El primero de estos tirthamkaras fue Rishabha. Vivió en la Tierra durante un tiempo asombroso, 8 400 000 años. Rishaba tenía proporciones gigantes. Todos los patriarcas que lo sucedieron fueron cada vez menos longevos y menos altos; no obstante, el vigésimo primero (que se llamaba Arishtanemi) llegó a vivir 1000 años y medía diez codos de alto. Sólo los dos últimos, Parshva y Mahavira, alcanzaron una edad que a nosotros nos parecería «razonable». Parshva vivió cien años y sólo medía nueve pies [2,74 metros] de estatura, mientras que Mahavira, el vigésimo cuarto tirthamkara sólo alcanzó los 72 años de edad y sólo medía 7 pies [2,12 metros].
Los jainistas sitúan la aparición de sus tirthamkaras en unos tiempos tan antiguos que dan vértigo. Se supone que los dos últimos murieron en el 750 y en el 500 a. C., respectivamente, mientras que el sucesor de Rishabha (el primer patriarca) adornó la tierra con su presencia durante unos 84 000 años.
Estos números que se nos presentan delante deberían llamar la atención, verdaderamente, a nuestros investigadores de mitos, y también a nuestros teólogos. ¿Por qué? Porque tenemos aquí, bien empaquetados dentro de conceptos religiosos, un núcleo de recuerdo popular que sale a relucir en muchos libros sagrados y no tan sagrados. Permítanme que les refresque la memoria muy brevemente, en estilo telegráfico.
En la antigua lista de los reyes babilónicos (WB 444) se cuentan diez reyes desde la creación de la Tierra hasta el diluvio. Estos reyes reinaron durante un total 456 000 años, año más, año menos. Después del diluvio, «volvió a bajar del cielo el reino una vez más»[59], y los 23 reyes siguientes reinaron durante un total de 24 000 años, 3 meses y 3 días y medio.
A los patriarcas bíblicos se les atribuyen unas edades igualmente increíbles. Se afirma que Adán vivió más de 900 años; Enoc tenía 365 años cuando ascendió entre las nubes, y su hijo Matusalén vivió 969 años.
En el antiguo Egipto las cosas no fueron diferentes. El sacerdote Manetón dejó escrito que el primer monarca divino de Egipto había sido Hefaisto, que también había traído el don del fuego. Después de él vinieron Cronos, Osiris, Tifón, Horus, y el hijo de Isis.
Después de los dioses, la raza de descendientes de los dioses reinó durante 1255 años. Y después vinieron otros reyes que reinaron durante 1817 años. Tras esto, otros 30 reyes reinaron durante 1790 años. Tras otros diez durante 350 años. El reino de los espíritus de los muertos y de los descendientes de los dioses abarcó 5813 años[60].
Confirma estas fechas imposibles el historiador Diodoro de Sicilia, que escribió hace 2000 años toda una biblioteca de obras, recogidas en cuarenta volúmenes.
Desde Osiris e Isis hasta el reinado de Alejandro, que fundó la ciudad de Egipto que lleva su nombre, se dice que pasaron más de 10 000 años; pero algunos dicen que ese periodo abarca en realidad un poco menos de 23 000 años…[61].
Y como último ejemplo de estas fechas imposibles citaré al griego Hesíodo. En su Mito de las cinco razas de la humanidad[62] escribió (hacia el año 700 a. C.) que originalmente los dioses inmortales, Cronos y sus compañeros, habían creado a los seres humanos: «Estos héroes de excelente origen, llamados semidioses, que en los tiempos anteriores a los nuestros residían en la Tierra sin límites…»
Voy a volver ahora a los jainistas, que, como hemos visto, no son ni mucho menos los únicos que recuerdan fechas de proporciones aterradoras. Muchas crónicas jainistas son francamente revolucionarias desde el punto de vista de la ciencia moderna. Su concepto del tiempo, del kala, parece formulado por Albert Einstein.
Su unidad de tiempo más pequeña es el samaya. Éste es el tiempo que tarda el átomo más lento en recorrer la distancia de su propia longitud. Una cantidad innumerable de samayas constituyen un avalika, y 1 677 216 avalikas (una cantidad determinada, por fin) componen un muhurta, que equivale a 48 de nuestros minutos. Treinta muhurtas equivalen a un ahoratra, que es la duración exacta de un día y una noche. ¿Se dan cuenta? Si multiplicamos 48 minutos (un muharta) por 30, obtenemos 1440 minutos, que es exactamente el número de minutos que hay en 24 horas. Pero la medida del tiempo de los jainistas tiene millares de años de antigüedad, y en un principio fue comunicada a los seres humanos por seres celestiales.
Quince ahoratras constituyen (según nuestra medida del tiempo) un paksha, que es medio mes; dos pakshas equivalen, evidentemente, a un mes. Dos meses son una estación; tres estaciones son un ayana o temporada. Dos ayunas valen un año, y 8 400 000 años son un purvanga. Pero el cálculo sigue: 8 400 000 purvangas constituyen un purva (16 800 000 años). La cuenta de los jainistas llega hasta números de 77 cifras. Más allá de estas cifras, los valores temporales se dan en términos de conceptos concretos, semejantes a nuestros años luz, para una distancia de 9 500 000 000 000 kilómetros.
Podríamos estar tentados de calificar todo esto de caprichos locos, si no fuera porque los mayas de la América Central utilizan cifras igualmente aterradoras, y también las relacionan con el tiempo y con el universo del mismo modo que los jainistas de la lejana Asia.
Los jainistas tomaron también de sus maestros celestiales unas definiciones de lo que es el espacio que resultan sorprendentes, y que a la larga (¿o por fin?) hacen comprensible la relación de éste con el misterioso concepto del karma. Aquí sólo puedo presentar un breve resumen de esta doctrina extremadamente compleja y complicada, que llegué a comprender gracias a un libro del teólogo Helmuth von Glasenapp[63].
En los textos científicos de los jainistas, el átomo ocupa un punto en el espacio. Este átomo puede unirse con otros para formar un skandha, que abarca entonces varios puntos en el espacio o un número de éstos imposible de medir. Nuestra propia ciencia enseña lo mismo: dos átomos pueden formar una cadena de proporciones mínimas, pero también existen cadenas moleculares que contienen muchos millones de átomos. Estas cadenas atómicas producen sustancias y materiales de diversas densidades. Las enseñanzas jainistas distinguen seis formas principales de cadenas o conexiones de este tipo:
En el jainismo, hasta una sombra o un reflejo se consideran materiales, porque son producidas por una cosa. Ni siquiera el sonido se clasifica en la categoría de «fino-fino», sino que se considera una materialidad fina, resultado del «frote de grupos de átomos entre sí».
Según esta enseñanza, la sustancia «fina-fina» puede penetrarlo todo y, por lo tanto, puede desempeñar una influencia modificadora sobre otras sustancias. La sustancia que penetra en un alma se expresa como karma, lo que nos vuelve a llevar al renacimiento. ¿Me siguen?