Esperando al super-Buda

En el budismo, el concepto fundamental de la redención aparece bajo una forma muy semejante a la del jainismo. El jainismo, no obstante, era una doctrina anterior a la llegada del Buda (560-480 a. C.). Buda significa «el despierto» o «el iluminado». El nombre propio del Buda era Siddharta. Nació en el seno de una familia noble y se crió entre lujos en el palacio de su padre, en las estribaciones del Himalaya del Nepal. A los veintinueve años de edad se cansó de esa vida falsa. Dejó su casa, se dedicó durante siete años a la práctica de la meditación y buscó un camino de conocimiento.

Pero en los tiempos del Buda, los dioses del folclor, de las leyendas y de la mitología ya llevaban mucho tiempo de existencia en tiempos del Buda. Después de su iluminación, sintió que era la reencarnación de un ser celestial. Se puso a predicar a sus discípulos el sendero óctuple, que podría conducir a todas las gentes a la budidad, a la iluminación. El Buda estaba convencido de que el futuro traería a otros budas. En su discurso de despedida, el Mahaparinibbana-Sutta, habla de estos budas del futuro. Profetizó a sus discípulos que uno de ellos llegaría en una época en que la India estaría abarrotada de gente y las ciudades y las aldeas estarían pobladas tan densamente como gallineros. En toda la India habría 84 000 ciudades; en la ciudad de Ketumati (la actual Benarés) viviría un rey llamado Sankha, que gobernaría a todo el mundo pero sin usar la fuerza, sólo por medio del poder de su rectitud. Y durante el reinado de este rey bajaría a la Tierra el sublime Metteya (también llamado Maitreya): un maravilloso y completamente único «conductor de carros y conocedor de mundos», maestro de dioses y de hombres: en otras palabras, el Buda perfecto.

La profecía del Buda en la que anunciaba a un «super-Buda» es semejante a las enseñanzas jainistas del regreso de los tirthamkaras. El budismo habla también de las diferentes épocas, que se comparan con una rueda que gira. La única diferencia es que en el budismo estas épocas tienen una duración inmensa.

La idea de las cuatro épocas (o seis, en el jainismo) también está presente en la mitología sumerio-babilónica. Es frecuente encontrar unas mismas cifras en culturas que están muy alejadas unas de otras. El doctor Alfred Jeremias, profesor de historia religiosa, descubrió estos paralelismos hace 65 años. He aquí un simple ejemplo[66].

Según las crónicas babilónicas, los antiguos reyes o monarcas del cielo reinaban durante miles de años. La duración que se atribuye a los reinados de los dioses Anu, Enlil, Ea, Sin y Samas se asemejan notablemente a las duraciones que se asignan a los yugas o épocas en la India:

Anu = 4320 Kali-Yuga = 432 000
Enlil = 3600 Kali-Yuga = 360 000
Ea = 2880 Deva-Yuga = 288 000
Sin = 2160 Treta-Yuga = 216 000
Sama = 440 Dvapara-Yuga = 144 000
Adad = 432 Maha-Yuga = 4 320 000

El Kali-Yuga aparece dos veces por una razón: el Kali-Yuga «sin crepúsculo» tiene una duración más corta que el Kali-Yuga «con crepúsculo». El número de ceros no tiene importancia, pero la coincidencia de las cifras significativas demuestra la existencia de una fuente primitiva común. El número 4 320 000 del Maha-Yuga («gran época») es idéntico al del tercer rey antediluviano En-me-en-lu-an-na, que reinó durante 12 sar, o 43 200 años. Y el número 288 000 del Deva-Yuga corresponde al periodo de reinado del sexto rey, En-sib-zi-an-na. Éste duró ocho sar, o 28 800 años.

La alusión literaria más antigua a una época del mundo se encuentra en la antigua Grecia, en la obra del poeta Heráclito. Habla de un periodo de 10 800 000 años, que se corresponde exactamente con el segundo periodo de los antiguos reyes de Sumeria: 30 sar, o 108 000 años.

Estos números no tienen ninguna relación directa con el regreso de ningún salvador, pero ponen de manifiesto la base común que comparten las diversas tradiciones. La única manera de explicar estas coincidencias es suponer que en los albores del tiempo debió existir una enseñanza original única. Esta fuente común debe remontarse a tiempos muy antiguos, pues de lo contrario se hablaría de ella en las crónicas históricas.