POEMA PARA UN CUMPLEAÑOS

1. Quién

El mes de la floración terminó. Se recogió la fruta,

podrida o comida. Soy toda boca.

Octubre es el mes del almacenaje.

Este cobertizo huele a rancio como estómago de momia:

viejas herramientas, tiradores, espigas oxidadas.

Estoy en casa, entre cabezas muertas.

Deja que me plante en un tiesto,

las arañas no lo notarán.

Mi corazón es un geranio parado.

Si el viento dejara en paz mis pulmones.

Cuerpo de perro husmea los pétalos. Florecen bocabajo.

Crujen como arbustos de hortensias.

Las cabezas mohosas me consuelan,

clavadas al techo ayer:

inquilinas que no hibernan.

Coles: púrpura carcomida, lustro de plata,

aderezo de orejas de mula, piel apolillada, pero verde corazón,

sus venas blancas como tocino.

¡Oh la belleza de la costumbre!

Las anaranjadas calabazas no tienen ojos.

Estas estancias están llenas de mujeres que se creen pájaros.

Es una escuela monótona.

Soy una raíz, una piedra, una egagrópila de búho,

sin sueños de ningún tipo.

Madre, eres la única boca

de quien yo sería lengua. Madre de la otredad

cómeme. Embobada con cubos de basura, sombra de portal.

Dije: debo recordar esto, pues soy pequeña.

Allí había flores enormes,

bocas rojas y púrpura, hermosísimas.

Las ramas de las zarzas me hacían llorar.

Ahora me iluminan como una bombilla.

No recuerdo nada desde hace semanas.

3. Ménade

Una vez, fui corriente:

sentada bajo el algarrobo de mi padre

comía los dedos de la sabiduría.

Los pájaros daban leche.

Cuando tronaba me escondía bajo una losa.

La madre de las bocas no me amaba.

El viejo se encogía hasta volverse muñeca.

Oh, soy demasiado grande para volver atrás:

la leche de pájaro es plumas,

las hojas del algarrobo son inertes como manos.

Este mes no da para mucho.

Los muertos maduran entre las hojas de vid.

Hay una lengua roja entre nosotras.

Madre, no te acerques a mi corral,

me estoy convirtiendo en otra.

Cabeza de perro, devoradora:

dame de comer las bayas de la oscuridad.

Los párpados no se cerrarán. El tiempo

desata del gran ombligo solar

su brillo infinito.

Debo tragarlo todo.

Señora ¿quiénes son esos en la vasija lunar—

ebrios de sueño, con los miembros desparejados?

Bajo esta luz, la sangre es negra.

Dime mi nombre.

6. Quema de brujas

En la plaza del mercado amontonan ramas secas.

Un matorral de sombras no es un buen abrigo. Habito

mi propia imagen de cera, el cuerpo de una muñeca.

El malestar comienza aquí: soy blanco de las brujas.

Sólo el diablo puede con el diablo.

En el mes de las hojas rojas, me subo a un lecho de fuego.

Es fácil culpar a la oscuridad: la boca de una puerta,

el vientre de la bodega. Han apagado mi bengala.

Una dama vestida de negro me tiene encerrada en una jaula de loro.

¡Qué ojos tan enormes tienen los muertos!

Intimo con un espíritu peludo.

El humo da vueltas desde el pico de este frasco vacío.

Si soy pequeña, no puedo hacer daño.

Si no me muevo, no tiraré nada. Es lo que dije,

sentada bajo la tapa de un bote, diminuta e inerte como un grano de arroz.

Están encendiendo los quemadores, aro tras aro.

Estamos llenos de almidón, mis pequeños amigos blancos. Crecemos.

Al principio duele. Las lenguas rojas dirán la verdad.

Madre de escarabajos, suelta la mano:

volaré por la boca del cirio como polilla que no se quema.

Devuélveme la forma. Estoy dispuesta a interpretar los días

que copulé con el polvo a la sombra de una piedra.

Mis tobillos se iluminan. Asciende la luz por mis muslos.

Envuelta en toda esta luz, estoy perdida, perdida.