Calculando la antigüedad de la Esfinge

En 1986 se realizó otro intento, con nuevos métodos e instrumentos, de buscar cámaras ocultas en la pirámide de Kéops. Los dos arquitectos franceses, Jean Patrice Dormion y Gilíes Goidin, descubrieron diversos espacios huecos dentro de la pirámide con la ayuda de detectores electrónicos. Pero esto no hizo cambiar la postura inflexible de los egiptólogos. Dado que uno de los patrocinadores de esta investigación era la empresa nacional de electricidad francesa, toda la investigación fue tachada de montaje publicitario.

La siguiente investigación importante fue llevada a cabo por un equipo japonés de científicos de la Universidad Waseda de Tokio. Utilizando los equipos electrónicos más avanzados, los especialistas japoneses estudiaron con rayos X tanto el interior de la Gran Pirámide como toda la zona de los alrededores, incluida la Esfinge. Encontraron indicios claros de la existencia de todo un laberinto de pasadizos y de cámaras dentro de la pirámide de Kéops. Presentaron sus resultados en un informe que era un modelo de rigor científico[121]. Y ¿qué dijeron los egiptólogos? ¡Dijeron, naturalmente, que con esta investigación no se pretendía más que hacer publicidad y promoción de la industria electrónica japonesa!

Al equipo del DAI de El Cairo no está interesado, aparentemente, por nada en absoluto. Y sus colegas de Europa y de otras partes no saben, en general, casi nada de lo que sucede en la meseta de Gizé. ¡Si de los egiptólogos dependiera, no haría falta realizar nunca investigaciones, pues ellos ya lo saben todo!

En 1992 el geólogo doctor Robert M. Schoch, de la Facultad de Estudios Básicos de la Universidad de Boston, junto con otros científicos, emprendió unas mediciones geológicas y análisis de la Esfinge. Los resultados demostraron que tiene al menos 5000 años más de lo que se creía[122]. Se suele creer que el faraón Kefren (2520-2494 a. C.) había construido la Esfinge. Esto no se debe a que se haya descubierto ninguna prueba real, sino a que el nombre «Kefrén» todavía se puede leer a duras penas en un cartouche deteriorado, si se quiere leer así. Este nombre medio borrado ni siquiera pertenece a la Esfinge, sino a una estela del faraón Tutmosis IV, que reinó más de 1000 años después de Kefrén, del 1401 al 1391 a. C.

Pero ¿cómo llegó Schoch a su conclusión de que la Esfinge era anterior a Kefrén al menos en 5000 años? Su equipo plantó en el terreno una serie de sensores sísmicos. Se generaron ondas sonoras que permitieron determinar lo que había bajo la superficie, un método que ha tenido una utilidad continuada en el campo de la geología. Los ordenadores estudiaron los datos y produjeron largas series de dibujos, que reproducían un plano subterráneo exacto de la Esfinge. Había claras señales de erosión a una profundidad de 2,4 metros, señales que faltaban en la parte trasera. Pero en esa parte trasera se habían realizado reparaciones mucho después de la construcción de la Esfinge. Durante su reinado, el faraón Tutmosis IV mandó desenterrar la Esfinge y repararla.

Las mediciones geológicas y los análisis químicos apuntaban a una única conclusión posible: las poderosas señales de erosión y de deterioros por la intemperie se remontaban a una época de lluvias abundantes, que no se había producido en tiempos de Kefrén. Por un método semejante al de los anillos de crecimiento de los árboles, fue posible datar esta erosión hacia el 7000 a. C., como mínimo.

Y ¿cómo reaccionaron los arqueólogos ante los datos de Schoch? Con una tormenta de indignación. En una conferencia celebrada en Boston, Mark Lehner, de la Universidad de Chicago, calificó a Schoch de «seudocientífico». El argumento principal de Lehner era el siguiente. Si la Esfinge era, verdaderamente, tan antigua, debía existir en aquella época una cultura capaz de erigir una obra de arte como ésa. Pero en aquellos tiempos los seres humanos no eran más que cazadores y recolectores. ¡Punto final!

Quizá sea propio de la naturaleza humana, cuando a uno se le acaban los argumentos y está entre la espada y la pared, recurrir al insulto y a la descalificación. Esto fue, en todo caso, lo que pasó en el debate entre el arqueólogo Mark Lehner y el geólogo Robert Schoch. Lehner acusó a su colega científico de tener una «credibilidad sospechosa». ¿A qué se debía este ataque injusto? Uno de los patrocinadores de la investigación geológica de Schoch era un tal John Anthony West. Y el señor West era culpable de dos delitos odiosos: en primer lugar, no era científico, y en segundo lugar ya había publicado libros en los que proponía la existencia de una civilización «más antigua que ninguna de las que conocemos»: un sacrilegio, para un «verdadero» arqueólogo.

A los arqueólogos no les interesa el hecho de que Schoch no era ni mucho menos el único geólogo que intervenía en las mediciones sísmicas en la meseta de Gizé. Entre los miembros del equipo figuraban también el doctor Thomas L. Dobecki, otros dos geólogos, un arquitecto y un oceanógrafo. Nadie prestó ninguna atención a su firme convencimiento de que las partes inferiores de la Esfinge contenían claramente canales de agua que sólo podían haberse formado como consecuencia de una larga exposición al agua. Los análisis geológicos del doctor Schoch fueron condenados rotundamente por el entonces director de antigüedades de Gizé, el egipcio doctor Zahi Hawass, que las tachó de «alucinaciones americanas». Según él, «no existía en absoluto ninguna justificación científica» para la nueva fecha que atribuía Schoch a la Esfinge[123].

De modo que parece que a los egiptólogos no les interesan los resultados que no les convienen, aunque sean resultados científicos y se hayan obtenido por medios científicos adecuados. Son ellos los que deciden lo que ha de creer el mundo. No se dan cuenta de que, en realidad, están tirando piedras a su propio tejado. La opinión pública está cansada de confiar en la ciencia, una rama de la ciencia que sólo acepta a las demás cuando confirma sus propios puntos de vista merece poca confianza.

La física es otra ciencia exacta, y en la Escuela Técnica Suiza (ETH) de Zurich, el profesor doctor W Wölfli es reconocido como una autoridad. Ha perfeccionado el proceso tan discutido de la datación por carbono 14, por medio del cual se puede medir la antigüedad de los materiales orgánicos. El profesor Wölfli, junto con otros colegas suyos de varias universidades, analizó 16 materiales diferentes de la pirámide de Kéops, entre los que había restos de carbón vegetal, astillas de madera, fragmentos de paja y de hierba. ¿Resultado? Las muestras tenían una antigüedad media superior en 380 años a la que habían calculado los egiptólogos a partir de la lista de reyes. Una de las muestras de la pirámide de Kéops tenía, en concreto, 843 años más de lo que se creía[124].

Los físicos examinaron un total de 64 muestras orgánicas y aplicaron diversos métodos. Todas las muestras, sin excepción, produjeron fechas más antiguas en varios siglos a las que prefieren los egiptólogos. Pero no se extrajeron conclusiones, no se consideraron nuevos puntos de vista. Por el contrario, la postura anterior se reafirmó, si cabe, con nuevas excusas. Y si les parece que el término «excusas» es duro, a mí me parece francamente suave para calificar las tonterías que pretenden que nos traguemos.