Los espectadores esperaban con impaciencia la secuencia de los kapos: sabían que podrían odiarlos y que se lo habrían buscado, que incluso iban a proporcionarles un excedente de argumentos para su execración.
No les decepcionaron. En su más abyecta mediocridad, las declaraciones de los kapos superaron sus expectativas.
Sintieron una especial repulsión por una joven de rostro irregularmente anguloso llamada Zdena.
—Tengo veinte años, intento acumular experiencias —dijo—. No hay que tener prejuicios respecto a Concentración. De hecho, creo que nunca hay que juzgar, porque ¿quiénes somos nosotros para juzgar a nadie? Cuando termine este programa, dentro de un año, tendrá sentido sacar conclusiones. Ahora no. Sé que habrá quien opine que lo que aquí se le hace a la gente no es normal. Pero yo les hago la siguiente pregunta: ¿qué es la normalidad? ¿Qué es el bien y el mal? Algo cultural.
—Pero kapo Zdena —intervino el organizador—, ¿le gustaría sufrir lo que sufren los prisioneros?
—Es una pregunta deshonesta. En primer lugar, no sabemos lo que piensan los detenidos, ya que los organizadores no se lo preguntan. Incluso puede que no piensen nada.
—Cuando cortas un pez vivo tampoco grita. ¿Eso le lleva a concluir que no sufre, kapo Zdena?
—Ésa sí que es buena, me la apunto —dijo con una carcajada que intentaba provocar adhesiones—. ¿Sabe?, creo que si están en la cárcel es por algo. Digan lo que digan, creo que no es una casualidad si uno acaba aterrizando con los débiles. Lo que constato es que yo, que no soy ninguna blandengue, estoy del lado de los fuertes. En la escuela ya era así. En el patio, había el lado de las niñitas y de los moninos, yo nunca estuve con ellos, estaba con los duros. Nunca he buscado que nadie se apiade de mí.
—¿Cree que los prisioneros intentan despertar la compasión de los demás?
—Está claro. Les ha tocado el papel de buenos.
—Muy bien, kapo Zdena. Gracias por su sinceridad.
La joven salió del campo de la cámara, encantada con lo que acababa de decir. Ni ella misma sabía que tuviera tantos pensamientos. Disfrutó de la excelente impresión que iba a producir.
Los periódicos no ahorraron invectivas contra el cinismo nihilista de los kapos y en particular de la kapo Zdena, cuyas opiniones en tono de superioridad produjeron consternación. Los editorialistas coincidieron varias veces sobre esa perla que atribuía el papel de bueno a los prisioneros: las cartas al director hablaron de estupidez autocomplaciente y de indulgencia humana.
Zdena no comprendió para nada el desprecio de que era objeto. En ningún momento pensó haberse expresado mal. Llegó a la conclusión de que simplemente los espectadores y los periodistas eran unos burgueses que le reprochaban sus pocos estudios; atribuyó su reacción al odio hacia el proletariado lumpen. «¡Y pensar que yo los respeto!», se dijo.
De hecho, dejó de respetarlos muy deprisa. Su estima se dirigió hacia los organizadores, con exclusión del resto del mundo. «Ellos por lo menos no me juzgan. La prueba es que me pagan. Y que me pagan bien». Un error en cada frase: los jefes despreciaban a Zdena. Le tomaban el pelo, y a base de bien.