No es una noche para ahogarse:
luna llena, río negro
bajo un suave brillo de espejo,
la azul neblina cae
lienzo a lienzo como redes
aunque los pescadores estén durmiendo,
las macizas torres del castillo
se duplican en el cristal
todo quietud. Pero estas formas flotan
subiendo hacia mí, perturban el rostro
de la calma. Desde el nadir
se alzan, sus poderosos miembros
pesados, el cabello más recargado
que el mármol esculpido. Cantan
un mundo más pleno y claro
que el posible. Hermanas, vuestra canción
lleva una carga insoportable
para el oído cansado de escuchar
aquí, en este país bien guiado
por un gobernante equilibrado.
Trastornando con armonía
más allá del orden mundano,
vuestras voces cercan. Os alojáis
en los altos arrecifes de las pesadillas,
y prometéis un puerto seguro;
durante el día disertáis desde las fronteras
de la pereza, desde el alféizar
de altas ventanas. Peor
aún que vuestro canto
enloquecedor, vuestro silencio. En el origen
de la llamada de vuestros corazones helados—
la embriaguez de las grandes profundidades.
Oh río, veo transcurrir
en tu profundo flujo de plata
a esas grandes diosas de paz.
Piedra, piedra, llévame al fondo.