Diversas víctimas de secuestros, sobre todo las que fueron secuestradas en varias ocasiones, ya no se sienten del todo «terrenales». A pesar de conservar su cuerpo humano normal e intacto, no pueden liberarse de la sensación de que su conciencia ha cambiado. Tienen la impresión de que albergan unos conocimientos latentes que van más allá de la Tierra y de la época actual. Los secuestrados de este grupo afirman que tienen grandes dificultades para expresar con lenguaje ordinario estos sentimientos nuevos. Han llegado a poseer de pronto un conocimiento del tiempo y del espacio que les llena todo el cráneo, como si la capacidad cerebral que antes no usaban hubiera recibido una entrada repentina de datos. Les parece que han entrado en una enorme catedral llena de frescos y de fragmentos, por cuyo espacio santo vibran las suaves melodías de los milenios. Es inexpresable. No hay palabras ni conceptos humanos que puedan dar a entender estos sentimientos y estas visiones. Les parece que todo coexiste de manera simultánea: por una parte se trata de una visión real, razonable y clara, y por otra parte es demasiado, demasiado con mucho, entretejido y entremezclado, sobrepuesto y dispuesto capa sobre capa, e interconectado al mismo tiempo por canales veloces como la luz.
¿Se trata de un estado próximo a la locura, de la incapacidad de soportar o de digerir una marea de información? ¿O se están implantando intencionadamente datos en la materia gris humana para que surja una conciencia cósmica? ¿Está dirigida esta conciencia cósmica, esta manera totalmente distinta de ver las cosas, a permitir que los que la experimentan enseñen a su prójimo humano un nuevo camino adelante. ¿Está dirigida la «razón expandida», como prefiero llamarla, a abrir los ojos de las personas a otras realidades? Ya es bastante conocido que nuestro mundo está compuesto de más cosas de las que podemos percibir sólo por nuestros sentidos.
El lector de este libro habrá comprendido ya que todas las células de su cuerpo contienen la información total (ADN) necesaria para la estructuración de su cuerpo. Al mismo tiempo, el ADN contiene también innumerables fragmentos (la llamada «basura») que no cumple ningún propósito aparente. No forman parte de ninguna cadena ni secuencia (en el modelo de los «ladrillos de juegos de construcciones»). También es bien sabido que sólo utilizamos una parte pequeña de la capacidad de nuestro cerebro. La evolución creó algo que, de momento, no se ha utilizado. A estos hechos, demostrados científicamente, se le pueden añadir lo que nos ha sido transmitido por las religiones antiguas.
Nuestro material genético contiene, por tanto, fragmentos extraterrestres. Los pequeños alienígenas grises lo saben. Lo único que tienen que hacer es despertar la «basura» haciéndola compatible con el resto de nuestras cadenas de ADN, de tal modo que el cerebro medio vacío se inunda de información. Los seres humanos nunca fuimos exclusivamente terrenales. Nos desarrollamos de modos terrenales sobre la Tierra; creamos, generación tras generación, la intolerancia religiosa, política y científica, eliminando radicalmente nuestros aspectos extraterrestres e imaginándonos que somos el centro del universo. Pero ahora se aproxima el día del ajuste de cuentas; va a sonar la campana que hará despertar la conciencia.
No me sorprenden los informes de muchas víctimas de secuestros que, sin haber leído nunca a Erich von Däniken, afirman que los extraterrestres estuvieron aquí en el pasado lejano y nebuloso y que colaboraron en la evolución humana. Hace veinte años, el astrónomo James R. Wertz calculó que los extraterrestres podían haber visitado nuestro planeta a intervalos de 7,5 veces 105 000 años; en los últimos 500 millones de años esto supondría, por lo tanto, unas 640 veces[102]. Diez años más tarde, el doctor Martyn Fogg, de la Universidad de Londres, sugirió que era probable que todas las galaxias ya estuvieran habitadas cuando empezó a existir nuestra Tierra[103].