Los alienígenas cabezotas con ojos negros de quivi sólo conocen un remedio para este estado de cosas: ¡dado que la raza humana no sirve para gran cosa, quieren crear un híbrido! Nuestra estructura genética básica sobrevivirá, pero sólo combinada con la de ellos. No es una idea agradable.
Lo que están haciendo esos alienígenas grises de boca estrecha y piel de goma a los secuestrados nos parece criminal. El secuestro es un delito grave, como también lo son los abusos sexuales. Los derechos humanos están siendo despreciados brutalmente, se están realizando intervenciones médicas sin permiso de los pacientes, y se está sometiendo a personas a lavados de cerebro y a técnicas de control del pensamiento contra su voluntad. A los alienígenas grises les importan un pito nuestros sentimientos y nuestras leyes: nos están tratando como a animales inferiores. Nos están metiendo implantes, están controlando a las personas «anilladas», no están ofreciendo información lógica, ni siquiera demostrable, acerca de sus actividades, de sus motivos ni de su lugar de origen. El escritor americano John White lo expresa así:
Los alienígenas llegan hasta nosotros ocultos en la oscuridad. Nunca dicen exactamente por qué nos secuestran. Todo esto me parece sospechoso, como un caballo de Troya; y tengo que manifestar mi preocupación por lo que está pasando. Si los alienígenas cambian su manera de actuar; si se presentan a plena luz del día y exponen sinceramente sus buenas intenciones, entonces estaré dispuesto a darles la bienvenida a la sociedad humana. En caso contrario, seguiré considerándolos unas criaturas taimadas, ladronas y delincuentes que están dispuestas a hacer el mal, aunque quieran dárselas de buenas. Y el hecho de que al final resulten tener una naturaleza física, parafísica o metafísica no afectará para nada a esta conclusión[97].
Es cierto que los alienígenas no nos ponen las cosas fáciles para que creamos en sus buenas intenciones. Durante al menos treinta años han existido informes documentados de secuestros, pero el modo y la forma de las investigaciones de los alienígenas sobre nosotros no han cambiado. Siempre se trata a las víctimas siguiendo una rutina fija; los análisis de esperma y las extracciones de embriones se realizan de una manera estereotipada. Ningún equipo terrestre de investigaciones médicas tendría que examinar de ese modo a tantos miles de personas. Al llegar al centésimo «paciente», como máximo, ya tendrían la información que necesitasen; a no ser, por supuesto, que buscasen algo concreto y diferente en cada individuo.
Naturalmente, la raza humana no está formada por robots producidos en masa: todos somos individuales y diferentes. Nadie tiene los mismos recuerdos ni los mismos sentimientos de otra persona: pueden ser parecidos, quizá, pero no idénticos, como no lo son las huellas dactilares. Toda persona tiene sus vivencias propias: sufre, ama a su manera, le gusta una música determinada, lee ciertos periódicos, le gustan unos programas de radio concretos.
¿Es eso lo que buscan los alienígenas: nuestra disparidad y nuestra variedad de características? ¿Por eso necesitan millares y millares de individuos, de variedades de esperma y de embriones: para formar una nueva raza? ¿O intentan seleccionar lo que a ellos les parece el mejor material, por medio de una serie exhaustiva de comparaciones? Yo no tengo la respuesta, como tampoco la tienen los investigadores, pero no por eso deja de ser cierto que los alienígenas nos están sometiendo a unos procedimientos criminales. En la Tierra las personas tenemos que cumplir las leyes del país en que estamos. ¿No se aplican normas semejantes en el universo?
Aunque adoptemos el punto de vista de que los extraterrestres grises son una raza degenerada, superior a nosotros en tecnología y en telepatía pero necesitada de una revitalización genética, tampoco debemos permitirles hacerlo sin nuestro consentimiento. Al fin y al cabo, nosotros también somos inteligentes: hemos dominado las matemáticas, hemos realizado grandes avances científicos y culturales. No somos cualquier cosa: ¿por qué vamos a consentir que nos traten como a animales sin inteligencia? Comprendo que los extraterrestres no quieran abrumarnos con una aparición repentina y asustarnos como la zorra entre las gallinas (lo que yo llamo «el susto de los dioses»[98]), pero ya ha pasado bastante tiempo desde sus primeros secuestros; ya es hora de que pongan fin a estos episodios de «vuelo nocturno» y de que nos den alguna explicación de sus actividades. Es hora de que los extraterrestres pasen por alto nuestra vanidad y nuestros sentimientos más elevados y de que se presenten abiertamente.
