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Silo 1
Los loqueros mantuvieron cerrada la puerta de Troy y le llevaron las comidas mientras analizaba los informes del silo Doce en completa soledad. Había colocado las páginas sobre el teclado, lejos del borde de la mesa. De este modo, cuando se le escapaba alguna lágrima, no manchaba el papel.
Por alguna razón, no podía dejar de llorar. Los loqueros que habían confeccionado la estricta dieta a la que estaba sometido le habían retirado la medicación durante dos días, tiempo suficiente para que Troy pudiese recopilar todos sus descubrimientos en estado de lucidez, sin el aturdimiento que provocaban las pastillas. Tenía una fecha límite. Una vez que redactase sus notas definitivas, le darían algo para combatir el dolor.
Las imágenes de los agonizantes interferían con sus pensamientos, los recuerdos del exterior, de la gente que se asfixiaba caída de rodillas. Troy recordaba haber dado la orden. Lo que más lamentaba era que otro hubiera tenido que pulsar el botón.
La retirada de la medicación había hecho aflorar otros recuerdos fortuitos, que igualmente lo atormentaban. Empezó a acordarse de su padre y de cosas que habían sucedido antes de la orientación. Luego comenzó a preocuparlo el hecho de que los miles de millones que habían perecido le provocasen sólo un pequeño malestar en las entrañas, mientas que los pocos miles que habían muerto tratando de salir del silo Doce le hiciesen sentir ganas de tumbarse, hecho un ovillo, y dejarse morir.
Los informes que descansaban sobre su teclado contaban la historia de una sombra que había sucumbido a la desesperación, de una directora de Informática que no se había percatado del abismo que estaba abriéndose a sus pies y de un jefe de Seguridad honesto que había tomado una mala decisión. Lo único que había pasado era que un grupo de gente aparentemente decente había colocado a la persona equivocada en el poder y luego había pagado las consecuencias de su inocente decisión.
Los códigos de identificación de los videos estaban en los márgenes. Le recordaban a un viejo libro que había leído en su día. Las referencias tenían un estilo similar.
«Jason 2:17» identificaba uno de los videos de la sombra de la directora de Informática. Troy siguió la acción desde su monitor. Había un joven de unos veinte años, poco más o menos, sentado en el suelo de la sala de los servidores. Estaba de espaldas a la cámara y se veían las esquinas de una bandeja de plástico en su regazo. Estaba inclinado sobre la comida y las protuberancias óseas de su columna vertebral proyectan sombras de forma redondeada sobre la tela del mono, en su espalda.
Troy lo observaba con atención. Miró de reojo el informe para comprobar el código de la hora. No quería perdérselo.
En el video, el codo derecho de Jason se movía adelante y atrás. Parecía que estaba comiendo. El momento se aproximaba. Troy hizo un esfuerzo para no parpadear, a pesar de que tenía los ojos llenos de lágrimas.
Un ruido sobresaltó a Jason. La joven sombra de la directora de Informática volvió la mirada hacia un lado y su perfil se hizo visible por un momento, un rostro anguloso y enjuto tras semanas de privación. Cogió la bandeja de su regazo. Era la primera vez que Troy podía ver que llevaba el mono arremangado. Y entonces, mientras el muchacho pugnaba con los puños para volver a bajárselos, vio las líneas paralelas que recorrían sus antebrazos y se dio cuenta también de que en la bandeja no había nada parecido a un cuchillo.
En el resto del video se veía a Jason hablando con la directora de Informática, que lo trataba con actitud maternal y delicada, le tocaba el brazo e incluso le apretaba el codo un par de veces. Troy podía imaginarse su voz. Había hablado con ella en un par de ocasiones para recibir sus informes. Incluso habían programado una conversación con Jason para dentro de pocas semanas con el fin de oficializar su nombramiento.
El video terminaba cuando Jason volvía a meterse en el espacio que había bajo el suelo de la sala de los servidores, una sombra tragada por otras sombras. La directora de Informática, la verdadera líder del silo Doce, se quedaba allí un momento, con la mano en la barbilla. Parecía tan viva…Troy sintió el impulso pueril de alargar la mano y pasar los dedos por el monitor, como forma de otorgar su reconocimiento a aquel fantasma, de disculparse por haberla dejado caer.
Pero entonces vio algo que se les había pasado por alto y no figuraba en los informes. El cuerpo de la mujer se volvía bruscamente hacia la escotilla y se detenía, permanecía allí parada un momento y al fin se daba media vuelta.
Troy utilizó el control deslizante de la parte inferior de la pantalla para reproducir el video de nuevo. Allí estaba ella, acariciando el hombro de su sombra, hablando con él, mientras Jason asentía. Volvió a apretarle el codo, preocupada por él. Jason le aseguró que todo iba bien.
Cuando se marchó, cuando ella se quedó sola, las dudas y los miedos la dominaron. Troy no podía asegurarlo, pero lo sintió. Ella se había dado cuenta de que la oscuridad estaba abriéndose a sus pies, pero aún tenía la ocasión de destruirla. Con el rostro contraído de preocupación, se volvió por un instante hacia allí, pero entonces se lo pensó mejor y se marchó.
