Cruzaron los descampados a pie. Era una Europa indeterminada. Caminaron durante mucho tiempo. En el trayecto, llegaron a una aldea.
—Vayamos a la estación. Tomarás el tren hacia tu ciudad.
—No tengo dinero.
—Yo te lo pagaré. No quiero volver a verte. Es una prueba para mí. No me comprendes.
En la taquilla, Zdena le compró un billete a Pannonique. La acompañó hasta el andén.
—Me ha salvado la vida. Ha salvado la humanidad, lo que queda de humanidad en este mundo.
—Basta ya, no te sientas obligada a decir estas cosas.
—En absoluto. Tengo que expresarle la admiración y la gratitud que siento por usted. Es una necesidad, Zdena. Necesito decirle que es la persona más importante de toda mi vida.
—Espera. ¿Cómo has dicho?
—… la persona más importante…
—No. Me has llamado por mi nombre.
Pannonique sonrió. La miró fijamente a los ojos y dijo:
—Nunca la olvidaré, Zdena.
Ésta se estremeció de la cabeza a los pies.
—Sigue sin llamarme por mi nombre, eso también es lo que quería decirle.
Zdena inspiró profundamente, clavó sus ojos en los de la joven y, como quien se lanza al vacío, dijo:
—Me siento feliz de saber que existes, Pannonique.
De lo que Zdena sintió en aquel instante, Pannonique sólo vio la onda indescriptible que la atravesó. Subió inmediatamente al tren, y éste se puso en marcha.
Aturdida, Zdena retomó su larga marcha hacia el azar. No dejaba de pensar en lo que acababa de ocurrir.
De repente, se dio cuenta de que seguía sin soltar los sucedáneos de cócteles Molotov.
Se sentó en el borde del camino y observó uno de los frascos. «Esta gasolina y este vino incapaces de mezclarse, uno que perdura sobre el otro, pase lo que pase, me recuerda algo. No quiero saber cuál de nosotros es la gasolina y cuál el vino».
Depositó el tarro y creyó explotar de amargura. «¡No me has dado nada y sufro! ¡Te he salvado y me dejas morir de hambre! ¡Y tendré hambre hasta el día de mi muerte! ¡Y te parece justo!».
Entonces cogió los tarros y los lanzó contra un árbol, con la energía de su indignación. Las botellas se rompieron, una tras otra, los líquidos no se mezclaron pero Zdena vio que la gasolina y el vino eran absorbidos por la misma tierra. Le produjo una especie de exaltación y júbilo, como una iluminación: «¡Me has dado lo mejor! ¡Y lo que me has dado nunca nadie se lo ha dado a nadie!».