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Silo 1

Troy iba a llegar tarde. El primer día de su primer turno ya era un desastre a esas alturas y encima iba a llegar tarde. En su precipitación por salir de la cafetería, por estar solo, se había olvidado de coger el café. Ahora, mientras él hacía enormes esfuerzos por recobrar la compostura, el ascensor parecía empeñado en parar en todos los pisos para cargar y descargar pasajeros.

Se pegó a una esquina mientras el ascensor volvía a detenerse y un hombre metía a empujones un carrito lleno de pesadas cajas. Otro con un cargamento de cebollas se pegó a él y permaneció a su lado durante varios pisos. Nadie hablaba. Cuando el hombre se marchó, el olor de las cebollas siguió allí. Troy se estremeció con una violenta sacudida que le recorrió la espalda y los brazos, pero no le dio importancia. Se bajó en el treinta y cuatro y trató de recordar por qué se había alterado tanto.

El hueco central del ascensor daba a un pasillo estrecho que lo condujo hasta un puesto de seguridad. La distribución del piso le resultaba vagamente familiar y al mismo tiempo un poco ajeno. Resultaba inquietante fijarse en los signos de desgaste de la alfombra y en las marcas de uso del acero en el punto medio del torno giratorio, donde lo habían rozado una y otra vez los muslos a lo largo de los años. Eran unos años que no existían para Troy. Todo aquello había aparecido como por arte de magia, como los daños provocados por una noche de borrachera.

El solitario guardia apartó un momento la mirada del libro que estaba leyendo y lo saludó con la cabeza. Troy apoyó la palma de la mano sobre una pantalla que parecía deslustrada a fuerza de usarla. No hubo comentarios pasajeros ni conversaciones intrascendentes, ninguna expectativa de entablar una relación duradera. La luz que había sobre la consola parpadeó en verde una vez, el torno emitió un nítido chasquido y Troy se llevó unas moléculas más de la barra giratoria al empujarla con el muslo.

Se detuvo al llegar al final del pasillo y sacó sus órdenes del bolsillo del pecho. El médico había escrito una nota en el reverso. Les dio la vuelta para orientar el pequeño mapa en la dirección correcta. Estaba bastante seguro de recordar el camino, pero los recuerdos aparecían y desaparecían de su cabeza por momentos.

Las líneas rojas del mapa le recordaban a unos planes de evacuación de incendios que había visto en las paredes de otro lugar. La ruta que debía seguir lo llevó frente a una hilera de pequeñas oficinas. El traqueteo de los teclados, las voces de las personas, el campanilleo de los teléfonos… Los sonidos del trabajo hicieron que se sintiera fatigado de pronto. Y provocaron además que despertara en su interior una sensación de inseguridad por haber aceptado un trabajo que seguramente no sería capaz de desempeñar.

—¿Troy?

Se detuvo y devolvió la mirada al hombre que se encontraba en el umbral de una puerta frente a la que acababa de pasar. Una rápida ojeada a su mapa le confirmó que había estado a punto de pasar de largo su despacho.

—Soy yo. Merriman. —El hombre no le ofreció la mano—. Llegas tarde. Entra.

Se volvió y desapareció en la oficina. Troy lo siguió con las piernas entumecidas tras la larga caminata. El hombre le era conocido, o eso creía. No recordaba si lo había conocido durante la orientación o en otro momento.

—Siento el retraso —comenzó a disculparse—. Me he equivocado de ascensor y…

Merriman levantó una mano.

—No pasa nada. ¿Necesitas beber algo?

—Me han dado de comer.

—Claro. —Merriman cogió un termo de su mesa, cuyo contenido era de un color azul brillante, y le dio un trago. Troy recordaba que aquello tenía un sabor desagradable. El otro hombre, mayor que él, chasqueó los labios y exhaló un suspiro mientras volvía a dejar el termo sobre la mesa.

—Esta cosa es un asco —dijo.

—Sí. —Troy recorrió con la mirada la oficina, su puesto de trabajo durante los próximos seis meses. El lugar, supuso, habría envejecido bastante. Y Merriman. No era fácil decir si había encanecido en seis meses, pero al menos había mantenido el lugar en orden. Decidió que haría extensiva la misma cortesía a su sucesor.

—¿Recuerdas la charla informativa? —Merriman apiló algunas carpetas sobre su mesa.

—Como si la hubiera recibido ayer.

Merriman lo miró con una pequeña sonrisa en el rostro.

—Bien. Pues no ha pasado nada emocionante durante los últimos meses. Tuvimos algunos problemas mecánicos cuando comencé mi turno, pero los solventamos. Hay un tío llamado Jones que te será útil. Lleva unas semanas despierto y es bastante más listo que el anterior. Para mí ha sido una bendición de Dios. Trabaja en la central eléctrica de la sesenta y ocho, pero es un manitas. Puede reparar cualquier cosa.

Troy asintió.

—Jones. Entendido.

—Muy bien. Bueno, te he dejado unas notas en estas carpetas. A algunos trabajadores ha habido que ponerlos en congelación profunda, porque ya no eran aptos para otro turno. —Lo miró con expresión seria—. No te lo tomes a broma. Aquí hay muchos que preferirían seguir durmiendo a trabajar. No recurras a la congelación profunda salvo que estés seguro de que no pueden con ello.

—No lo haré.

—Bien. —Merriman asintió—. Espero que tengas un turno tranquilo. Me voy corriendo antes de que esto haga efecto. —Tomó un trago largo y Troy, al verlo, sintió una oleada de empatía. Merriman le dio unas palmaditas en el hombro y luego, mientras se encaminaba a la salida, alargó la mano hacia el interruptor de la luz. En el último instante se detuvo, miró hacia atrás, asintió y se marchó.

