Al contrario, si hubiera existido la más remota posibilidad de que uno u otro detenido saliera del campo con vida, lo cual no era el caso, habría sido recibido con honores de héroe. El público admiraba a las víctimas. La habilidad del programa consistía en mostrar su imagen más digna.

Los prisioneros ignoraban quiénes eran filmados y lo que veían los espectadores. Aquello formaba parte de su suplicio. Los que se venían abajo tenían un miedo terrible a resultar telegénicos: al dolor de la crisis nerviosa se añadía la vergüenza de ser una atracción. Y, en efecto, la cámara no despreciaba los momentos de histeria.

Tampoco los estimulaba. Sabía que el interés de Concentración radicaba en mostrar, cuanto más mejor, la belleza de aquella humanidad torturada. Así fue como muy rápidamente eligió a Pannonique.

Pannonique lo ignoraba. Eso la salvó. Si hubiera sospechado que era el blanco preferido de la cámara, no habría aguantado. Pero estaba convencida de que un programa tan sádico sólo se interesaba por el sufrimiento.

Así pues, se dedicó a no expresar ningún dolor. Cada mañana, cuando los seleccionadores pasaban revista a los contingentes para decretar cuáles de ellos se habían convertido en ineptos para el trabajo y serían condenados a muerte, Pannonique disimulaba su angustia y su repugnancia tras una máscara de altanería. Luego, cuando pasaba toda la jornada quitando escombros del túnel inútil que les obligaban a construir bajo la baqueta de castigo de los kapos, su rostro carecía de expresión. Finalmente, cuando les servían a esos hambrientos la inmunda sopa de la noche, se la tragaba sin expresión.

Pannonique tenía veinte años y el rostro más sublime que uno pueda imaginar. Antes de la redada, era estudiante de paleontología. La pasión por los diplodocus no le había dejado demasiado tiempo para mirarse en los espejos ni para dedicar al amor una juventud tan radiante. Su inteligencia hacía que su esplendor resultara todavía más aterrador.

Los organizadores no tardaron en fijarse en ella y en considerarla, con razón, una de las grandes bazas de Concentración. Que una chica tan guapa y tan encantadora estuviera prometida a una muerte a la que se asistiría en directo creaba una tensión insostenible e irresistible.

Mientras tanto, no había que privar al público de los deleites a los que invitaba su magnificencia: los golpes se ensañaban con su espléndido cuerpo, no demasiado fuerte, con el objetivo de no estropearla en exceso, pero lo bastante para despertar el horror puro y duro. Los kapos también tenían derecho a insultar y no se privaban de injuriar con las mayores bajezas a Pannonique, para mayor emoción de los espectadores.