Sobre esta colina pelada el año nuevo afila sus cantos.
Sin cara y pálido como la porcelana
el cielo redondo continúa enfrascado en sus propios asuntos.
Tu ausencia es imperceptible;
nadie sabe lo que me falta.
Las gaviotas han enfilado el lecho fangoso del río
hasta esta cima herbosa. Tierra adentro, discuten,
mientras se posan y se agitan como papel al viento
o manos de inválido. El sol
pálido consigue lanzar unos destellos tan metálicos
desde los estanques enlazados que mis ojos pestañean
y se desbordan; la ciudad se funde como el azúcar.
Una hilera de niñas
que se anudan y se detienen, dispares, con uniformes azules,
se abre para tragarme. Soy una piedra, un palo,
a una se le cae un pasador rosa de plástico;
ninguna de ellas parece darse cuenta.
Su alboroto, su cotilleo de gravilla se estrecha a través de un embudo.
Ahora, tras el silencio, se sucede el silencio.
El viento corta mi respiración como una mordaza.
Hacia el sur, sobre Kentish Town, una mancha cenicienta
empaña tejados y árboles.
Podría ser un campo de nieve o un banco de nubes.
Supongo que no tiene ningún sentido pensar en ti.
Tu recuerdo de muñeco ya cede.
El túmulo, incluso a mediodía, vigila su sombra negra:
me conoces menos constante,
sombra de hoja, sombra de pájaro.
Rodeo los árboles retorcidos. Soy demasiado feliz.
Estos cipreses fieles de ramas oscuras
meditan enraizados en sus pérdidas apiladas.
Tu grito se desvanece como el grito de un mosquito.
Te pierdo de vista en tu viaje ciego,
mientras la hierba del brezal brilla y los arroyuelos sinuosos
se sueltan y se consumen. Mi mente corre con ellos,
encharcando huellas, revolviendo piedras y tallos.
El día vacía sus imágenes
como una taza o una habitación. El pliegue de la luna se hace más blanco,
delgado como la piel cuando cose una cicatriz.
Ahora, sobre la pared del cuarto de los niños,
las plantas azules de la noche y la pequeña colina azul pálido
del cuadro de cumpleaños de tu hermana comienzan a relucir.
Los pompones anaranjados y el papiro egipcio
se encienden. Cada uno de los arbustos
azules y orejudos detrás del cristal
exhala un halo añil,
una especie de globo de celofán.
Los viejos posos, las viejas dificultades me toman por esposa.
Las gaviotas se preparan para la vigilia fría en la penumbra ventosa;
entro en la casa iluminada.