2049
Bajo Fulton
—¿Victor? ¿Se pegó un tiro? —Donald trató de imaginarse al individuo cabal que trabajaba en el despacho de enfrente haciendo semejante cosa—. ¿Por qué?
Anna sorbió por la nariz y se le acercó. Movió de un lado a otro el vaso vacío que llevaba en la mano.
—No lo sabemos. Estaba obsesionado con el primer silo que perdimos. Se me partía el corazón al ver cómo se culpaba a sí mismo. Siempre decía que podía ver ciertas cosas que iban a pasar, que eran… certezas estadísticas. —Estas dos últimas palabras las pronunció imitando la voz de Victor, lo que conjuró con más viveza aún el recuerdo del rostro del anciano en la mente de Donald.
—Pero le destrozaba no saber cuándo y dónde iban a suceder. —Se frotó los ojos—. No le habría pesado tanto si hubiera sucedido durante el turno de otro. No en el suyo. Donde podía sentir todo el peso de la culpa.
—Me culpaba a mí —dijo Donald mirando el suelo—. Sucedió en mi turno. Fue un desastre, por mi culpa. No podía pensar con claridad.
—¿Qué? No. Donny, no. —Le puso una mano en la rodilla—. No fue culpa de nadie.
—Pero mi informe… —Aún lo tenía en la mano, plegado y salpicado de manchas azul pálido aquí y allá.
Los ojos de Anna recayeron sobre el documento.
—¿Es una copia? —Se apartó el pelo de la cara mientras alargaba una mano hacia él—. Papá ha tenido el valor de contarte todo esto, pero no lo de Vic. —Negó con la cabeza—. Victor era muy fuerte para algunas cosas y muy débil para otras. —Se volvió hacia Donald—. Lo encontraron en su mesa, rodeado de notas, con todo lo que sabíamos sobre ese silo. Tu informe estaba encima.
Lo abrió y estudió su contenido.
—Es una copia —susurró.
—Puede que se… —empezó a decir Donald.
—Cubrió el original de notas. —Anna deslizó un dedo sobre la página—. Aquí mismo escribió: «He aquí la razón».
—¿He aquí la razón? ¿La razón por la que se suicidó? —Donald hizo un ademán que abarcaba la sala entera—. ¿No es ésta la razón? Puede que se diese cuenta de que había cometido un error. —Cogió a Anna del brazo—. Piensa en lo que hemos hecho. ¿Y si seguimos a un demente hasta aquí? Puede que Victor tuviese un repentino acceso de lucidez. ¿Y si despertó por un instante y se dio cuenta de lo que había hecho?
—No. —Anna negó otra vez con la cabeza—. Había que hacerlo.
Donald dio una palmada sobre la pared, junto al camastro.
—Eso es lo que dice todo el mundo.
—Escúchame. —Le puso una mano en la rodilla, tratando de tranquilizarlo—. Tienes que mantener la calma, ¿vale? —Volvió la cabeza hacia la puerta con expresión temerosa—. Pedí que te despertaran porque necesito tu ayuda. No puedo hacer esto sola. Vic estaba trabajando en el problema del silo Dieciocho. Si papá se sale con la suya, destruirá el lugar y adiós muy buenas. Victor no quería eso. Ni yo.
Donald pensó en el silo Doce, destruido por orden suya. Pero es que ya se estaba desmoronando, ¿no? Ya era demasiado tarde. Habían abierto la esclusa. Dirigió la mirada hacia el plano de la pared y se preguntó si también sería tarde para el silo Dieciocho.
—¿Qué encontró en mi informe? —preguntó.
—No lo sé. Pero quería despertarte hace semanas. Creía que habías dado con algo.
—Puede que sólo fuese porque yo estaba despierto en aquel momento.
