18

Duele. Lo esperaba, pero así y todo me corta la respiración. El líquido me empapa la camisa y se me pega a la piel.

Me esfuerzo por calmar la respiración. La transformación de mi cuerpo se ha ralentizado, la reacción está remitiendo. Deseo mantener los ojos abiertos pero necesito que Anton crea realmente que Lila me ha disparado, así que en lugar de mirar me limito a escuchar.

—Vosotros dos contra los lavamanos —ordena Lila—. Las manos donde pueda verlas.

Hay movimiento de gente a mi alrededor. Oigo un gruñido en la dirección de mi abuelo, pero no puedo permitirme mirar.

—¿Cómo puedes estar aquí? —pregunta Anton.

—Venga ya, Anton —dice Lila en un tono quedo y amenazante—. Sabes muy bien cómo he llegado hasta aquí. Caminando. Desde Wallingford. Con mis patitas.

Trato de cambiar ligeramente de postura para que luego no me cueste tanto levantarme.

El estafador, como el mago, desvía la sospecha. Mientras todo el mundo está esperando que saque un conejo de la chistera en realidad está cortando a una chica en dos. Crees que está haciendo un truco cuando en realidad está haciendo otro.

Crees que me estoy muriendo pero en realidad me estoy riendo de ti.

Detesto que me guste tanto. Detesto que la adrenalina que penetra por las raíces de mi cuerpo me esté llenando de un regocijo embriagador. No soy una buena persona.

Pero engañar a Anton y Barron me produce un placer inmenso.

Puedo oír pasos a mi alrededor, avanzando hacia Lila.

—Lo siento, Lila —dice Anton—. Sé que…

—Debiste matarme cuando tuviste la oportunidad —le interrumpe Lila.

Alguien me toca el hombro y casi doy un respingo. Unos dedos desnudos y ásperos en el cuello, buscándome el pulso. La única cosa que no puedo fingir. Me abre la americana. Si me desabotona la camisa verá los cables.

—Eres un diablillo, Cassel Sharpe —susurra mi abuelo.

«Listo como el diablo y el doble de guapo». Reprimo una sonrisa.

—Dame la pistola —dice Anton, y esta vez abro los ojos una rendija. Tiene la navaja en la mano—. Sabes que no quieres hacer esto.

—¡Contra los lavamanos! —ordena Lila.

Anton suelta la navaja y derriba de un manotazo la pistola que sostiene Lila. El arma resbala por el suelo.

Lila y Anton se abalanzan sobre ella al mismo tiempo, pero Anton llega primero. Intento levantarme pero el abuelo me aplasta contra el suelo.

Anton levanta la pistola y dispara tres veces contra el pecho de Lila.

Lila se tambalea, pero no lleva cables y por tanto no hay estallido, ni sangre. Los perdigones rebotan inofensivamente en su cuerpo y caen al suelo.

Descubiertos.

Anton mira a Lila y luego la pistola. Por último me mira a mí. Tengo los ojos completamente abiertos.

—Te mataré —gruñe mientras arroja el arma a un lado. Esta golpea el suelo con tanta fuerza que desportilla una baldosa.

Mal asunto.

Mi abuelo se interpone entre nosotros y yo estoy intentando apartarle cuando una voz resuena en la otra punta de la habitación.

—Ya es suficiente —dice Zacharov en medio de un repentino silencio. Se levanta trabajosamente y estira el cuello.

Anton retrocede a trompicones, como si Zacharov fuera un fantasma. Los demás nos hemos quedado inmóviles.

Barron me señala con un dedo acusador.

—Has jugado conmigo —tartamudea.

—Todos habéis jugado —dice Zacharov con su fuerte acento—. Hacíais lo mismo de pequeños con las pistolas de agua. Las blandíais y lo dejabais todo empapado.

—¿Por qué te…? ¿Qué sabías? —pregunta Anton—. ¿Por qué te hiciste el…?

