Cuanto más sabemos, más dudamos.
Voltaire (1694-1778)
MI LIBRO Los ojos de la Esfinge[108] se publicó hace cuatro años. En él examinaba los enigmas y los misterios no resueltos del antiguo Egipto, y estudiaba varias teorías sobre la construcción de la Gran Pirámide. Desde entonces han salido a la luz nuevos descubrimientos que yo no puedo callar. ¿Qué relación tienen con el tema de este libro, con la «segunda venida» y con el regreso de los extraterrestres?
Los antiguos egipcios consideraban a Enoc como el constructor de las pirámides. (Enoc, Idris y Saurid son un mismo personaje, según la tradición árabe). Enoc escribió más de 300 libros, que confió a su hijo Matusalén con la esperanza de que éste se los transmitiese a «las razas futuras del mundo». Ninguno de estos libros se ha descubierto aún. ¿Es posible que se hayan escondido en cámaras herméticas de la Gran Pirámide? ¿Podemos encontrar allí las respuestas a nuestras preguntas sobre el Día del Juicio y el regreso de los dioses?
¿E intenta alguien ocultar al mundo este secreto? En los dos últimos años, los sucesos relacionados con la pirámide de Kéops, en Egipto, han puesto de manifiesto claramente lo simple que creen los científicos que es la gente, y la medida en que los medios de comunicación se dejan manipular y manipulan, a su vez, la opinión pública. El 22 de marzo de 1993, exactamente a las 11:05 de la mañana, se produjo un descubrimiento sensacional, de primer orden. Sucedió algo inesperado, impensable, inconcebible para todos los egiptólogos clásicos. Una bomba no podría haber causado más impresión en el mundo de la egiptología. Pero todas estas ondas expansivas se restringieron, se mitigaron, se hicieron inofensivas, y lo que muy bien podía ser un descubrimiento más sensacional todavía (el suceso del milenio, comparable con el descubrimiento de inteligencia extraterrestre) se bloqueó y se impidió. ¿Cuáles fueron, pues, estos sucesos?
El ingeniero alemán Rudolf Gantenbrink, nacido en Menden el 24 de diciembre de 1950, había realizado un hallazgo genial: un pequeño robot de su invención, de extremado refinamiento técnico, había recorrido 60 metros por una galería de una pirámide, desconocida hasta entonces, y había llegado a una puerta en la que estaban montadas dos asas de metal. El robot llevaba dos semanas recorriendo aquella estrecha galería y se había encontrado continuos obstáculos que había tenido que salvar. En varias ocasiones fue preciso hacerlo volver al punto de partida, por medio de impulsos eléctricos, para poder someterlo a alteraciones y refinamientos técnicos.
El robot de Gantenbrink pesa seis kilogramos, tiene tracción por orugas y sólo mide 37 centímetros de largo. Está impulsado por siete motores independientes, cuyos microprocesadores están dirigidos por control remoto. Tiene al frente dos pequeños faros halógenos, así como una minicámara de vídeo, tipo Sony CCD, capaz de oscilar sobre el eje vertical y el horizontal. Aunque su estructura es ligera, de aluminio, es capaz de portar un peso de hasta cuarenta kilogramos, gracias a las orugas de goma especial que se pueden agarrar tanto al suelo como al techo.
El propio Rudolf Gantenbrink ha sido responsable de todos los aspectos decisivos que se aplicaron en el desarrollo de este aparato único. Lo construyó él mismo; el trabajo mecánico de precisión le costó varios meses de tiempo, muchos sudores y 45 millones de pesetas que él mismo invirtió en esta obra maestra de la ingeniería. Recibió apoyo técnico de la empresa suiza Escap, de Ginebra (motores especializados), de Hilti, Ltd., de Vaduz, en Licchtenstein (tecnología de taladros) y de la empresa Gore, de Munich (cables especializados). El robot de Gantenbrink es un ejemplo maravilloso de lo que se puede conseguir si, en lugar de decir «eso no podrá funcionar nunca», se aplica una combinación de inteligencia, tecnología y fuerza de voluntad.
Y ¿por qué creyó Rudolf Gantenbrink que valía la pena dedicar tanto tiempo y energía a introducirse en la Gran Pirámide? Todo el mundo sabe que allí ya no hay nada más que encontrar. El periodista de radio y televisión Torten Sasse, de Berlín, lo entrevistó y recibió esta respuesta.
