Era en directo y el público lo sabía; se leía «directo» en el rincón de la pantalla.
Concentración alcanzó la audiencia absoluta: cien por cien de la población. El programa fue visto por todo el mundo, literalmente. Los ciegos, los sordos, los anacoretas, los religiosos, los poetas callejeros, los niños, los recién casados, los animales de compañía…, incluso las cadenas de televisión de la competencia interrumpieron su programación para que sus presentadores pudieran ver el programa.
Los políticos, ante su televisor, movían la cabeza con desesperación mientras decían:
—Es terrible. Deberíamos haber intervenido.
En los bares, la gente, medio amontonada en la barra y con los ojos clavados en la pantalla, diagnosticaba:
—Te digo yo que se la van a cargar. Es repugnante. ¿Por qué los políticos han permitido que las cosas lleguen hasta este punto? Sólo tenían que prohibir esta clase de porquería. En la cúspide del Estado ya no existe moralidad, no tengo más que decir.
Los bienpensantes pensaban en voz alta, con la cabeza inclinada tristemente en dirección al aparato:
—¡Qué sufrimiento! ¡Qué día más aciago para la humanidad! No tenemos derecho a no mirarlo; habrá que ser testigo de tanto horror, habrá que rendir cuentas. Entonces no diremos que no estábamos aquí.
En las cárceles, los detenidos observaban y se burlaban:
—¡Y pensar que los que estamos fuera de la ley somos nosotros! Es a nosotros a quienes meten en la trena y no a los organizadores de esta mierda.
Pero la veían.
Los cándidos enamorados, acurrucados el uno contra la otra en sus camas blanditas, habían instalado el televisor a los pies de la cama.
—¡Qué bien que seamos tan extraños en este mundo despreciable! ¡El amor nos protege!
La víspera, cada uno había aprovechado una pequeña necesidad para hacerse con el mando a distancia y votar presionando las teclas.
Los carmelitas, en silencio, miraban.
Los padres enseñaban el programa a sus hijos para explicarles que aquello era el mal.
En los hospitales, los enfermos miraban, considerando sin duda que su patología les eximía de culpabilidad.
El colmo de la hipocresía lo alcanzaron aquellos que no tenían televisión, que se hacían invitar a casa de sus vecinos para ver Concentración e indignarse:
—¡Cuando veo eso, me siento feliz de no tener televisión!
En el momento de pasar revista, Pannonique observó la ausencia de la kapo Zdena.
«Me ha abandonado», pensó. «He perdido. Estoy perdida».
Respiró profundamente. Le pareció que el aire que penetraba en su pecho contenía polvo de cristal. El kapo Jan se situó delante de los prisioneros, se detuvo, abrió el sobre y clamó:
—Los condenados del día son CKZ 114 y MDA 802.
Superado el estupor inicial, Pannonique dio un paso adelante y declaró:
—¡Espectadores, son todos unos cerdos!
Se detuvo un instante para calmar su corazón, que latía muy fuerte. Las cámaras enfocaron a aquella que jadeaba de cólera. Sus ojos se habían convertido en un manantial de odio. Continuó:
—¡Hacen el mal con toda impunidad! ¡E incluso el mal, lo hacen mal!
Escupió al suelo y prosiguió:
—Creen estar en una posición de fuerza porque nos ven y nosotros no les vemos a ustedes. Se equivocan, ¡les veo! Miren mi ojo, leerán en él tanto desprecio que tendrán la prueba de ello; ¡les veo! Veo a aquellos que nos miran estúpidamente, también veo a los que creen mirarnos inteligentemente, a los que dicen: «Miro para ver hasta dónde pueden llegar los que se rebajan», y que, al hacerlo, se rebajan todavía más que ellos. ¡El ojo estaba dentro de la televisión y les miraba! ¡Van a verme morir sabiendo que les estoy viendo!
MDA 802 lloraba:
—Pare, Pannonique. Se ha equivocado.
Pannonique pensó que MDA 802 iba a morir por su culpa. Se sintió avergonzada y se calló.
En la sala de las noventa y cinco pantallas, los organizadores contemplaban la escena con satisfacción.
—Hay que admitir que es una estrella: nunca se había visto una audiencia absoluta, ni siquiera el 21 de julio de 1969 en los Estados Unidos. ¿En vuestra opinión, cómo lo consigue?
—La gente la toma por el símbolo del bien, de la belleza, de la pureza, todas estas pamplinas. El combate entre el bien y el mal, les encanta. ¡Pero el gran anzuelo del espectáculo es la pureza ejecutada por el vicio! ¡La inocencia entregada al suplicio!