Zacharov tuerce el gesto.

—Jamás habría creído que tú, Anton, serías capaz de traicionar a nuestra familia. Jamás habría creído que serías capaz de conspirar para matarme. Nada menos que tú, el hombre al que estaba decidido a nombrar mi heredero. —Zacharov mira a mi abuelo—. La familia ya no significa nada, ¿no crees?

El abuelo mira a Barron y luego hacia mí, como si no supiera qué contestar.

Anton avanza dos pasos hacia Zacharov con la boca deformada por una fea mueca. Barron recoge la navaja, la gira en su mano, la cierra y vuelve a abrirla.

Ruedo sobre mi cuerpo, me impulso hacia arriba y resbalo con la sangre artificial que cubre el suelo. Logro ponerme de rodillas.

—No saldrás de aquí con vida —dice Anton a Zacharov, señalando a Barron y la navaja.

Solo me queda una carta por jugar, pero es alta. Me pongo de pie. Parece que estoy de nuevo en el tejado de Smythe Hall; si patino soy hombre muerto.

—No me das miedo —dice Zacharov sin apartar la mirada de Anton—. Se necesitan agallas para matar a un hombre con las manos, y tú no las tienes.

—Calla —espeta Anton. Se vuelve hacia Barron—. Pásame la navaja. Veremos si le doy miedo o no.

Lila hace ademán de abalanzarse sobre Anton pero su padre la coge por los brazos y la atrae hacia sí.

En sus labios se forma una mueca de desprecio. Los ojos le arden como rescoldos mientras mira a su primo.

—Te mataré —dice.

Barron no le entrega la navaja a Anton. En lugar de eso esboza una lenta sonrisa y alza la punta hacia su garganta.

—No me apuntes con eso. —Anton le aparta la mano—. ¿A qué estás esperando? Dámela.

—Estoy apuntando en la dirección correcta —dice Barron—. Lo siento.

Inspiro hondo y saco mi carta.

—Barron y yo llevamos meses reuniéndonos con Zacharov. ¿No es cierto, señor?

Zacharov me clava una mirada severa. Imagino que está harto de mis películas, pero por fuerza ha de comprender que lo más importante en estos momentos es mantener la navaja en el cuello de Anton. Hunde sus dedos en los brazos de Lila.

—Lo es.

Barron asiente.

—No es cierto —dice Anton a Barron—. Aunque me la jugaras a mí, ni por un momento estarías dispuesto a jugársela a Philip.

—Él también está en esto —responde Barron. Gira la navaja en su mano, dejando que las luces fluorescentes se reflejen en la hoja.

—Philip nunca me entregaría. Es imposible. Planeamos esto juntos. Durante años.

Barron se encoge de hombros.

—Si es así, ¿dónde se ha metido? Si es tan leal, ¿no debería estar aquí?

Anton me mira.

—Esto es absurdo.

—¿Qué es absurdo? —pregunta Lila. Me lanza una mirada fugaz—. ¿Crees que eres el único capaz de traicionar, Anton? ¿Crees que eres el único embustero?

Puedo ver el conflicto en el semblante de Anton. Todavía está intentando decidir su siguiente jugada.

—Teníamos que asegurarnos de que tu intención de matar al jefe de nuestra familia iba en serio —dice Barron. No parece desconcertado. Ni siquiera parpadea.

—Os va a matar de todos modos, imbécil —dice Anton. Parece desorientado—. Has echado a perder el plan a cambio de nada. Vosotros secuestrasteis a su hija. Sois hombres muertos. Os va a linchar a todos.

—Nos ha perdonado —dice Barron—. Llegó a un acuerdo con Philip y conmigo a cambio de que abandonáramos. Era más importante demostrar que planeabas matarle. Nosotros no somos nadie. Tú eres su sobrino.

Zacharov resopla quedamente y menea la cabeza. Extiende un brazo hacia Barron y este deja caer suavemente la navaja en la palma de su mano.