Todo empezó cuando yo estuve en Egipto durante la Guerra del Golfo. Había sugerido al profesor Stadelmann (del DAI, Instituto Geológico Alemán) que valdría la pena estudiar más de cerca esas «galerías de ventilación», como los llamaban todavía por entonces, en vista de que ya poseíamos la tecnología necesaria para ello. Y debido también a que eran la última parte de la pirámide que no se había examinado todavía.
En 1992 investigamos las galerías superiores con una cámara de vídeo y dispusimos un sistema de ventilación para ver si salía aire fresco por alguna salida. En 1992 ya habíamos determinado que esas galerías salían por alguna parte. Pero no sabíamos dónde ni cómo. Éste fue el punto de partida de todas mis investigaciones.
El proyecto subsiguiente se llamó Upuaut 2, y debo explicarle este nombre. El robot fue bautizado así por sugerencia del profesor Stadelmann: Upuaut es un antiguo dios egipcio, cuyo nombre significa «el que abre los caminos».
Upuaut 2 se desarrolló exclusivamente para investigar las galerías inferiores[109].
¿De qué galerías «inferiores» y «superiores» estamos hablando? La Gran Pirámide contiene tres cámaras, y el profesor Rainer Stadelmann opina que sucede así en todas las pirámides egipcias. Se considera a Stadelmann como el «inventor» de la «teoría de las tres cámaras». Todos los turistas que hacen el esfuerzo de ascender a la pirámide de Kéops pueden visitar dos de cámaras: la superior se llama «cámara del rey» (con algo de buena voluntad, pues en ella no se encontró nunca ninguna momia), y la otra, algo menor, se llama «cámara de la reina». Desde la cámara superior ascienden en diagonal dos galerías. Han sido llamadas «galerías de ventilación». Rudolf Gantenbrink dispuso en ellas su sistema de ventilación. Los turistas advirtieron la presencia del aire fresco que llegaba a la cámara del rey, pero sólo durante poco tiempo, pues el sistema ya no funciona. Esto no tiene nada que ver con Rudolf Gantenbrink, sino con los guardas de la pirámide, a los que se les olvida constantemente ponerlo en marcha, por motivos que sólo ellos conocen.
De la cámara inferior y más baja arrancan también dos galerías: una que se dirige exactamente al sur y otra que va hacia el norte. Las aberturas de las galerías están en posiciones opuestas, por lo tanto, y se hallan a la misma altura que el final del túnel de entrada. El robot de Rudolf Gantenbrink entró en la galería sur. La tercera cámara está tallada en la roca, bajo la pirámide. Se llama «la cámara inconclusa».
¿Para qué creen los especialistas que servían las galerías que salen de la cámara de la reina?
No se ponen de acuerdo. Algunos creían que eran «galerías del alma»; otros, que eran «modelos de pasillos», y otros creyeron por fin que eran las entradas de conductos de aire o de ventilación[110]. Esta última idea no tenía sentido, no obstante, dado que las galerías sólo se abrieron en el siglo pasado, rompiendo las paredes. En 1872 el inglés W Dixon intentaba encontrar cámaras ocultas golpeando diversos puntos de las paredes de las cámaras y juzgando la profundidad del sonido. Cuando encontró lugares que sonaban a hueco, tomó la piqueta y dejó al descubierto las aperturas de las «galerías de aire», a pocos centímetros por debajo de la superficie de piedra. Ambas galerías son de sección cuadrada, de 20 x 20 centímetros.
Al menos dos cosas quedan claras como el agua: en primer lugar, no pueden ser conductos de aire, pues éstos tendrían que llegar hasta la cámara para haber funcionado; y, en segundo lugar, debían formar parte de los planos originales de la pirámide: habría sido imposible tallarlos o vaciarlos después de estar terminada la pirámide. Ni siquiera un niño puede meterse por un hueco de veinte centímetros de lado.
Las dos galerías de la cámara de la reina no suben en diagonal como las de la cámara del rey. Primero tienen un tramo horizontal que arranca de la pared, y después empiezan a ascender en un ángulo de 39 grados, 36 minutos y 28 segundos, exactamente. La mayoría de los egiptólogos estaban de acuerdo en que las galerías «terminaban después de un trecho corto», hasta que el robot Upuaut de Rudolf Gantenbrink les demostró de pronto que estaban equivocados.