El conocimiento de los antiguos

Volvamos atrás un poco y demos una nueva ojeada a la Historia. En el siglo XIV existían antiguos fragmentos árabes y coptos en las bibliotecas de El Cairo, a partir de los cuales el geógrafo e historiador al-Makrizi redactó su obra Hitat. En ésta se lee:

Y el constructor de las pirámides hizo construir treinta cámaras del tesoro, hechas de granito coloreado, dentro de la pirámide occidental: se llenaron de instrumentos y de imágenes hechas de piedras preciosas; de herramientas del mejor hierro, tales como armas que no se oxidan; de vidrio que se pliega sin romperse; de extraños talismanes; de todo tipo de medicamentos simples y compuestos; y de venenos mortales. En la pirámide oriental hizo representar las diversas esferas del cielo y los planetas, e imágenes de las obras de sus antepasados; también el incienso que se ofrece a las estrellas, y libros que hablan de estas cosas. También se encuentran allí las estrellas fijas y lo que sucede en su progresión de una época a otra (…).

Y a la pirámide coloreada, por fin, hizo llevar finalmente los cuerpos de los augures y adivinos, en sarcófagos de granito negro; y junto a cada adivino habla un libro en el que estaban escritas todas sus artes maravillosas, la historia de su vida y las obras que había realizado[117].

Y ¿quién construyó estos soberbios edificios? ¿Kéops, como afirman los egiptólogos? El Hitat, como ya he dicho, nos dice:

El primer Hermes, llamado Triple porque fue profeta, rey y sabio (al que los hebreos llaman Enoc, hijo de Jare, hijo de Mahalelel, hijo de Kena, hijo de Eno, hijo de Set, hijo de Adán, cuyo nombre sea bendito; y cuyo nombre también es Idris), leyó en las estrellas que había de llegar el diluvio. Entonces hizo construir las pirámides; e hizo ocultar en ellas tesoros, textos sabios y todo lo que temía que se podía perder, para protegerlo y conservarlo.

No sólo en el Hitat se habla de Enoc como constructor de las grandes pirámides. En el siglo XIV el viajero y escritor árabe Ibn Battuta dice lo mismo:

Enoc construyó las pirámides antes del diluvio, para conservar en ellas libros de conocimiento y de ciencia, además de otros objetos valiosos[118].

Casi es innecesario decir que los egiptólogos desprecian estas tradiciones árabes. Están seguros de que el constructor de las pirámides fue Kéops, aunque existen muchos argumentos convincentes en contra de este punto de vista. Los he estudiado con detalle en mi libro Los ojos de la Esfinge[119].

Los arqueólogos se comportan como si estuvieran sordos, ciegos y mudos. Yo puedo aceptar, aunque a regañadientes, que no quieran hacer caso de textos del siglo XIV. Pero el hecho de que rechacen también las pruebas de la ciencia moderna si no concuerdan con sus doctrinas sagradas me parece increíble. Los ejemplos de los últimos veinticinco años hablan por sí solos.

En 1968-69 el doctor Luis Álvarez, ganador del premio Nobel de Física, emprendió un estudio de la pirámide de Kefrén por medio de las radiaciones. Álvarez y su equipo hicieron uso del hecho físico bien conocido de que los rayos cósmicos están bombardeando constantemente nuestro planeta y de que, cuando penetran en el mismo, pierden una parte de su energía. Es posible medir exactamente la velocidad con que los protones penetran en una capa de piedra. Si la piedra contiene espacios vacíos, los protones no encuentran tantos obstáculos a su paso. Álvarez midió el recorrido de más de dos millones y medio de partículas con la ayuda de un transmisor y de un ordenador IBM. Pero los oscilógrafos mostraron una pauta caótica, como si las partículas siguieran un recorrido curvo alrededor de la tierra. Era incomprensible y molesto. Aquel experimento tan costoso, en el que participaban diversas instituciones estadounidenses, la IBM y la Universidad Ain-Shams de El Cairo, terminó sin resultados claros. El doctor Amr Gohed, que por entonces era jefe de investigaciones arqueológicas, dijo a los periodistas que los descubrimientos eran «científicamente imposibles»; añadió que o bien «la estructura de la pirámide es caótica» o «existe aquí algún misterio que no hemos resuelto todavía»[120].

Los arqueólogos hicieron caso omiso, en general, de estos resultados desconcertantes.