Suelto un aire que no sabía que estaba aguantando.

—Anton —dice Zacharov mientras suelta a Lila, como si de repente se hubiera dado cuenta de que la tenía retenida—. Estás solo, no tienes nada que hacer. Túmbate en el suelo. Lila, ve a buscar a Stanley. Dile que tenemos que ocuparnos de un asunto.

Lila se seca las manos en el vestido sin mirar a nadie a la cara. Trato de atraer su atención pero no lo consigo. Se dirige a la puerta.

Es Zacharov el que me mira. Sabe que le he engañado, aunque ignora de qué modo. Asiente ligeramente con la cabeza.

Supongo que al final he demostrado mi valía.

—Gracias, Barron. Y Cassel, naturalmente. —Puedo oír cómo le rechinan los dientes mientras nos da las gracias a mi hermano y a mí por una mentira—. ¿Por qué no vais a la cocina y me esperáis allí con Lila? Aún no hemos terminado aquí. Desi, asegúrate de que no se pierdan por el camino.

—Eh, tú —dice Anton, volviéndose hacia mí—. Tú has hecho esto. Tú has hecho que ocurriera.

—Yo no te convertí en un imbécil —digo, respuesta que probablemente no sea la más acertada, pero estoy idiotizado y embriagado de alivio.

Además, ya sabes que no sé tener la boca cerrada.

Cerrando la distancia que nos separa antes de que pueda reaccionar, Anton se abalanza sobre mí. Irrumpimos de espaldas en un cubículo y mi cabeza golpea la baldosa del suelo que hay junto al retrete. Veo a mi abuelo agarrar a Anton por el cogote para quitármelo de encima pero Anton es demasiado corpulento e insensible.

Me clava los nudillos en el pómulo. Impulso la cabeza hacia delante y estrello mi frente contra su cráneo con tanta fuerza que el dolor me deja atontado. Anton arquea el torso, como si fuera a golpearme de nuevo, cuando de repente pone los ojos en blanco. Se desploma sobre mí y ahí se queda, pesado como una manta.

Ajeno a la mugre del suelo, me arrastro hacia atrás, ansioso por salir de debajo de su cuerpo. Está pálido y ya han empezado a amoratársele los labios.

Está muerto.

Anton está muerto.

Todavía le estoy mirando cuando Lila se inclina y aprieta un trozo de papel higiénico contra mi boca. Ni siquiera me había dado cuenta de que sangraba.

—Lila, te quiero fuera de aquí —dice Zacharov.

—¿Es que siempre tienes que pasarte de listillo? —me pregunta con voz queda antes de regresar junto a su padre.

El abuelo está encorvado sobre su muñeca, sosteniéndola en actitud protectora.

—¿Estás bien? —le pregunto mientras me levanto para apoyarme pesadamente en la pared.

—Estaré bien cuando salgamos de este lavabo.

En ese momento me percato de que su mano derecha no lleva guante y que el dedo anular está empezando a ponerse negro desde la uña hacia abajo.

—Oh —digo. Mi abuelo me ha salvado la vida.

Se echa a reír.

—¿Qué pasa? ¿Creías que había perdido facultades?

Me avergüenza reconocer que había olvidado que todavía es un trabajador mortal. Siempre pienso en él como un trabajador en pasado, y sin embargo ha matado a Anton con un simple toque, una presión de dedos sobre un cuello vulnerable.

—Tendrías que haber dejado que te ayudara —dice mi abuelo—. Aquella noche después de la cena, cuando me drogaron, les oí hablar.

—Lila, Barron —dice Zacharov—, salgamos de aquí. Dejaremos a Cassel y a Desi un rato a solas para que puedan asearse. —Se vuelve hacia nosotros—. No os mováis de aquí.

Asiento con la cabeza mientras les veo partir.

—Tienes mucho que explicarme —me dice el abuelo.

