los cajones un momento y apuntó con su linterna hacia el mostrador.
—¿Que me están buscando? —preguntó Mission.
—A ti, a Cam y a unos cuántos más. Parece ser que ha habido una especie de pelea en la central. ¿Estabas ahí? ¡No sé nada de nadie!
—Robbie, necesito que te pongas en contacto con unos amigos míos. ¿Puedes enviar un telegrama? A los ordenadores de aquí les pasa algo.
—No, los nuestros tampoco funcionan. Hemos estado usando la terminal de la oficina del alcalde. Es la única que está en condiciones.
—¿La oficina del alcalde? Vale, en ese caso necesito que mandes un par de telegramas. ¿Tienes algo para escribir?
—Espera —dijo Robbie—. Serán telegramas oficiales, ¿no? Si no, no tengo autoridad…
—¡Joder, Robbie, esto es muy importante! Busca algo para escribir. Te pagaré. Que me encierren a mí por ello, si quieren. —Miró de reojo a Lyn, que movía la cabeza con incredulidad. El escozor del humo en la garganta lo hizo toser.
—Vale, vale —asintió Robbie—. ¿A quién va dirigido? Y también me debes el trozo de papel, porque es lo único que tengo para escribir.
Mission soltó el botón de transmisión para maldecir al muchacho. Intentó pensar quién tenía más posibilidades de mandar un telegrama a los demás si recibía uno suyo. Al final le dio a Robbie tres nombres y luego le dijo lo que tenía que escribir. Sus amigos debían reunirse en el Nido, con él o sin él si no conseguía llegar. El Nido era un lugar seguro. Nadie se atrevería a atacar la escuela ni a la Corneja. Una vez que la pandilla estuviera reunida, podrían decidir lo que había que hacer. Tal vez la Corneja pudiera aconsejarlos. Para Mission, la parte más complicada sería decidir cómo iba a reunirse con ellos.
—¿Ya está? —preguntó a Robbie al ver que el muchacho no respondía.
—Sí, sí, tío. Pero creo que te pasas del límite de caracteres. Confío en que pagarás esto de tu bolsillo.
Mission meneó la cabeza con incredulidad.
—¿Y ahora? —preguntó Lyn en cuanto colgó.
—Necesito un mono —respondió Mission. Rodeó el mostrador, se acercó a los cajones entre los que merodeaba Joel y comenzó a registrar los más cercanos—. Me están buscando, así que tengo que cambiar de color si quiero subir hasta allí.
—Tenemos —repuso Lyn—. Tenemos que cambiar de color. Si vas al Nido, yo también voy.
—Y yo —lo secundó Joel.
—Os lo agradezco —dijo Mission—, pero si somos varios podría ser peligroso. Llamaríamos más la atención.
—Vale, pero te están buscando a ti —repuso Lyn.
—Eh, hay un montón de estos nuevos, blancos. —Joel le quitó la tapa a un cubo de clasificación—. Pero destacan mucho, ¿no?
—¿Blancos? —Mission se acercó para ver a qué se refería.
—Sí. De Seguridad. Últimamente hemos trasladado un millón de ellos. Llegaron de Ropa hace un par de días. No tengo ni idea de por qué han hecho tantos.
Mission revisó los monos. Los de arriba, cubiertos de hollín, más que blancos parecían grises. El cajón contenía dos docenas. Se acordó de los nuevos reclutas. Era como si alguien quisiera a la mitad del silo de blanco y a la otra mitad luchando entre sí. No tenía sentido. Salvo que lo que pretendiesen fuera cargarse a todo el mundo.
—Cargarse… —repitió en voz alta Mission. Avanzó chapoteando junto a los estantes hasta llegar a otro cajón—. Tengo una idea mejor. —Encontró lo que buscaba. Cam y él habían transportado una carga igual pocos días antes. Metió las manos dentro y sacó una bolsa—. ¿Queréis ganar un poco de dinero?
Joel y Lyn acudieron corriendo para ver lo que había encontrado. Mission levantó la gruesa bolsa de plástico, con su cremallera plateada y sus correas de carga.
—Trescientas ochenta y cuatro fichas a repartir entre los dos —les ofreció—. Todo lo que tengo. Os necesito para un último tándem.
Los dos porteadores apuntaron con sus linternas el objeto que sostenía. Era una bolsa negra. Una bolsa hecha especialmente para cargas como aquélla.