—Es porque es hermosa, eso es todo. Si hubiera sido fea, nadie se habría preocupado por ella.
—Desde Paris, nada ha cambiado —dijo una bazofia culta—. Entre Hera, Atenea y Afrodita, es la última a la que eligen.
La elegida caminaba solemnemente hacia su suplicio, en compañía de MDA 802 —«la amiga a la que no he salvado», se mortificaba Pannonique, añadiendo la culpabilidad a la suma de sus sufrimientos.
EPJ 327 no dejaba de reprenderse a sí mismo: «Vas a dejarla morir sin hacer nada, ni siquiera por cobardía; ¡qué impotencia! ¡Si por lo menos pudiera destruir las cámaras que mostrarán su agonía! ¡Si por lo menos pudiera evitar su muerte, aunque fuera al precio de la mía! ¡La amo y no sirve de nada!».
Dio un paso adelante y gritó:
—¡Espectadores, pueden estar satisfechos! ¡Han condenado a muerte a la sal de la tierra y ahora van a presenciar la muerte de aquella que les habría gustado ser o de aquella que habrían querido tener! Necesitan que desaparezca porque es todo lo opuesto a ustedes: ¡está tan llena como vacíos están ustedes! ¡Si no fueran tan necios, no les parecería intolerable la existencia de la que tiene sustancia! ¡Un programa como Concentración es el espejo de su vida y es a causa de este narcisismo por lo que son tan numerosos los que lo ven!
EPJ 327 se detuvo cuando se dio cuenta de que nadie se interesaba por él ni le escuchaba.
La kapo Zdena había reaparecido; había vuelto a traer a la explanada a las dos condenadas y a su escolta. Depositó en el suelo una parte de los tarros de vidrio de los que iba cargada. Guardó uno en cada mano y los levantó.
—¡Basta ya! ¡Yo soy la que manda aquí! ¡Tengo en mis manos suficientes cócteles Molotov para mataros a todos, puedo destruir todo el campo! ¡Si alguien intenta dispararme, los dejó caer y todo explotará!
Se calló con un evidente deleite, consciente de que todas las cámaras la estaban enfocando. Varios organizadores corrieron hacia el plató, con altavoces.
—Os estaba esperando —les dijo sonriendo.
—Venga, Zdena, va a dejar todo eso en el suelo y vamos a hablar —declaró la voz paternalista del jefe.
—Vamos a ver —gritó ella—, me llamo kapo Zdena y a mí se me trata de usted, ¿está claro? ¡Os recuerdo que el cóctel Molotov explota cuando se rompe el cristal!
—¿Cuáles son sus exigencias, kapo Zdena? —retomó la voz intimidada a través de un megáfono.
—No tengo exigencias, sólo doy órdenes, ¡soy la que manda aquí! ¡Y decido que este programa de mierda se ha acabado! ¡Soltamos a todos los prisioneros sin excepción!
—Venga, esto no es serio.
—¡Es tan serio que hago un llamamiento a los dirigentes de esta nación! ¡Y al ejército!
—¿El ejército?
—Sí, el ejército. Hay un ejército en este país, ¿verdad? Que el jefe del Estado me envíe el ejército, y entonces quizá pasaremos por alto que se ha cruzado de brazos mientras los detenidos morían.
—¿Quién nos asegura que los cócteles Molotov que sujeta son auténticos?
—¡El olor! —dijo ella con una amplia sonrisa.
Abrió uno de los frascos. Apestaba a gasolina y a otros olores deletéreos todavía más lamentables. La gente se tapó la nariz. Zdena volvió a tapar el frasco y clamó:
—Me gusta esta mezcla de gasolina, ácido sulfúrico y potasa, pero parece que no compartís mis gustos.
—¡Es un farol, kapo Zdena! ¿Cómo puede haber conseguido ácido sulfúrico?
—Una vieja batería de camión contiene la cantidad suficiente. Y en este campo no son camiones lo que nos faltan.
—Por el auricular, un especialista me comenta que el líquido del fondo debería ser marrón rojizo y no rojo oscuro como el que está sujetando…
—Me encantará haceros una demostración, aunque sólo sea para que me contéis cómo se ha transformado en puzzle de un modo ortodoxo. ¿Es bonito, verdad, un cóctel Molotov? Esos líquidos diferentes que no se mezclan… Bastaría con que entraran en contacto con el trapo empapado de potasa y ¡bum!
La kapo Zdena iba a lo suyo. Estaba disfrutando, interpretando el papel de su vida.
Pannonique la miraba sonriendo.