Y Troy se quedó al mando.

—¡Eh, espera! —Recorrió la oficina con la mirada una vez y salió corriendo tras Merriman, que ya se encontraba al final del pasillo, cerca de la puerta de seguridad. Troy aceleró para alcanzarlo.

—¿Te has dejado las luces encendidas? —preguntó Merriman.

Troy se volvió.

—Sí, pero…

—Buenas costumbres —dijo Merriman. Sacudió el termo—. Adóptalas.

Un hombre entrado en carnes salió precipitadamente de su despacho y trotó con ciertas dificultades para alcanzarlos.

—¡Merriman! ¿Ha terminado tu turno?

Los dos compartieron un cálido apretón de manos. Merriman sonrió y asintió.

—Sí. Troy, aquí presente, me sustituye.

El hombre se encogió de hombros y no se presentó.

—A mí me toca dentro de dos semanas —dijo, como si eso justificara su indiferencia.

—Mira, llego tarde —se excusó Merriman mientras dirigía una rápida mirada a Troy con un atisbo de culpabilidad. Dejó el termo en manos de su amigo—. Ten, puedes quedarte el resto. —Se volvió y Troy lo siguió.

—¡No, gracias! —exclamó el hombre con una carcajada mientras agitaba el termo en el aire.

Merriman miró a Troy de soslayo.

—Lo siento, ¿tienes alguna pregunta? —Traspasó el torno, seguido por Troy. El guardia no apartó la mirada de la tableta.

—Unas cuantas, sí. ¿Te importa si te acompaño? En la orientación me quedé un poco… rezagado. Mi ascenso fue algo repentino. Querría que me aclararas algunas cosas.

—Oye, no puedo impedírtelo. Ahora eres tú el que manda. —Merriman pulsó el botón de llamada del ascensor.

—A ver, entonces… Básicamente, ¿estoy aquí por si algo va mal?

La puerta del elevador se abrió. Merriman se volvió y observó a Troy con los ojos entornados, como si estuviera tratando de valorar si lo decía en serio.

—Tu trabajo consiste en asegurarte de que nada va mal. —Entraron los dos en el ascensor, que salió disparado hacia abajo.

—Vale. Claro. A eso me refería.

—Has leído la Orden, ¿no?

Troy asintió. «Pero no para este trabajo», le habría gustado decir. Había estudiado para dirigir un simple silo, no para ser el que los supervisara todos.

—Pues limítate a seguir el guión. De vez en cuando recibirás preguntas de los demás silos. Yo he descubierto que lo mejor es decir lo menos posible. Mantenerse callado y escuchar. Ten siempre presente que la mayoría de ellos son supervivientes de segunda y tercera generación, así que su vocabulario ya es un poco diferente. En la carpeta tienes una chuleta y una lista de palabras prohibidas.

Troy sintió un instante de mareo y estuvo a punto de caer al suelo a consecuencia del incremento de masa provocado por el ascensor al frenar. Seguía estando increíblemente débil.

La puerta se abrió. Siguió a Merriman por un pasillo corto, el mismo por el que había llegado él horas antes. El médico y su ayudante esperaban en la sala siguiente, preparando un goteo. El médico dirigió a Troy una mirada llena de curiosidad, como si no esperase verlo tan pronto… o incluso volver a verlo alguna vez.

—¿Se ha terminado la última cena? —preguntó el doctor mientras indicaba a Merriman que tomase asiento en un banquillo.

—Hasta la última y repulsiva gota. —Merriman se desabrochó la parte superior del mono y dejó que cayese sobre su cintura. Se sentó y extendió una mano con la palma hacia arriba. Troy vio lo pálida que tenía la piel y se fijó en una maraña de líneas moradas que la recorrían más allá del codo. Trató de no mirar cómo penetraba la aguja.

—Voy a repetir lo que ya figura en mis notas —le dijo Merriman—, pero te conviene ir a ver a Victor a la oficina psiquiátrica. Está justo al otro lado del pasillo. Están pasando algunas cosas raras en algunos de los silos, más fracturas de las que esperábamos. Procura dejar ese tema resuelto para tu sucesor.

Troy asintió.

—Tenemos que llevarlo a la cámara —dijo el médico. Su joven ayudante estaba de pie a su lado, con un camisón de papel en las manos. El proceso entero transmitía una sensación de familiaridad. El médico se volvió hacia Troy como si fuese una mancha que había que limpiar.

Troy salió por la puerta y desvió la mirada hacia la zona de congelación profunda, pasillo adelante. Allí dormían las mujeres y los niños, junto con los hombres que no eran capaces de soportar los turnos.

—¿Le importa si…? —Sentía una atracción muy real procedente de allí. Tanto Merriman como el médico fruncieron el ceño.

—No me parece muy buena idea… —comenzó a decir el médico.

—Yo no lo haría —le advirtió Merriman—. Visité el lugar unas cuantas veces durante las primeras semanas. Es un error. Déjalo.

Troy no apartó la mirada del pasillo. De todos modos, tampoco sabía muy bien lo que iba a encontrar allí.

—Limítate a dejar que pasen los seis meses —continuó Merriman—. Lo harán muy de prisa. Aquí todo pasa muy de prisa.

Troy asintió. El médico lo invitó a marcharse con la mirada mientras Merriman comenzaba a desatarse las botas. Troy se volvió, lanzó un vistazo a la gruesa puerta que había al final del pasillo y finalmente echó a andar en dirección a los ascensores.

Esperaba que Merriman tuviese razón. Mientras pulsaba el botón de llamada trató de imaginar que su turno entero pasaba volando. Y luego el siguiente. Y el siguiente. Hasta que aquella locura hubiera llegado al final de su curso, no tenía mucho sentido pensar en lo que vendría después.