En esta tierra no hay medida ni equilibrio
para compensar el dominio de rocas y bosques,
el paso, por ejemplo, de estas nubes que avergüenzan a los hombres.
Ningún gesto, ni tuyo ni mío, podría atraer su atención,
ni palabra hacerles traer agua o incendiar leña
como duendes nativos bajo el hechizo de un ser superior.
Una se cansa de jardines públicos: una quiere vacaciones
donde árboles y nubes y animales no hagan caso;
lejos de olmos catalogados, de domésticas rosas de té.
Tardamos tres días en coche hacia el norte para encontrar una nube
que los educados cielos de Boston jamás pudieran alojar.
Aquí en la última frontera del espíritu impetuoso y audaz
los horizontes están demasiado lejos para ser próximos como parientes;
los colores se imponen como una especie de venganza.
Cada día concluye con una enorme explosión de bermellones
y la noche llega con una zancada gigante.
Es cómodo, por una vez:, significar tan poco.
Estas montañas no ofrecen nada ni a plantas ni a personas:
conciben una dinastía de frío perfecto.
Dentro de un mes, no sabremos para qué son platos y tenedores.
Me apoyo en ti, inerte como un fósil. Dime que estoy aquí.
Los indios y los peregrinos podrían no haber existido.
Los planetas laten en el lago como amebas brillantes;
los pinos ahogan nuestras voces hasta el susurro más quedo.
Alrededor de nuestra tienda, la simpleza de antaño murmura
soñolienta como Leteo, tratando de entrar.
Despertaremos con la mente helada como el agua al amanecer.