Donald estudió la sala, llena de pistas. Anna había estado hurgando, investigando un problema distinto. Tantas preguntas y respuestas… Tenía la mente despejada, no como la última vez. Ahora tenía preguntas propias. Quería encontrar a su hermana, averiguar lo que había sido de Helen y disipar la absurda idea de que seguía ahí fuera, en alguna parte. Quería saber más cosas sobre aquel lugar maldito que había contribuido a levantar.
—¿Vas ayudarnos? —preguntó Anna. Le puso una mano en la espalda y su reconfortante contacto desenterró el recuerdo de su esposa, de los momentos en los que lo había tranquilizado y cuidado. Se sobresaltó como si lo hubieran mordido y una parte de él sintió por un instante que seguía casado, que ella continuaba viva ahí fuera, tal vez congelada, esperando a que la despertara.
—Tengo… —Se puso en pie bruscamente y recorrió la habitación con la mirada. Sus ojos recayeron sobre el ordenador—. Tengo que saber algunas cosas.
Anna se levantó a su lado.
—Claro. Te contaré todo lo que sabemos hasta ahora. Victor dejó una serie de notas. Cubrió tu informe con ellas. Puedo enseñártelo. Y tal vez consigamos convencer a papá de que había descubierto algo, de que merece la pena tratar de salvar el silo…
—Sí —convino Donald. Lo haría. Pero sólo para seguir despierto. Por un momento se preguntó si no sería ésa la intención de Anna, también. Tenerlo cerca. Antes, lo único que deseaba era volver a dormir, escapar del mundo que había contribuido a crear. Pero ahora quería respuestas. Investigaría lo que estaba pasando en el silo Dieciocho, pero también encontraría a Helen. Descubriría lo que había sido de ella y dónde estaba. Entonces se acordó de Mick, y Tennessee apareció en su mente un instante. Se volvió hacia el plano de la pared, donde se veían todos los silos, y trató de recordar a qué estado le correspondía cada número.
—¿A qué tenemos acceso desde aquí? —preguntó. Sintió que un acaloramiento recorría toda su piel al pensar en las respuestas que tenía a su disposición.
Anna se volvió hacia la puerta. Unos pasos se acercaban desde la oscuridad.
—Papá. Es el único que queda con acceso a este piso.
—¿El único que queda? —Se volvió hacia Anna.
—Sí. ¿De dónde crees que sacó Victor el arma? —Bajó la voz—. Yo estaba aquí cuando vino y abrió una de las cajas. Pero no lo oí. Mira, mi padre se culpa por lo que le pasó a Victor y sigue sin creer que tenga nada que ver contigo o con tu informe. Pero yo conocía a Vic. No estaba loco. Si puedes hacer algo, hazlo, por favor. Por mí.
Le apretó la mano. Donald bajó la mirada. No se había dado cuenta hasta entonces de que se la había cogido. Tenía el informe en la otra. Los pasos se aproximaban. Asintió.
—Gracias —respondió ella con alivio. Le soltó la mano, recogió el vaso vacío de Donald del camastro y lo metió dentro del de ella. Luego los dejó en una de las sillas, junto con la botella, y volvió a pegarla a la mesa. Turman llegó a la puerta y golpeteó la jamba con los nudillos.
—Adelante —dijo Anna mientras se apartaba el pelo de la cara.
Turman los estudió un momento.
—Erskine está preparando una pequeña reunión —anunció—. Con los que están al corriente.
Anna asintió.
—Claro.
Turman entornó los ojos y paseó la mirada de su hija a Donald. Anna pareció tomárselo como una pregunta.
—Donny cree que puede ayudarnos —lo informó—. Los dos pensamos que lo mejor es que trabaje aquí abajo conmigo. Al menos hasta que hayamos hecho algún progreso.
Donald se volvió hacia ella, estupefacto. Turman no dijo nada.
—Vamos a necesitar otro ordenador —añadió Anna—. Si nos lo traes, puedo instalarlo yo.
Esto ya le gustaba más a Donald.
—Y otro camastro, claro —añadió Anna con una sonrisa.