Troy detuvo el video, tomó algunas notas y anotó los momentos exactos. Los loqueros tendrían que verificar sus conclusiones. Hojeó los papeles mientras se preguntaba si había algo que tenía que volver a ver. Una mujer decente había terminado asesinada porque no había sido capaz de matar para proteger. Y un jefe de Seguridad había dejado suelto a un monstruo que había dominado el arte de ocultar su dolor, un joven que había aprendido a manipular a los demás para conseguir lo que deseaba, que era salir.
Redactó sus conclusiones. Era una edad peligrosa para ser sombra, escribió en su informe. Se trataba de un muchacho de unos veinte años, una edad rica en dudas y escasa en capacidad de control. Troy se preguntó en el informe si alguien de esa edad podía estar capacitado para cumplir con aquella tarea. Hizo mención al primer jefe de Informática al que había examinado, a la pregunta que le había hecho el muchacho sobre las historias que contaba su bisabuela demente. ¿Era correcto exponer a alguien a esas verdades? ¿Cabía esperar que alguien recibiese tales golpes a una edad tan frágil sin saltar en pedazos?
Lo que no escribió (pero se preguntaba) era si alguien, de cualquier edad, podía estar preparado para algo semejante.
Había precedentes, escribió, para limitar el acceso a determinados puestos de autoridad en función de la edad. Y aunque el resultado sería que tendrían mandatos más cortos —lo que significaba someter a más almas desgraciadas al abuso del encierro en el que se les revelaba el Legado—, ¿no era mejor tener que recurrir con más frecuencia a un proceso moralmente cuestionable que correr tales riesgos?
Sabía que su informe no tenía demasiada importancia. Era imposible planificar la locura. Con el número suficiente de revoluciones y elecciones, de traspasos de poder, más tarde o más temprano un loco acabaría con las riendas en sus manos. Era inevitable. Y la eventualidad estaba integrada en sus cálculos. Por eso habían construido tantos silos.
Se levantó de la mesa, caminó hasta la puerta y le dio una sonora palmada. En una esquina de la oficina, una impresora emitió un zumbido y escupió cuatro páginas. Troy las cogió: informes sobre los que habían muerto y los que todavía estaban muriendo. Aún estaban calientes cuando los introdujo en la carpeta, pero podía sentir cómo a las páginas impresas se les escurría el calor y la vida. Pronto estarían tan frías como el aire que las rodeaba. Cogió una pluma de su mesa y firmó al pie.
Una llave crujió en la cerradura antes de que se abriese la puerta.
—¿Ya ha terminado? —preguntó Victor. El psiquiatra de pelo cano se detuvo al otro lado de su mesa y volvió a guardarse las llaves en el bolsillo. Llevaba un vasito de plástico en la mano.
Troy le entregó la carpeta.
—Los indicios estaban ahí —dijo al médico—, pero nadie hizo nada.
Victor cogió la carpeta con una mano mientras le tendía el vaso de plástico con la otra.
Troy introdujo algunos códigos en el ordenador para borrar su copia de los videos. Las cámaras no servían de nada para predecir y prevenir este tipo de problemas. Había demasiadas. No había personal suficiente para vigilar una población entera. Estaban ahí para que, después, pudieran hurgar entre los escombros.
—Tiene buena pinta —dijo Victor mientras hojeaba el informe. El vaso de plástico quedó sobre la mesa de Troy, con sus dos pastillas dentro. Habían incrementado la dosis hasta los niveles que tomaba al comienzo del turno, un pequeño extra para combatir el dolor.
—¿Quiere que le traiga un poco de agua?
Troy negó con la cabeza. Titubeó. Apartó la mirada del vaso y se dirigió a Victor:
—¿Cuánto tiempo crees que tardará? El silo Doce, me refiero. En quedarse sin gente.
Victor se encogió de hombros.
—No mucho, supongo. Días.
Troy asintió. Victor lo observó con detenimiento. Troy echó la cabeza hacia atrás y las pastillas, rodando desde el fondo del vaso, pasaron entre sus labios temblorosos. Sintió su sabor amargo en la lengua. Fingió que se las tragaba.
—Siento que haya pasado en su turno —comentó Victor—. Sé que no era el trabajo que pensaba que iba a desempeñar.
Troy asintió.
—Lo cierto es que me alegro de que me haya tocado a mí —replicó al cabo de un momento—. No me habría gustado que hubiese tenido que hacerlo otro.
Victor posó una mano sobre la carpeta.
—Incluiré una mención positiva sobre usted en mi informe.
—Gracias —dijo Troy. Aunque no sabía muy bien por qué.
Victor agitó la carpeta en el aire a modo de despedida y finalmente se volvió y regresó a su mesa, al otro lado del pasillo, donde podría sentarse y mirar de vez en cuando a Troy.
En el breve momento que tardó en llegar hasta allí, de espaldas a Troy, éste escupió las pastillas en la palma de su mano.
Movió el ratón para encender el monitor y poder iniciar una partida de solitario y dirigió una mirada sonriente hacia Victor, que respondió con otra sonrisa. Las dos pastillas, aún pegajosas por la capa exterior medio disuelta por su saliva, estaban escondidas en la otra mano. Cansado de olvidar, Troy había decidido empezar a recordar.