Sigo apretando el trozo de papel higiénico contra mi mejilla. Un hilo de sangre auténtica brota de mi boca y me gotea sobre la camisa, junto a la sangre de mentira. Contemplo el cuerpo de Anton.

—Querías sacarme de aquí porque pensabas que todavía tenía la memoria manipulada.

—¿Qué querías que pensara? —pregunta el abuelo—. ¿Qué los tres teníais un plan absurdamente enrevesado? ¿Y que Zacharov estaba metido en el ajo?

Sonrío hacia el espejo.

—No estamos metidos en nada. Falsifiqué las libretas de Barron. Cree ciegamente en lo que hay escrito en ellas. No le queda otra opción, con su pérdida de memoria.

He ahí lo que he estado haciendo el último día y medio. Lo que me pasé toda la noche haciendo. Reescribir hojas y hojas de anotaciones con una letra fácil de imitar porque la conocía bien. Construirle a Barron una vida enteramente diferente, una vida donde deseaba salvar al jefe de una familia mafiosa porque dicho jefe era el padre de Lila. Una vida donde mis hermanos y yo trabajábamos juntos con fines nobles.

Las mentiras más fáciles de contar son aquéllas que deseas que sean ciertas.

El ceño del abuelo se va transformando en estupefacción.

—¿Me estás diciendo que Barron nunca se reunió con Zacharov?

—No, pero él cree que sí.

—¿Te reuniste tú con Zacharov?

—Lila quería que lleváramos este asunto entre nosotros —digo—. Así que yo tampoco.

Suelta un gruñido.

—Ahora tenemos un problema más.

Echo un último vistazo al cuerpo de Anton. Algo brilla bajo la luz. El alfiler de corbata de Zacharov, junto a la mano izquierda de Anton. Debió de sacárselo del bolsillo.

Me agacho y lo recojo.

Zacharov está apoyado en el marco de la puerta cuando me levanto. No le he oído entrar.

—Cassel Sharpe. —Parece cansado—. Mi hija dice que todo esto fue idea suya.

Asiento con la cabeza.

—Habría salido mejor con una pistola de verdad.

Suelta un gruñido.

—Como fue idea suya no voy a cortarte la mano por haberme tocado la piel. Dime solo una cosa, ¿cuánto hace que sabes que eres un trabajador transformador?

Abro la boca para protestar. No le he manipulado; ¿por qué cree entonces que no estaba fingiendo? De pronto me acuerdo de la reacción, de cómo me retorcía en el suelo.

—No mucho —digo.

—¿Lo sabías tú? —Se vuelve hacia el abuelo.

—Su madre quería mantenerlo en secreto hasta que fuera mayor. Pensaba contárselo cuando saliera de la cárcel. —El abuelo me mira—. Cassel, lo que puedes hacer resulta muy valioso para ciertas personas. No estoy diciendo que tu madre hiciera bien, pero es una mujer inteligente y…

Le interrumpo.

—Lo sé, abuelo.

Zacharov nos está mirando como si estuviera sopesando algo en su mente.

—Quiero que quede bien claro que en ningún momento estuve de acuerdo en dejar vivir a tus hermanos. A ninguno de los dos.

Asiento, porque puedo oír que no ha terminado de hablar.

—Tu abuelo tiene razón, eres muy valioso. Y ahora me perteneces. Tus hermanos seguirán con vida mientras tú trabajes para mí. ¿De acuerdo?

Asiento de nuevo.

Debería decirle que me da igual, que me trae sin cuidado que mis hermanos vivan o mueran, pero no lo hago. Supongo que es cierto eso que dicen de que nadie te querrá tanto como tu familia.

—Entonces, asunto resuelto —concluye—. Por el momento. Ve a la cocina, a ver si alguien puede conseguirte una camisa limpia.

El abuelo vuelve a cubrirse la mano derecha con su guante. Uno de los dedos le cuelga ahora tan inerte como los de la mano izquierda.

