QUIERO, QUIERO

Boquiabierto, el diosecillo

inmenso, calvo, a pesar de su infantil cabeza,

pedía a gritos el pecho de su madre.

Los volcanes secos se cuarteaban y escupían,

la arena abrasaba los labios sin leche.

Pidió entonces la sangre del padre,

que puso a trabajar avispa, lobo y tiburón,

e ingenió el pico del alcatraz.

Con los ojos secos, el patriarca inveterado

levantó a sus hombres de pellejo y huesos,

púas en la corona de dorado alambre,

espinas en el tallo de la rosa sangrienta.