El paleontólogo muniqués doctor Peter Wellnhofer realizó investigaciones sobre una ave primigenia fósil, el arqueoptérix. Esta ave tiene unos 150 millones de años de antigüedad, mide cuarenta centímetros de largo y está valorada en unos 400 millones de pesetas: sólo hay siete en el mundo, lo que hace subir su precio. Entre los dientes del ave, el doctor Wellnhofer descubrió unos fragmentos triangulares de hueso que son característicos de una especie muy diferente: la del alosaurio, un dinosaurio carnívoro. Esto lo convenció de que todas las especies de aves, «desde el gorrión hasta el cóndor, descienden de los dinosaurios»[85].
Según las teorías anteriores, las aves descendían de los reptiles. Yo no estoy en condiciones de juzgar las diversas teorías en este sentido; pero si las aves descienden de los dinosaurios, cada gorrión contendría material genético heredado de estas antiguas criaturas.
Quizá descubran también los expertos en genética por qué tuvieron que desaparecer de la Tierra todas las especies de dinosaurios. Quizá estos monstruos representaban algún tipo de amenaza para la Tierra. Quizá, a la larga, se lo hubieran comido absolutamente todo (las plantas y los demás animales), imposibilitando así la evolución prehumana. Quizá alguien quisiera evitar que un planeta ideal como la Tierra (ni demasiado frío ni demasiado caliente) fuera dominada por unas criaturas enormes y estúpidas sin posibilidades de desarrollar una inteligencia y una tecnología. Quizá, quizá…
Y ¿qué hay de la conciencia humana? El doctor Julián Jaynes, catedrático de Psicología en la Universidad de Princeton (EE. UU.), planteó esta pregunta y fue recibido con gestos de escepticismo por parte de sus colegas[86]. ¿La conciencia? Simplemente, se desarrolló en el transcurso de la evolución. ¿De verdad? Pero ¿cómo nos volvimos conscientes de lo que somos? ¿Es consciente de su propia existencia un montón de células? La consciencia no tiene nada que ver con los reflejos, con las reacciones de temor ni con menear la cola; tampoco es la suma de todos los procesos de la memoria. La conciencia no surge tampoco por la experiencia ni por el aprendizaje. Podemos introducir en un cerebro electrónico toda la información que queramos, pero éste no desarrollará la conciencia. Dice Jaynes:
Nuestros periodos de conocimiento consciente son, en realidad, mucho más cortos de lo que creemos. Es difícil darse cuenta de ello, pues en realidad no somos conscientes de nuestros momentos de inconsciencia. Nuestra conciencia cubre estos «vacíos» con su ancha red, dándonos una ilusión de consistencia y de continuidad. Podemos comparar la no-conciencia con todos los objetos que están en una habitación a oscuras y que no son iluminados por el haz de luz de una linterna[87].
¿En qué consiste, pues, la conciencia? ¿Cómo surgió? Esta pregunta, como la que se refiere a la capacidad matemática, sigue sin tener respuesta. Sólo el ser humano, entre todas las criaturas de la Tierra, está dotado de conocimientos matemáticos. La observación de que esto es lógico, pues tenemos que saber contar para negociar los unos con los otros e intercambiarnos bienes, es una petición de principio. Primero tenemos que disponer de la capacidad, y después podremos hacer uso de ella. Al fin y al cabo, los animales tienen patas y garras, pero a ningún perro se le ha ocurrido todavía contar sus salchichas con los dedos. La capacidad matemática es el requisito previo de toda ciencia. Sin ella no es posible calcular ni comparar nada. El doctor Max Flindt, que se dedicó seriamente al estudio de esta cuestión, lo explicó por medio de un ejemplo:
Sin capacidades matemáticas superiores seriamos incapaces de aterrizar en otro planeta. La mayoría de la gente corriente no se da cuenta de que es imposible enviar una nave espacial a la Luna o a Marte sin aplicar un grado elevadísimo de precisión matemática. Lo mismo puede decirse de los vuelos de las lanzaderas espaciales y de todos los satélites artificiales. Los cálculos necesarios para la determinación del ángulo exacto de entrada de la lanzadera espacial en la atmósfera terrestre son un ejemplo perfecto de ello, pues de ellos depende la seguridad de las vidas humanas. Si el ángulo es demasiado agudo (aunque sólo sea por una fracción de grado), la nave espacial se convierte en una bola de fuego; si es demasiado abierto, la nave espacial rebotará en la atmósfera terrestre y saltará al espacio. Esto tiene mucho que ver con la evolución, pues un principio fundamental de la teoría evolutiva dice que ninguna capacidad se desarrolla sola sin que se necesite en algún momento dado. Pero no existe ningún motivo poderoso por el que las matemáticas fueran necesarias para la supervivencia de los antepasados del hombre. Los animales de todo tipo sobreviven sin ellas (aunque no, por ejemplo, sin sentido del olfato). En el espacio, por otra parte, la supervivencia es imposible sin las matemáticas. Y lo que puede decirse de las misiones espaciales humanas puede decirse igualmente de las extraterrestres. Si la Tierra fue visitada alguna vez por extraterrestres, estos visitantes debían estar bien versados en las matemáticas. Por eso considero que nuestra capacidad para las matemáticas es indicativa de que no somos únicamente de origen terrenal[88].
Los dioses nos crearon a imagen y semejanza de ellos. Y de pronto, sin intentar siquiera plantearnos estas cuestiones, encontramos sus respuestas en nuestros propios genes.