—Por cierto, he encontrado esto —digo. Estoy tendiéndole el Diamante Resucitador a Zacharov cuando noto algo extraño. El pedrusco tiene una esquina rota.

Zacharov lo coge con una sonrisa tirante.

—Gracias por segunda vez, Cassel.

Asiento con la cabeza mientras procuro ocultar que sé que el Diamante Resucitador no puede proteger a nadie. Carece de valor. Es mero cristal.

Fuera del lavabo la fiesta está muy animada. El ruido se me echa encima como una ola surrealista; música, risas y conversaciones lo bastante fuertes para amortiguar unos disparos. Nada de lo que acaba de suceder —sobre todo la muerte de Anton— parece real bajo la luz danzarina de las arañas de luces o reflejado en las miles de burbujas de champán.

—¡Cassel! —exclama Daneca corriendo hacia mí—, ¿estás bien?

—Nos teníais preocupados —dice Sam—. Habéis pasado ahí dentro mucho tiempo.

—Estoy bien —digo—. ¿No parece que esté bien?

—Estás en medio de una fiesta cubierto de sangre —puntualiza Sam—. No, no lo pareces.

—Por aquí —dice Zacharov, señalando las cocinas.

—Te acompañamos —dice Daneca.

Siento un cansancio atroz y la mejilla me arde. Todavía me duelen las costillas. Y no veo a Lila por ningún lado.

—Está bien.

Los invitados casi tropiezan unos con otros cuando se apartan para dejarme pasar. Debo de tener, ciertamente, una pinta horrible.

La cocina parece más pequeña con tanta gente corriendo de un lado a otro con bandejas de blinis nadando en caviar, pastas doradas goteando mantequilla de ajo y pastelitos coronados con limón confitado.

Mi barriga gruñe, lo cual me sorprende. No debería tener apetito después de haber visto morir a una persona, y sin embargo estoy hambriento.

Philip está de pie en la otra punta de la cocina, flanqueado por dos hombres corpulentos que dan la impresión de estar conteniéndole. Ignoro si Lila lo trajo a la fiesta o si Zacharov envió a sus hombres a buscarlo al lugar donde lo tenían confinado.

Cuando me ve entorna los párpados.

—¡Me lo has quitado todo! —grita—. Maura. Mi hijo. Mi futuro. Mi amigo. Todo.

Supongo que tiene razón.

Podría contestar que no era mi intención hacerlo.

—Jode, ¿verdad? —digo en su lugar.

Philip forcejea con los guardaespaldas. No me preocupa. Dejo que Daneca me lleve a la zona de la despensa y los fregaderos.

—¡Haré que lamentes haber nacido! —grita Philip a mi espalda. Le ignoro.

Lila está esperando con una botella de vodka en una mano y un trapo en la otra.

—Siéntate en la encimera —dice.

Aparto una espátula y un cuenco con harina y me subo. Philip sigue gritando, pero su voz suena lejana. Sonrío.

—Lila, te presento a Daneca. Creo que ya conoces a Sam. Son amigos míos del colegio.

—¿Acaba de reconocer que somos sus amigos? —pregunta Sam, y Daneca ríe.

Lila vierte un poco de vodka en la servilleta.

—Te pido perdón por no haberte contado el resto del plan —le digo a Lila—. Lo de Barron.

—¿Te refieres a las libretas? Las falsificaste.

Al ver mi cara de pasmo, sonríe.

—Viví varios años con él, ¿recuerdas? Vi las libretas. Muy astuto.

Coloca el trapo sobre mi mejilla y suelto un bufido. Escuece mucho.

—¡Ay! —protesto—. ¿Nunca te han dicho que eres un poco matona?

Su sonrisa se amplía. Si pudiera, creo que se retorcería en las comisuras. Lila se inclina sobre mí.

—Lo sé. Y también sé que te gusta.

Sam suelta una risita. No me importa.

Me gusta.