El que abre los caminos

El 22 de marzo de 1993 hacía el habitual calor en la meseta de las pirámides de Gizé; y dentro de la Gran Pirámide hacía la habitual humedad. Rudolf Gantenbrink había preparado una mesa improvisada en la cámara de la reina, hecha con dos cajas y unas tablas. Sobre ella estaba su «estación» electrónica y un monitor en el que se veían las imágenes, perfectamente nítidas, que transmitía la cámara del robot. También había una cámara de vídeo que grabaría las secuencias de la película. Mientras un colega introducía cuidadosamente en la galería el cable especializado, muy fino y ligero, y un egiptólogo del Ministerio egipcio de Monumentos Antiguos observaba la pantalla, cada vez más asombrado, Gantenbrink manejaba la pequeña palanca de control del robot con concentración total. Todo el equipo trabajaba con premura de tiempo, pues el Ministerio de Monumentos Antiguos había decidido interrumpir estas investigaciones aquel mismo día. Se habían recibido demasiadas quejas de las agencias de viajes, porque éstas no podían llevar turistas a la Gran Pirámide mientras seguía en marcha la investigación. El Ministerio también perdía dinero, pues la entrada a la pirámide no es gratuita.

Metro a metro, el monstruo en miniatura de Gantenbrink ascendía por la empinada galería. Los faros delanteros iluminaban imágenes que nadie había visto desde hacía al menos 4500 años.

Kéops, a quien se atribuye la construcción de la pirámide, reinó desde el 2551 hasta el 2528 a. C.

El lento viaje dejó atrás paredes lisas y pulidas; el robot tuvo que superar pequeños montículos de arena y sortear hábilmente fragmentos que habían caído del «techo». Por fin, después de sesenta metros, llegó la primera sorpresa: en el suelo había un fragmento de metal. Poco después, la gran sensación. La cámara del robot transmitió imágenes de una especie de puerta o tabique que cerraba toda la galena; en la parte superior de la puerta había dos pequeñas asas de metal, de las cuales la izquierda estaba rota en parte.

Rudolf Gantenbrink dirigió el robot hacia la puerta y apuntó su haz de láser hacia su borde inferior. El haz rojo, de cinco milímetros de diámetro, desapareció bajo el borde de la puerta. Esto demostraba que detrás de ella había hueco. En la esquina inferior derecha de la puerta faltaba un fragmento de piedra. La cámara del robot transmitió la imagen de un polvo oscuro en esa zona, que sin duda había salido por esa minúscula abertura en el transcurso de miles de años. Pero el viaje del robot había llegado a su fin.

Michael Haase, matemático berlinés, calculó la posición de la puerta misteriosa[111]. Está en la parte sur de la pirámide, a una altura de unos 59 metros sobre el suelo, entre el nivel 74 y el 75 de piedras. Si la galería que está cerrada por la puerta continuara al mismo ángulo, llegaría a la pared exterior de la pirámide a una altura de 68 metros. La distancia horizontal desde la puerta hasta la pared exterior es de unos 18 metros. Naturalmente, Rudolf Gantenbrink escaló la pared sur para investigar, pero allí no encontró rastro de ninguna salida de la galería.