Mission se dio la vuelta y echó a correr hacia abajo mientras las escaleras trepidaban y se estremecían bajo el peso de la multitud que descendía en su busca. Trastabilló, con una mano apoyada en el poste interior, mientras buscaba la barandilla. Una parte muy considerable de ella había desaparecido. La escalera se había vuelto inestable a causa la explosión. No sabía por qué lo perseguían. La barandilla tardó una vuelta entera en reaparecer, junto con su sensación de seguridad al correr a tal velocidad. Al mismo tiempo, se dio cuenta de que Cam había muerto. Su amigo había entregado un paquete y ahora estaba muerto. Junto con muchos otros. Luego, alguien había visto su pañuelo azul y había pensado que era Mission el que había hecho la entrega. Poco le había faltado.
El rellano del piso ciento diecisiete también estaba inundado de gente. Caras surcadas de lágrimas, una mujer que temblaba con los brazos alrededor de su propio torso, un hombre que se tapaba la cara, todos mirando desde la barandilla, hacia arriba o hacia abajo. Habían visto caer los restos frente a ellos. Mission continuó bajando. La delegación inferior de Envíos, en el piso ciento veinte, era el único refugio seguro entre Mecánica y el sitio donde se encontraba. Corrió hacia allí mientras un violento alarido, nacido más arriba, se le acercaba a toda velocidad.
Dio un respingo y estuvo a punto de caer cuando la persona que había gritado se abalanzó sobre él. Creía que alguien iba a saltarle encima, pero el sonido pasó por delante, más allá de la barandilla. Otra persona. Otra persona que había caído en picado, gritando, viva, hacia las profundidades. Los peldaños sueltos y el espacio vacío que había dejado atrás se habían tragado a uno de sus perseguidores.
Apretó el paso y cambió el poste interior por la barandilla exterior al ver que la curva de los peldaños se volvía más amplia y más suave y la velocidad de su descenso lo empujaba contra la barra de acero. Allí podía moverse más de prisa. Trató de no pensar en lo que pasaría si se encontraba con un boquete en el acero. Corrió con el ardor del humo en los ojos, entre el estrépito y el repiqueteo de sus propios pies y los de los que lo seguían, sin darse cuenta al principio de que la neblina que había en el aire no procedía de la zona en ruinas que había dejado atrás. El humo que lo rodeaba ascendía desde más abajo.