Zdena volvió a introducir a hurtadillas chocolate en el bolsillo de CKZ 114.
Ya casi no la golpeaba con la baqueta de castigo. Resulta mucho más difícil golpear a un individuo cuando conoces su nombre.
Desde que se había nombrado a sí misma, Pannonique había embellecido todavía más. Su estallido había acrecentado su esplendor. Además, uno siempre es más hermoso cuando hay un término para designarlo, cuando posee una palabra sólo para él. El lenguaje es menos práctico que la estética. Si, al querer hablar de una rosa, no dispusiéramos de ningún vocablo, si cada vez tuviéramos que decir «la cosa que se despliega en primavera y que huele bien», la cosa en cuestión sería mucho menos hermosa. Y cuando la palabra es una palabra lujosa, en este caso un nombre, su misión consiste en revelar la belleza.
En el caso de Pannonique, así como su matrícula se limitaba a designarla, su nombre la llevaba a ella tanto como ella lo llevaba a él. Si uno hacía resonar aquellas tres sílabas a lo largo del conducto de Cratilo, obtenía una melodía que se correspondía con su rostro.
Quien dice misión dice a veces error. Hay nombres que no designan a las personas que los llevan. Uno se cruza con una chica con aspecto de llamarse Aurora: descubrimos que, desde hace veinte años, sus padres y allegados la llaman Bernadette. Sin embargo, semejante negligencia no se contradice con la siguiente e inflexible verdad: siempre resulta más bonito llevar un nombre. Habitar unas sílabas que forman un todo es uno de los asuntos más relevantes de esta vida.
Los kapos se pusieron nerviosos ante lo que consideraron un enternecimiento en el trato.
—¡Oye, kapo Zdena, desde que sabes cómo se llama apenas la golpeas!
—¿A quién?
—¡Venga, para colmo no nos tomes el pelo!
—¿Ella? Si la golpeo menos es porque en estos últimos tiempos obedece más.
—Y qué más. La disciplina nunca ha sido tenida en cuenta. Si tú la golpeas menos, ya la golpearemos nosotros.
—¡No, chicos, estábamos de acuerdo en este punto!
—Nos habías prometido que, a cambio, nos contarías algo.
—No tengo nada que contaros.
—Pues búscalo. Si no, no respondemos de nosotros.
Zdena se consagró nuevamente a fingir violencia sobre la espalda de CKZ 114. Pero ya no conseguía proferirle toda clase de invectivas.
Pannonique pensaba que al principio la kapo le daba golpes de verdad y un sucedáneo de nombre, y que ahora la golpeaba con un sucedáneo y ya no gritaba un nombre que, por auténtico, resultaba imposible de gritar.
Para huir de pensamientos que al fin y al cabo no llevaban a ninguna parte, CKZ 114 decidió buscar apoyo en EPJ 327. Sentirse querida por alguien decente le proporcionaba un potente consuelo.
Él siempre buscaba la compañía de ella. A la que tenía ocasión, le hablaba. Comprendía que ella amaba el amor con el que la envolvía. Le estaba agradecido: se había convertido en su razón de vivir.
—Desde que la conozco tengo más deseos de vivir, es decir, y de un modo singular, desde que soy prisionero.
—Si de verdad me conociera quizá no diría eso.
—¿Qué le hace suponer que no la conozco realmente?
—Para conocerme realmente debería haberme conocido en circunstancias normales. Antes de la redada, yo era muy diferente.
—¿En qué era diferente?
—Era libre.
—Podría decirle que eso cae por su propio peso. Prefiero decirle que lo sigue siendo.
—Hoy me esfuerzo por ser libre. No es lo mismo.
—Admitamos que es así.
—A veces también soy fútil.
—Todos lo éramos. Hacíamos bien. Aprovechar la futilidad de la vida requiere de un hermoso talento. Eso sigue sin decirme en qué era usted diferente antes de Concentración.
—Lo cierto es que no encuentro las palabras. Sin embargo, puede usted creerme.
—La creo. Pero la persona con la que aquí me codeo es una persona de verdad, aun cuando las circunstancias resulten inadmisibles. Así pues, puedo considerar que la conozco de verdad, quizá incluso mejor que si la hubiera conocido en tiempos de paz. Lo que estamos viviendo es una guerra. La guerra hace aflorar la naturaleza profunda de los seres.
—No me gusta esta idea. Parece sugerir que necesitamos pruebas. Creo que la guerra sólo hace aflorar una de nuestras naturalezas profundas. Habría preferido mostrarle mi naturaleza profunda de paz.
—Si por milagro sobrevivimos a esta pesadilla, ¿me mostrará su naturaleza profunda de paz?
—Si todavía soy capaz de hacerlo, sí.
Zdena observaba aquel acercamiento. No le gustaba. Lo que más nerviosa la ponía era pensar que él, que no era nada, al que podía golpear a voluntad, enviar a la muerte si eso le apetecía, tenía el mayor de los poderes: el de gustar —no sabía hasta qué punto— a aquella que la obsesionaba.
Zdena sintió tentaciones de arrastrar a EPJ 327 a la fila de los condenados: ¿por qué no había eliminado simple y llanamente a su rival? Lo que la disuadió fue comprender que no se trataba de su rival: ella no estaba combatiendo con él. Sin duda resultaría más inteligente estudiar los métodos de aquel hombre. Por desgracia, había observado que era de los que seducen a través de la palabra.
Y en eso Zdena se sentía en una posición de inferioridad. La única vez en su vida que se había considerado elocuente, fue delante de las cámaras de Concentración, cuando se presentó al público: ya había visto el resultado.
Como cualquier otro frustrado, despreciaba a aquellos que destacaban allí donde ella había fracasado. «Los picos de oro», no los llamaba de otro modo, ¡menuda calaña! ¿Cómo podía Pannonique sentirse atraída por su cháchara, sus ronroneos? Que una conversación pudiera tener contenido ni siquiera se le pasaba por la cabeza. En su juventud, había conocido a gente que conversaba, había escuchado la vacuidad de sus monólogos alternos; a ella no se la pegarían, no. Por otra parte, Pannonique la había subyugado sin ni siquiera abrir la boca.
Su mala fe no conseguía disimular del todo la impresión que le había producido descubrir la voz de la joven y el impacto de sus palabras.
«Es diferente», se repetía la kapo para sí misma. «No estaba conversando. Lo hermoso es cuando alguien habla para decir algo».
Y, de repente, tuvo una sospecha: EPJ 327 conversaba con Pannonique para decirle algo. Por eso la estaba conquistando. ¡El cabrón tenía cosas que contar!
Registró su propio ser en busca de «cosas que contar». A la luz de las impactantes palabras de Pannonique, había entendido la regla: «una cosa que contar» era una palabra en la que nada resultaba superfluo y con la que se intercambiaban informaciones tan esenciales que el interlocutor quedaba marcado para siempre.
Consternada, Zdena no encontraba nada dentro de sí misma que correspondiera a esta descripción.
«Estoy vacía», pensó.
Pannonique y EPJ 327 no eran seres vacíos, eso saltaba a la vista. La kapo sufrió horrores al descubrir esta diferencia, ese abismo que la separaba de ambos. Se consoló pensando que los otros kapos, los organizadores, los espectadores y numerosos prisioneros también estaban vacíos. Resultaba curioso: había muchos más seres vacíos que seres llenos. ¿Por qué?
Lo ignoraba, pero la cuestión que la oprimía era hallar el modo de dejar de estar vacía.