El mensaje del gen

Parece probable, en la etapa actual de la investigación paleobiet, que el mensaje de los extraterrestres se haya implantado en los genes humanos y en los de determinadas formas de vegetación. Los extraterrestres de hace miles de años confiaban en la curiosidad humana, o más bien en la curiosidad científica. «Los dioses crearon al hombre a su imagen y semejanza», dice la tradición. Pero no sólo crearon al hombre, sino también, según la leyenda, formas vegetales únicas y exquisitas. Lo único que tenían que hacer los extraterrestres era implantar en el genoma humano y en el de determinadas «plantas divinas» algunas secuencias de genes (modificar el ADN, lo que también se llama «mutación artificial»). La curiosidad es una manifestación de la inteligencia, que es una cualidad que se hizo característica de la raza humana después de que tuviera lugar esta mutación artificial. Todo nuestro conocimiento es fruto de la curiosidad por el mundo. Fue la curiosidad científica la que nos incitó a buscar las partículas subatómicas, a investigar los orígenes del universo y a estudiarnos a nosotros mismos hasta llegar al más mínimo fragmento de ADN. Dado que los seres humanos y las plantas se reproducen constantemente y transmiten la información genética de generación en generación, es muy probable que los mensajes de los extraterrestres se descubran dentro de nosotros mismos, y quizás también en ciertas especies de «plantas divinas». Así se cumplirían las dos condiciones que he citado:

La segunda premisa presupone automáticamente toda una diversidad de conocimientos científicos y de desarrollo tecnológico. Nadie puede estudiar la biología molecular sin contar con un microscopio de alta resolución. Es preciso asomarse al interior de la célula. Nadie que no sepa nada de la doble espiral de la estructura del ADN puede descifrar tampoco el genoma. Para todo ello se requieren instrumentos y procesos determinados, que sólo puede proporcionar una sociedad que haya alcanzado un nivel correspondiente de conocimientos tecnológicos. El microscopio electrónico es tan inconcebible sin la electricidad como lo es el cálculo de los miles de millones de posibles secuencias y combinaciones del ADN sin un ordenador. El trabajo de un ordenador no se podría sustituir ni por un ejército de matemáticos.

Estas ideas ponen de manifiesto un nuevo aspecto de la hipótesis paleobiet que irrita a muchos críticos. ¿Por qué ahora? ¿Por qué se nos ha de ocurrir ahora, de pronto, buscar las huellas de los extraterrestres en la historia humana? Por decirlo sin rodeos, al universo le tiene sin cuidado cuándo nos pondremos a buscar a los extraterrestres. Pero empezaremos a buscarlos cuando estemos preparados para ellos; es decir, ahora. Si nuestra ciencia no supiera nada de genética hasta dentro de cien años, no seríamos capaces de empezar a buscar huellas genéticas de los extraterrestres hasta entonces.

He escrito muchos libros sobre la evolución de los seres humanos desde la raza de los homínidos[79]. Los descubrimientos más recientes de la antropología conservadora me hacen reír. Los periódicos nos dicen que las investigaciones sobre los fósiles acaban de demostrar que puede ser preciso revisar las «teorías generalmente aceptadas» sobre el origen humano[80]. Esto se debe a que los investigadores chinos han estado estudiando un cráneo que es 200 000 años más antiguo de lo que debería ser según las teorías anteriores. Apenas acabamos de digerir esta noticia cuando los antropólogos norteamericanos nos anuncian que han fechado tres cráneos usando los métodos más modernos y que han resultado ser 800 000 años más antiguos que el Homo erectus (el antepasado del hombre que caminaba erguido[81]). No hay acuerdo sobre si los seres humanos proceden de África o de Java. Quizá procedan de la China, ¿quién sabe?; o quizá se encuentren pronto unos restos fósiles en el Japón que echen por tierra todas las teorías actuales.

Lo que yo creo verdaderamente es que los estudios antropológicos no investigan una especie humana inteligente, sino a unos descendientes del mono y unas mutaciones. ¿Importa mucho, verdaderamente, que los huesos de simio tengan 1,8 millones de años o 3 millones de años de antigüedad? A mí no me interesa en absoluto descubrir la fecha exacta en que una especie de simios aprendió a andar erguida y a estirar los dedos de los pies. No discuto que ramas enteras de la familia de los simios cambiaron constantemente en los últimos 20 millones de años, ni que nuestros propios antepasados descendían de esta misma raza. Pero, en realidad, nada de esto tiene que ver con que el Homo sapiens desarrollase inteligencia. Fueron los dioses los que crearon al ser humano inteligente. Naturalmente, tomaron con este fin la materia prima de la raza homínida: ¿dónde iban a encontrarla, si no? Y los expertos en genética descubrirán los genes que nos implantaron estos «dioses»; la única pregunta es si se les permitirá desvelar sus hallazgos, pues éstos demostrarían la hipótesis paleobiet. Ya hace mucho tiempo que se ha disparado el pistoletazo de salida en la carrera hacia la verdad. Los expertos en genética, agudos y activos (y no demasiado «religiosos») nos proporcionarán las pruebas que nos faltan.