¡Qué dramático es que los viajeros del espacio se conviertan en ángeles y en querubines, que los oficiales se conviertan en arcángeles y que un comandante se transforma en el «altísimo» o (Dios nos asista) en Dios! ¡Qué confusión, cuando unas sencillas descargas eléctricas se convierten en lenguas de fuego y un puente de mando se transforma en una gloria indescriptible! Naturalmente, es comprensible que el asiento del comandante se convierta en un alto trono y que el propio comandante se convierta en una gran Majestad. Nos queda, al menos, el consuelo de que nuestro Dios de amor no se cuela en este pasaje por la puerta trasera. Naturalmente, eso habría sido bastante inadecuado, en vista de que «se acercó a mí, me saludó con su voz…». Los dioses no se suelen dignar a dar la mano a los visitantes terrenales; eso habría sido demasiado, incluso para los exegetas, de modo que lo dejaron en «gran Majestad».
Los visitantes extraterrestres de tiempos de Enoc estaban familiarizados con las enormes distancias interestelares. Sabían que un viaje a sus casas y otro viaje de vuelta a nuestro sistema solar les llevarían varios miles de años. ¿Cómo podrían hacérselo entender a los seres humanos? Les señalarían el cielo estrellado y les dirían: «Ahora nos vamos, pero volveremos. Escribidlo en vuestros libros, transmitid el mensaje a vuestros descendientes: ¡Todas las generaciones futuras deberán recordar que volveremos!». Y cuando los seres humanos les preguntasen cuándo volverían (si sería al cabo de meses, de años o de milenios), los propios extraterrestres no sabrían dar una respuesta exacta. Podrían responder: «Volveremos algún día. Estad preparados para nuestro regreso, recordad los mandamientos que os hemos dado, para que no tengamos que destruir la raza humana una vez más».
Y si la gente les preguntaba qué señales reconocibles anunciarían su regreso, podrían señalar a la Luna y a las estrellas y responder: «A los que estén en la mitad oscura del planeta les parecerá que la Luna se oscurece, que las estrellas brillantes caen a la Tierra. A los que estén en la mitad del planeta iluminada por la luz del día les parecerá que caen montañas doradas de los cielos. Los que estén preparados para nuestro regreso, los que nos esperen, los que comprendan las señales del cielo, se llenarán de alegría. Bailarán y se regocijarán porque nosotros traeremos a la Tierra un orden nuevo, más justo. Pero los que han adulterado los textos, los que han obligado a sus congéneres humanos a creer en sus propias versiones de la verdad, se llenarán de terror. Tendrán miedo de nosotros y de sus propios seguidores. Se esconderán y llamarán a sus falsos dioses. Pero será en vano, porque no hay dioses».
Pero, naturalmente, los extraterrestres eran conscientes de que los textos serían manipulados y reinterpretados a lo largo de los siglos. Por ese motivo dejaron sus huellas en muchas partes diferentes del mundo, se preocuparon de que muchas sociedades humanas diferentes de la Tierra tuvieran un registro escrito de su venida. En algún momento del futuro, las comunicaciones globales permitirían un intercambio mutuo de estas tradiciones. Y ellos confiaban en que entonces saldría a relucir el núcleo de verdad que se contiene en el corazón de todas estas crónicas diferentes. La gente empezaría a establecer comparaciones. Se empezarían a atar cabos.
Lo que hace en realidad la filosofía paleobiet es poner de cabeza la sabiduría recibida (que en general se manifiesta en uno de dos sentidos posibles). Existen dos grupos principales de personas: los creyentes y los no creyentes. Las personas de cada grupo ha sido educadas de manera diferente y se les han inculcado valores diferentes, pero están de acuerdo en una cosa: el ser humano es la única forma de vida inteligente del universo. Los creyentes creen que Dios creó la Tierra en un acto (simbólico) de seis días y que el séptimo descansó. Después de que Dios crease las plantas y los animales, formó al hombre como gloria y remate de la creación. ¡Aleluya! Los no creyentes, por su parte, se ciñen a la teoría de la evolución. En un proceso de millones de años, los aminoácidos formaron las células; después aparecieron las formas de vida sencillas, después las formas de vida más complicadas, hasta que, como punto culminante de la evolución, apareció el Homo sapiens. Somos la cúspide de la evolución. ¡Aleluya otra vez!
En ambos casos somos considerados la forma de vida más elevada, única en el universo. ¿Para qué queremos extraterrestres, aunque todos los libros sagrados del mundo nos proporcionen pruebas de su existencia?