A los seres humanos no les gusta nada estar a oscuras durante décadas enteras y ser tratados como conejillos de Indias. Entre otras cosas, nuestra conciencia y nuestros conocimientos han cambiado. Hace treinta años sería poco razonable, o incluso una locura, creer en la existencia de los alienígenas. Desde entonces, uno de cada dos estadounidenses ha llegado a creer que los ovnis son reales; en el Brasil lo cree la dos terceras partes de la población. Hace ya cinco años, un cuarenta y cinco por ciento de la juventud de la ilustrada Francia afirmaba creer en los ovnis[99]; incluso en un país tan antiovnis como Alemania, en el que la prensa «seria» no informa de las observaciones de ovnis o se burla de ellas, una de cada cinco personas cree en su existencia. Según el último estudio realizado por el Instituto Allensbach, dedicado al estudio de la opinión pública, el porcentaje es superior al citado entre los jóvenes de 16 a 20 años: una tercera parte aceptan la existencia de los alienígenas[100].
El pensamiento humano no ha quedado inmovilizado: los alunizajes y las incontables series televisivas de ficción científica han contribuido a aumentar nuestra conciencia. Y los innumerables libros que tratan del tema de la vida extraterrestre no se han escrito sólo para los devoradores de noveluchas: la mitad de la humanidad, al menos, se ha tomado en serio estas cosas. Los ideales democráticos del mundo libre, que tanto se invocan, deberían servir para que los medios de comunicación proporcionaran información constante sobre la situación del frente extraterrestre. Pero esto no sucede, y por eso empiezo a entender la conducta de los alienígenas cabezotas con ojos negros de quivi.
Seguramente todos hemos conocido la experiencia de intentar explicar algo a alguien o a un grupo de personas sin que nos prestasen atención y sin que nos escuchasen, de ser recibidos con falta de interés, de que nos respondan con argumentos irrelevantes, de que nos insulten o quizá de que no nos hagan caso. Los intentos ulteriores de aclarar la cuestión pueden seguir siendo estériles. ¿Qué hacemos en tal situación? Nos retiramos, suponiendo que todo esfuerzo por comunicarnos será inútil. ¿Podría suceder lo mismo con los extraterrestres? ¿Están hartos de intentar conversar con nosotros, porque nosotros somos demasiado arrogantes para escuchar?
Los casos de secuestro investigados por el doctor Mack revelaron algo así. Aparentemente, los extraterrestres dijeron a los secuestrados que los seres humanos no estaban preparados todavía para comunicarse con ellos ni para aceptar su existencia. Si se manifestaran abiertamente, nosotros reaccionaríamos de manera agresiva y los recibiríamos como enemigos. Nuestra conducta no les permitiría presentarse ante nosotros: nos dejaríamos dominar por el pánico. Nuestra conciencia está tan cargada de prejuicios religiosos y científicos que a ellos no les sería posible abordarnos abiertamente. Y si ellos abordasen a determinados individuos, la sociedad humana se limitaría a rechazar las relaciones de su existencia, aunque estos informes procedieran de alguna persona destacada o muy bien considerada.
Esto es muy cierto. Imaginémonos qué pasaría si el Papa o algún primer ministro anunciasen que había mantenido contactos con alienígenas. Lo destituirían en un instante. Lo mismo pasaría con los periodistas, los editores o los grandes científicos: no creerían a ninguno. «¿Extraterrestres? ¿Aquí? ¿Y cree que ha hablado con ellos? Pobre hombre, ¡debe de tener un tornillo suelto!». Ésta es exactamente la acogida que tendrían unos anuncios de este tipo. Pero ¿hasta cuándo?